A Paula López Contreras.
Ahora que por fin te has apropiado
del nombre que escribieron en tu cuna,
ahora que te empachas y que duermes
y que ajustas despacio tus sentidos
mientras la gente acude a vuestra casa
para llevar baberos y juguetes
-las cosas de las tiendas
que no se me permiten-
pienso en que un hombre solo, ante un papel,
no tiene más que a sí para ofrecerse.
De modo que,
en vista de un quehacer tan poco próspero,
me he presentado aquí para decirte
que aunque la realidad, día tras día,
querrá que te confundas,
tú puedes conseguir que se equivoque.
verás que las palabras que aún no entiendes
pueden contarnos más de lo que expresan;
que la nieve se endulza y da calor
si la tocas con alguien a quien amas
o que la luz usada que en las tardes
se hace chispa de polvo en tu balcón
no es más que la libélula del día
incinerada.
La forma en que sucede da lo mismo
-lo clásico es soñar (y muy barato:
más caro es pretender que se te cumplan
los sueños si no luchas)-
pero antes es mejor
que sigas el ejemplo de los pájaros
emprendiendo tu viaje con lo mínimo;
que llegues a ser libre
sin frecuentar jamás el egoísmo
y desconfíes de los que no puedan
decirte lo que sienten con los ojos;
que mientas sin que nadie te descubra
porque todos, más tarde o más temprano,
nos sorprendemos a nosotros mismos
instalados en útiles engaños
que nos hacen más cómoda la vida.
Por lo demás,
si un día llega el frío (que lo hará
ya que vivir no cuesta lo que vale)
nunca olvides que si mirar atrás
es de cobardes a la larga es peor
no tener dónde mirar;
que puedes llorar todo lo que quieras
sin sentirte por ello avergonzada,
pues la vida sin llanto es el suspiro
de los que no aprendieron a reír;
que la sombra nos crece con el cuerpo
pero que tienes tiempo de aprender
a no dejar al resto ensombrecidos
y que
aunque la realidad, día tras día,
querrá que te confundas
yo estaré siempre aquí para decirte
que tú puedes hacer que se equivoque.