El amor mata. Lo cantó Freddie Mercury.

Y cayó fulminado. El amor está aquí y se va.

También le puso música al silencio, a la soledad,

al sueño imposible de las drogas. La cocaína

fue su mejor refugio para intentar superar

la inutilidad de un cantante para cambiar el mundo.

De un cantante y de cualquier artista

que sepa lo que es el miedo y la tristeza,

la impotencia de luchar contra el tiempo,

que no espera nunca a nadie, porque

siempre se va y nos deja perdidos

en un oscuro bosque que no tiene salida

 

El amor mata. A Freddie Farrokh Bulsara

Mercury le acertó en medio del corazón,

como si fuera un dardo envenenado,

que no tenia antídoto posible. El amor

mató a toda una generación que un día

se sintió libre, pero el dios asesino

decretó que debía someterse  a las normas

o morir con dolor y con rechazo.

El mismo dios terrible a quien Freddie

en algunos momentos angustiosos,

con el cuerpo vencido por la fiebre,

pidió que le escuchara. Pero nunca fue oído.

Oh, my God, my  God, ayúdame.

Por favor ayúdame, Dios mío.

 

Pero el espectáculo debía continuar sin él.

Continuará sin nosotros. Si fallara algún día

se caería el mundo, el amor, la sonrisa

de un niño, el vuelo de la alondra

alrededor de todas las miserias.

El espectáculo debe continuar

porque afuera sigue amaneciendo

y nuestros errores y los del mundo

condicionan nuestras vidas sin remedio

posible. Somos unos juguetes en manos

de la nada que se empeña pertinaz

en perseguirnos y en atraparnos siempre

en medio de un sueño mortecino.

Podemos intentarlo otra vez, y otra

y otra. No hay nada que la detenga.

Estamos solos, expuestos al miedo

y a lo desconocido. Aunque intentemos

no venirnos abajo, será imposible

escapar al destino. Oh Dios mío

ayúdame, my God, my God.

 

(Poema perteneciente al libro inédito Sólo queda una sombra)