Mi madre decía que la novela que más le gustaba era una que daban por la dos, todos los días, después de comer. Iba de un rey con muy mal carácter (muy levantisco, decía ella), que recorría sus posesiones sembrando maldades a diestro y siniestro y asesinando a todos sus enemigos. Estaba casado con muchas mujeres, aunque no hacía caso a ninguna nada más que para Eso, con mayúsculas (aquí mi madre me miraba cómplice, y yo no podía evitar bajar los ojos, como cuando era pequeño),  y el resultado era que estaba cargado de hijos que se le iban de casa enseguida. El rey era africano, pero no negro, (esto parecía importarle mucho) y tenía un pelazo igualito, igualito al de tu padre cuando era joven.

Yo la escuchaba como siempre, pensando en otras cosas, con la cabeza fuera de ese salón pequeño, invadido de muebles, medicinas y fotos y presidido por una televisión prehistórica. Parecía mentira que allí hubiéramos pasado tardes enteras los cinco hermanos.

Como yo seguía soltero, era el que más iba a verla, y el que mantenía un poco el orden, por eso cuando mi madre murió por una complicación de la anestesia durante la operación de cataratas, me tocó a mí abrir armarios y vaciar cajones antes de poner la casa en venta.

Mi madre guardaba todo: nuestros boletines de notas, estampas de la Virgen, recortes de periódicos donde aparecían fotos de gente que se nos parecía mucho, facturas, recibos...Agobiado, pedí ayuda a mis hermanos y acordamos quedar después de comer para repartir todo y tirar lo que no sirviera.

No recuerdo quién de ellos apretó el botón del mando a distancia ni quién apuntó que a esa hora daban la novela que a ella le gustaba tanto. Solo sé que acabamos sentados en el viejo sofá, como antes, y dejamos que una tristeza empañada de perplejidad fuera ganando espacio al cansancio, mientras contemplábamos las primeras imágenes.

Cuando empezaron los anuncios, la pequeña llevaba llorando hacía más de diez minutos, el mayor tenía  los puños apretados, en un gesto que tanto podía ser de ira como de remordimiento,  y los otros dos miraban fascinados la pantalla como si hubieran sido testigos de una súbita revelación.

Solo yo permanecía sereno, tal vez porque era el que más visitaba a mamá, si no el único, el que conocía sus manías, sus despistes, su discurso repetitivo y sin sentido que solo se interrumpía para preguntar por los nietos.

Solo yo había sido destinatario de sus confidencias, de su pérdida paulatina de visión, solo yo, en definitiva podía no avergonzarme y sobre todo no extrañarme de que mamá tuviera toda la razón del mundo. Su novela daba cien mil vueltas a cualquier libro que yo hubiera leído. Tenía sangre, pasión, muerte, persecuciones y vida más allá de lo imaginable.

Pero hacía falta tener sus ojos para comprender que en la dos, después de comer, un rey africano, pero no negro, devoraba a sus enemigos y tenía un pelazo, igualito, igualito  al de mi padre cuando era joven.  Y vivía más allá de la soledad y la pérdida, en los lejanos desiertos del Serengueti, donde habita el olvido y crece como hiedra la inapelable crueldad de la desmemoria.

 

PRONOMBRES INTERROGATIVOS

 

Nuestra primera vez fue un fracaso. Tú no sabías dónde ni yo cómo, así que nos entró la risa y nos fuimos cada uno por su lado sin saber por qué.

Con el tiempo y mucha práctica, ya solo tenías que enarcar las cejas preguntando cuándo,  para que a mí dejara de preocuparme quién.

Pero como siempre, después de las preguntas, empezaron a bombardearnos las respuestas, los relativos, los posesivos o lo numeral. Y lo tuyo y lo mío, ella y él, este o aquella, alguno, poco, mucho o demasiado cayeron sobre nosotros con sus letras picudas.

Cuando ya no quedó nadie ni nada, volvimos a mirarnos, más aturdidos que excitados, y  tú dijiste venga, y yo dije, vamos, y todo volvió a conjugarse de nuevo.

