No es una pesadilla y no es un dulce sueño.

Empieza a amanecer, camino sola

por calles de un lugar que no conozco

en el que no me siento extraña ni extranjera.

Aun así me sorprende cada cosa,

la luz que va llegando a las paredes,

el eco de mis pasos, el olor de los patios

con naranjos y fuentes y azulejos,

el temblor que me agita en una esquina

(quizá el frío, quizá la negra vida).

Abiertos los zaguanes a mis ojos,

su frescor, su penumbra, parece que me hablan

en un idioma antiguo que mi sangre recoge.

Tantas puertas abiertas como bocas,

pero tu voz no sale de ninguna.

Y ninguna me llama por mi nombre.