Léeme otra vez el cuento de la infancia perdida,
donde un simple caballo de madera es el héroe
de toda una Cruzada, y una muñeca rota,
una princesa altiva de Grimm o de Perrault.
Cuéntamelo otra vez —como decía Amalia
en un inolvidable poema—, cuéntame
cómo el niño se hizo mayor, y sus juguetes
quedaron arrumbados en un desván oscuro
hasta que otro niño, de otra generación,
volvió a jugar con ellos, volvió a soñar con ellos,
y los resucitó. Cuéntame las proezas
de Blagdaross. Si lo haces, podrás ver cómo fluye
de mis ojos cansados una lluvia de lágrimas
que surgen de lo más profundo que hay en mí,
y cómo me emociono, igual que el primer día,
al pensar en las nuevas batallas que, al compás
del llanto inconsolable que brota de mis ojos,
seguiremos librando hasta el fin de los siglos,
contra el tiempo y el mundo y las desilusiones,
mi caballito de madera y yo.