Así estamos desde entonces, entregados el uno al otro (por y para, no obstante y sin, sobre y tras) escondiéndonos de la norma en los quicios oxidados de la puta gramática. 

 

 

TWITTER TUUS

 

Como no sabía a quién seguir, pedí una solicitud de amistad al Papa. Me respondió él mismo, en persona, supongo que desde  el  ordenador que está en ese salón con vistas impresionantes a la plaza de San Pedro, donde vive, y me dijo que me aceptaba encantado. Animado por tan buen principio, comencé a leer su twitter a todas horas. Menudo tío. Vaya frases, vaya estilo, aunque a veces no entendía mucho, porque escribía así, como antiguo. Algunas cosas me sonaban de cuando pequeño, lo de amaos los unos a los  otros, y lo de honrarás a tu padre y a tu madre, por ejemplo, pero quién no se repite. No había día que no escribiera un pensamiento magnífico, y sin pasarse de caracteres. La vanidad no solo nos aleja de Dios, sino que nos hace ridículos. O la corrupción es el cáncer de la sociedad. Toma castaña. Con sus puntos, sus comas, sus mayúsculas. Un tío. A fuerza de seguirle de la mañana a la noche, me hice amigo suyo, pero de los de verdad, de los de retuitear y compartir, y dar al me gusta como loco. No había foto que subiera en que yo no pusiera algún comentario. Que luego dijeran que si estaban subidos de tono, ahí ya no entro. Que si bloqueé la cuenta con mis mensajes y no debía haber enviado todas mis fotos, eso es ya otra cosa. Para pesados ellos, y para mentirosos. Ahora resulta que no era el papa el que escribía los mensajes, sino una monja de clausura al cargo de las redes sociales. Una monja. Y encima negra, imagino, para más inri. O aceitunada, o vete tú a saber de qué país extraño de esos que aún no hemos evangelizado. Así que he dejado de seguirle. Qué desengaño; pero la mancha de una mora con otra mora se quita. Ahora he pedido amistad a otro tío. Es mucho más joven, más guapo y desde luego mucho más moderno que el Papa. Al menos eso parece en las fotos. Se llama Che Guevara y escribe unas frases magníficas. Prefiero morir de pie a vivir arrodillado, dice el tío. Aún no me ha contestado, pero no creo que tarde en hacerlo.

 

 

 

HIPÓLITA

 

Vuelven a dejarlos debajo de sus camas, con mimo, también con un poco de miedo, como si fueran fragmentos de cristal. No os fiéis, dice la reina, no son tan frágiles. Si no estuvieran atados, se comportarían como los demás. Todas obedecen, salvo la pequeña, a la que la sacerdotisa cortará un pecho mañana, para que pueda apoyar mejor el arco. Es la ceremonia que todas están esperando desde niñas. Ella, no. Ella aguarda impaciente que él se desate y salga de debajo de su cama para cumplir su promesa. Artemisa no puede castigar un amor así.

En la penumbra, Hipólita reza para que esta vez nazca una niña. Ya llevan muchas lunas tirando material defectuoso.

 

DON JUAN

 

Y ha habido años en que don Juan se levanta y se lleva un susto de muerte, con tanto imbécil suelto y tanta calabaza y máscara de plástico (los primeras veces pensó que eran reales) y ya no le quedan ganas ni de cenas ni de corregidores ni de apartadas orillas siquiera, y sin pasarse por la hostería del laurel, y esquivando vómitos y botellones, se vuelve pian pianito a su tumba, maldiciendo este siglo que se le está haciendo tan largo.

