Todos los días,

el pronóstico del tiempo anuncia

lluvias de niños.

Trescientas mil mujeres

se enfrentan a la vida sin paraguas.

Todos los días.

 

Yo no quería mojarme,

ahogar mi vientre

para saciar la sed de esqueletos infantiles,

escuchar de nuevo el primer llanto

de mi cuerpo, geminado,

vaciar mis pechos

en bocas que pían hambrientas,

ponerle guardia a una madriguera

o ser la loba que amenaza con sus dientes

en los cruces de caminos,

vestir de rosa los días de paseo

y de azul las noches de insomnio,

presumir de esculturas de carne y hueso.

No.

No quería.

 

Únicamente quise ser

una mujer libre,

cubrime de tinta,

siempre niña.

 

Mañana

llegará la estación seca,

cesarán las lluvias en el calendario,

en mi regazo morirá la primavera,

y ese paraguas,

el único bastón donde se apoyan

los cuerpos impermeables,

será sombrilla útil solo en el desierto.

 

Por si acaso,

sin mirar al cielo,

recojo las últimas ramas

que el viento ofrece a las madres

para construir los nidos.