A la espera de la humedad, la impertinencia,

la negritud, no son virtudes extrañas para quien naciera

en una carreta colmada

de mujeres muertas.

 

 

Hablo de José Garganta Dulleta, el Cojo Bonifa junior,

que acometiera con éxito al tigre de bengala César,

y que,

atribulado,

negara la existencia de capillas disimuladas

en los edificios del barrio. 

 

 

Ahora,

en esta calcárea residencia de mayores, en pleno auge

de fallidos organismos

bajo la advocación de la canícula nociva,

se amontonan sugerencias

cuyo origen

es el Reino de Aporía; letrados

inteligentes, figuras

del estallido, hombres

especiales que, prosternados,

proponen lápidas color vermú, dibujos

de un bribón menor, lastrado

por el peso

de sugestivas entrañas

y sagaces calcomanías.

 

 

También,

alguien,

quizá invidente,

postula ‘su parecer como el Líbano’

citando a Salomón

ápud Hugo Blair

cuando evoca la dignidad, hermosura y gentileza del esposo.