 

TARDES DE NOVIEMBRE

 

Castilla en noviembre da para lo que da, un curso de dibujo en la sala heladora de la casa de cultura, con las mismas compañeras del curso de repostería y corte y confección, y casi iguales que las del taller literario. A este vamos menos, será porque la chiquita (siempre son chiquitas) que viene de la capital cada tarde y se vuelve por la noche rodeada de niebla, se empeña en que escribamos lo que ella dice y no nos deja leer las poesías tan bonitas que tenemos ya escritas, y que tienen tanto éxito en las fiestas de la Virgen, en ese mes de agosto que queda aún tan lejos. Yo creo que se va cada día más desanimada, pobrecita, entre tanto viejo y tanto romance que le debe de sonar a chino. Empeño le pone, eso sí, y cada miércoles (el  año  pasado fue los jueves) viene cargada de fotocopias y nos hace leer, como en la escuela, y levantamos tanta algarabía que alguna vez nos manda callar don Francisco, el párroco, que está en la sala de al lado, con los restauradores que también vienen solo un día a la semana. A las de pintura nos tiene dicho que pasemos a echar una mano, que hay un cuadro pequeñito que bien podríamos ir restaurando nosotras. No sé. Ya veremos.

Castilla en noviembre da para lo que da. Un paseo muy corto para bajar los dulces de los santos antes de la visita de la médica, que viene siempre a echarnos la bronca, una vez por semana. A ver qué paseo quiere si aquí enseguida se echa la tarde encima y la noche ni te cuento. También da para quedarse en casa, tras los visillos, arropada con la falda del brasero y ver una novela tras otra, eso si no ha nevado arriba, y no se va la luz, lo que sucede a menudo.  Entonces te puede dar por pensar y eso es malo. Estarse mano sobre mano es pasto para el demonio. Lo mejor es entretenerse como sea, alargar las tareas. Irse cada dos por tres a la tienda como si se te hubiera olvidado algo, un pimiento verde, dos tomates, una lata para la cena...poner un puchero en el fuego, apuntarse a todo lo de la casa de la cultura, ir renqueando a la consulta, dejar pasar las horas.

Si no, te da por los malos pensamientos y es un no parar. Un runrún que se te mete dentro y ya no puedes pensar con calma. En noviembre, por las tardes, te dan ganas no sé, de comerte dos bolsas de floretas, tres huesillos de un golpe, mojados en café, prender fuego a la iglesia, matar a la médica, pintarrajear el retablo, acabar con el marido o la vecina como se hace con los conejos, de un golpe seco y certero.

Pero enseguida llega diciembre. Y adornamos la casa de cultura, y el de dibujo nos manda colorear postales de Navidad, y en manualidades ya vamos por el tercer nacimiento y hasta la del taller literario nos deja recitar esos versos tan bonitos al niño Jesús que nos gustan tanto. Incluso la médica baja la guardia y hace la vista gorda con los turrones.

Diciembre es otra cosa, sí. Vienen los nietos, los hijos, los vecinos que se fueron. La casa se llena de risas y ya no escucho las voces. A lo mejor tienen que ver las pastillas que me tomo. O a lo mejor es que ya nadie pregunta por él y por la zorra de la vecina, tan a gusto los dos en la capital, desde que los pillé en la cama. Al menos eso dicen, porque por aquí no hemos vuelto a ver a ninguno de ellos. Ni falta que hace.

Mientras tanto, es noviembre y Castilla da para lo que da. La falta de luz y el cambio de hora nos afectan mucho, pero no hay que quedarse en casa. Fuera hace mucho frío, pero dentro, sobre todo si se va la luz y no se puede ver la novela, ellos dos empiezan a hablar bajito y a echarme en cara que no los haya enterrado. Se quejan, pobres. Como si la culpa fuera mía y no de ellos, que no supieron entretenerse como dios manda. Mira yo, que para no oírlos, me como dos o tres huesos de santo, y me voy donde la casa de cultura a dibujar o a escribir, según toque. Dentro de nada llegará San Andrés y dejaré de escucharlos pero ahora es noviembre, y  habrá que pasarlo como sea.

 

PALOS DE CIEGO

 

Les hace el lazo con cuidado, para no equivocarse. Siempre han sido muy puntillosas las gemelas. Y muy habladoras. Nunca han sabido guardar un secreto. Con lo fácil que hubiera sido quedarse calladitas y no andar hablando de sus manos de ciego. Sus lazarillos, las llamaba, cuando aún dejaban que se apoyara en ellas para bajar las escaleras. Siguen oliendo bien a pesar de la sangre. Ha sido una pena acabar así. Las gemelas. Tan dulces. Las niñas de sus ojos.

