La primera vez que vi en persona a Carmen Martín Gaite tenía yo 17 años. En esa ciudad nuestra, fría y adusta pero también firme y serena de Entre visillos, siempre era un verdadero acontecimiento recibir a “nuestra escritora”. Ella llegó para dar una charla en alguna institución que ni siquiera recuerdo aunque sí su pelo blanco, su boina de punto con su broche de Amor y ese desparpajo cantarín, casi adolescente que la hacían parecer una mezcla entre un hada buena y un personaje sacado de lo más profundo de nuestra tierra. No la conocía pero ya la admiraba y todavía hoy conservo esa fascinación por las personas que como ella construyen historias pero también las saben contar, que no es lo mismo aunque a veces creamos que sí. Ella las contaba y las cantaba, las hilaba y de esta forma encandiló, como sólo ella podía hacerlo, a todas aquellas todavía niñas que, como ella había sido un día ya lejano, éramos alumnas de un colegio de provincia castellana. Alguien me la presentó y yo, rendida ante su presencia, ni siquiera podía imaginar que 13 años después nos volveríamos a encontrar, de otra forma muy distinta, y casi por última vez.

Fue en el año 2000, pocos meses antes de su muerte y fui a visitarla a su casa de Doctor Esquerdo. Iba a contarle, con temblor de rodillas, como no podía ser menos, y ese respeto casi reverencial como el que recordaba de mi primer encuentro a los 17 años, de mi incorporación a Siruela, a hablarle de proyectos futuros y, sobre todo, a dejarme fascinar de nuevo por ese hada de mi adolescencia, por esa caperucita urbana que, como dijo Gustavo Martín Garzo nos enseña desde sus páginas que no hay que tener miedo a vivir (…) que la vida se transforma muchas veces en un laberinto temible pero que basta con amarla de verdad para encontrar una salida. Y yo, en el mismo centro de mi laberinto, encontré de su mano la fuerza para caminar hacia la salida, en sus palabras la energía para enfrentarme a los lobos que aparecen en el camino de cualquier caperucita y en su ejemplo la capacidad para crecer como mujer y no sentir miedo ante el túnel negro que, como Sara Allen, todos tenemos delante en algún momento. Fueron unas horas que hoy todavía conservo en mi memoria como si hubieran sido ayer…

Después ya se fue… Demasiado pronto para mi que sólo pude verla dos o tres veces más. Demasiado pronto para todos. Nos dejó como había vivido y así, como la protagonista de su particular Caperucita metió la moneda en la ranura, dijo: “Miranfú!”, se descorrió la tapa de la alcantarilla y Sara, extendiendo los brazos, se arrojó al pasadizo, sorbida inmediatamente por una corriente de aire templado que la llevaba a la Libertad”.*

Pero aquí no terminó este cuento, al contrario, todavía hoy continúa, porque esta otra Caperucita, la de El Boalo, nos dejó mucho; mucho en aquel momento de extrañeza y mucho todavía hoy de la mano de su hermana Ana María, la mejor depositaria de su obra y de su memoria, la persona con la que en su casa de El Boalo he podido vivir a Carmen Martín Gaite, mirar sus fotos, recrearme en su paisaje, buscar entre sus recuerdos, rescatar sus escritos, revivir su vida y, sobre todo, encontrar a dos amigas: a la que se conoce desde el recuerdo y desde el espejo y a la que se conoce desde el cariño y la cercanía. Cada cajón que su hermana Ana abría, desplegaba ante mi un mundo desconocido, una sorpresa, un regalo más de la siempre sorprendente Carmiña, un nuevo viaje, una nueva faceta, un misterio desvelado, un premio para esta todavía editora principiante ávida de conocer y de dar a conocer más de esta mujer eterna. Y de esta forma otros proyectos han ido surgiendo en este tiempo, más allá de aquellos Dos cuentos maravillosos, Esperando el porvenir y Caperucita en Manhattan. Con la ayuda de Ana María he tenido, hemos tenido en Siruela, el privilegio de publicar su Visión de Nueva York, sus escritos periodísticos en Tirando del hilo y nuevos proyectos que llegarán.

Por eso, y por muchas otras cosas que me guardo para mí como un tesoro, no puedo tener más que palabras de gratitud para estas dos hermanas, estas dos mujeres que nacieron antes del tiempo que les correspondía y que juntas me han dado y me siguen dando el mejor de los ejemplos de fortaleza y de vida.

Gracias Carmen, Calila, Carmiña, por dejarme vivir esa maravillosa experiencia de ser la editora de muchas de tus obras. Gracias Anita por tu confianza, tu cariño, tu labor (muchas veces en la sombra) y tu amistad. Y gracias, sobre todo, a todos los lectores de la obra de Carmen Martín Gaite, que sois, sin duda, los que haréis que ella siga viviendo para siempre en nuestras lecturas y en nuestros corazones.

 

 



* Párrafo final de Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite, publicada por Ediciones Siruela.