 

FILLING GAPS

 

Se apuntó a la escuela de idiomas para ligar, con la nada secreta esperanza de acabar en la cama de alguna de las esbeltas profesoras de inglés que pasaban como muchachas en flor, dejando un rastro de algo parecido a la modernidad en la húmeda ciudad provinciana. Del inglés, pasó al francés y de este, al italiano, cosechando al mismo tiempo éxitos académicos y fracasos amorosos, sin rendirse jamás. Cuando estaba a punto de terminar alemán y portugués (la profesora de alemán era una valquiria contundente repleta de promesas que no se cumplieron nunca), le llamaron del rectorado para ofrecerle la secretaría de relaciones internacionales,  y él aceptó. Esa noche soñó con mil estudiantes rubias que acudían ruborizadas a pedir su ayuda y se despertó embriagado de sudor y posibilidades. Como era muy buen gestor y no molestaba mucho, fue escalando posiciones de forma inversamente proporcional a sus conquistas. Un año se convirtió en vicerrector, y al siguiente le llamaron del ministerio para que se encargara de las becas europeas, hasta que, tras varios ascensos, acabó presidiendo algún organismo importante en Bruselas, cumpliendo treinta años de casado, y convertido en padre de tres universitarios magníficos. 

Y entonces, una mañana de invierno, mientras contemplaba desde el inmenso ventanal de su cálido despacho el trasiego de jóvenes y rubias estudiantes, recordó aquellos días de la escuela de idiomas, la dificultad de los verbos irregulares, la reading comprehension, los filling gaps, los casos, el vocabulario,  las cañas de después, las dulces italianas, las elegantes francesas, la portuguesa casi tan alta como él, la alemana rubicunda y turgente, la lituana de cola de caballo, la ucraniana, la juventud, los escarceos, la vuelta siempre solo a su helado piso de estudiante y al somier hundido y sórdido ... y suspirando, pensó que si comparaba sus aspiraciones de entonces con los logros de ahora, no tenía  más remedio que aceptar que su vida había sido y era un auténtico fracaso.

 

EL CUERPO DE CRISTO

 

Besa con cuidado la que le corresponde y otras dos más, por si acaso. Se sabe de memoria el orden de la fila, pero aun así, puede haber imprevistos. Luego vuelve a dejarlas en el sagrario, sin olvidar santiguarse. Aún no ha amanecido y ya ha cometido su primer pecado. Dios sabrá perdonarla. Él fue quien la dejó viuda, y quien envió al  pueblo a Don Antonio, el nuevo cura, tan joven. Quizá sus designios sean inescrutables, pero no hay nada malo en allanar el camino, en hacer que él sienta la pasión de su boca, cada vez que se lleve una hostia a los labios, el cuerpo de Cristo, Amén.

 

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No me gustan los anuncios caducados. Alguien debería arrancarlos, despegarlos de las marquesinas y farolas, exterminarlos como si fueran una plaga. Campamento de verano, piscina, actividades infantiles, diversión para todos, tf. 654789087, dice uno en esta mañana helada que cubre de vaho la parada del autobús (ahora no podemos tener niños, no tenemos tiempo ni dinero). U2 en concierto. Semana Santa en Sevilla, tf. 653457876 (dónde vamos a ir nosotros que estemos mejor que en casa). El frío se cuela por mis zapatos y sube sin encontrar obstáculos hasta los cristales empañados de mis gafas. Residencia geriátrica, El jardín del mayor. Petanca, gimnasio, atención familiar. tf. 678978745. (No podemos quedarnos con tu madre. Solo nos faltaba eso). Gabinete psicológico. Terapia de parejas. Solución garantizada. tf. 643567876.

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Debajo mi teléfono brilla como la luz de un faro en esta mañana de niebla.