Catedrático de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova Ruiz (Valdealgorfa, Teruel, 1956), ha cimentado un sólido prestigio profesional como investigador, autor prolífico y profesor en España, EE. UU. y varios países latinoamericanos. El estudio de la Segunda República española, la Guerra Civil y la represión desatada por el franquismo constituyen buena parte de su insoslayable aportación a la historiografía moderna. También se ha ocupado de la historia social o la Europa de entreguerras. Miembro del consejo de redacción de acreditadas revistas científicas como Historia del presente (Madrid) o Historia social (Valencia); del consejo asesor de Studia Histórica (Salamanca); adscrito al comité científico de Cuadernos de Historia de España (Buenos Aires, Argentina) y a la junta editorial de The International Journal of Iberian Studies (Bradford, England), el profesor Casanova promueve entre sus alumnos proyectos de historia comparada, investigaciones y tesis más allá de las fronteras universitarias españolas. Asiduo en la impartición de cursos, seminarios y conferencias en Londres, Harvard, Indiana o Nueva York, proyecta su futuro profesional en Estados Unidos en un horizonte próximo. 

Julián Casanova es autor de trabajos de referencia en torno al anarquismo -Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938 (1985), De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, 1931-1939 (1997)-; el papel de la Iglesia durante la Guerra Civil -La iglesia de Franco (2001)-; la represión -editor de El pasado oculto. Fascismo y violencia en Aragón, 1936-1939 (1992), Víctimas de la guerra civil (1999), coordinado por Santos Juliá-; las dictaduras -coordinador de Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco (2002)-; la historiografía -La historia social y los historiadores. ¿Cenicienta o princesa? (1991)-, y las grandes síntesis de los períodos cruciales de la España del siglo XX -Historia de España. República y guerra civil (2007).

Compagina su ingente labor profesional con la presencia habitual en medios de comunicación nacionales, haciendo del ejercicio de la opinión en la prensa y la radio, un compromiso ético, intelectual y crítico. Divulgador riguroso y ameno, con un calculado tono de apasionamiento en ocasiones -conserva en su despacho un arsenal de anónimos poco amables, aunque también notas de agradecimiento- y dialéctico siempre, Julián Casanova ha hecho de la tenacidad y el trabajo instrumentos al servicio de la cultura.

 

En el origen, el anarquismo

 

Las inquietudes intelectuales del joven Julián Casanova vinculaban sus intereses primeros con la sociología o la ciencia política, pero sobre todo con la filosofía pura. Dado que ninguna de estas disciplinas se podía cursar en la Universidad de Zaragoza a mediados de los años 70, optó por matricularse en Historia, carrera que mantenía relaciones fraternas con las anteriores y también con la literatura, otra de las sugerentes inclinaciones que conformaban el perfil del estudiante y también militante político de origen turolense. A punto de obtener la licenciatura tomó la determinación de dedicarse a la investigación y planificar su futuro supeditado a la férrea voluntad de construir una obra reconocible y sólida.

 

- En la tradición docente española nunca se ha hecho demasiado hincapié en la orientación universitaria al final de los ciclos medios.

 

- No hay nada de vocación en el oficio del historiador, pero sí hay caminos que te llevan a él. El compromiso en aquel momento con los temas sociales y políticos me inclinó a la Historia. Entonces tenía una militancia antifranquista desde grupos cristianos, vinculados con la editorial Cix, que publicaba los libros heterodoxos que se podían permitir sobre el marxismo, sobre Miguel Hernández, sobre anarquismo. Era una militancia a caballo entre consejos obreros y anarquismo pasada por cristianismo con un grupo que se llamaba «Liberación», un compromiso anticapitalista, antisistema con raíces morales y religiosas próximas a la teología de la liberación. A mitad de carrera abandoné la parte cristiana de la militancia y me integré en los grupos autónomos de Comités de Estudiantes. Los dos últimos años de carrera dejé la militancia política para dedicarme exclusivamente a estudiar, lo que me valió uno de los más brillantes expedientes académicos de la especialidad.

 

- ¿Su interés, digamos científico, por el anarquismo cuándo se despierta?

 

-  Mis preocupaciones hacia el anarquismo no son ajenas a mis tempranas militancias, aunque también había otros ingredientes, como el hecho de haberme criado en el Bajo Aragón y recibir los ecos de lo que habían sido las colectivizaciones y por otra parte, dada la mediocridad en que se encontraba entonces la Universidad, hubo un importante componente de autodidactismo en los últimos años. Leí autores entre la protesta social y los testimonios de la Guerra Civil que me hicieron ver que el anarquismo había tenido una importancia capital en Aragón. Tomé Aragón no como historia local, sino como escenario para estudiar mis preocupaciones sobre el anarquismo. 

Otras circunstancias vinieron en mi ayuda. Durante la mili, nada más terminar la carrera, y con destino en Madrid, gracias a unos contactos tuve la suerte de ser enviado al Servicio Histórico Militar, con lo que al tiempo que hacía la mili redactaba la tesis de licenciatura. Cuando acabé, también tenía finalizada la tesis sobre el Consejo de Aragón utilizando las fuentes primarias encontradas en el archivo del Histórico Militar. Era septiembre de 1980. El Archivo Histórico Militar, y yo entonces no lo sabía, contenía el mejor fondo para estudiar el Consejo de Aragón puesto que Aragón cayó de golpe y allí estaba toda la documentación antes de que se recompusiera el Archivo de Salamanca y fuera trasladada. Allí tomé conciencia de que mi tesis doctoral sería a propósito del anarquismo, las colectivizaciones y a tenor de todo ello formular problemas generales.

 

El magisterio de Álvarez Junco

 

- Las formulaciones en torno al Consejo de Aragón más bien parecen vinculadas a cuestiones de historia local.

- Yo, en aquel momento, por paradójico que parezca, estaba bastante en contra de la historia local, ya que me parecía que era una forma de marco reducido que nunca hacía preguntas generales, aunque empecé a captar que ya había muchísima gente que estaba renovando la historiografía española. En el último congreso de Pau, en 1980, luego vino a Segovia y a Cuenca, advertí que la fuerza del congreso estaba en las gentes que hacían historiografías locales, pero yo no encontré aquí ninguna persona que me orientara en ese camino… sin embargo tuve mucha suerte, porque en el último año de carrera había leído el libro La ideología política del anarquismo español, (Siglo XXI Editores, 1976) de José Álvarez Junco, que era el mejor libro que había hallado sobre ese tema y me puse en contacto con él, le planteé mi línea de investigación, le entusiasmó y empezamos una relación, de manera que cuando acabé la mili, al año siguiente, tuve un hueco en su casa con su familia. Así las cosas me encontré en Madrid, con una beca de investigación que me habían concedido para 4 años con el fin de hacer la tesis, en casa de Álvarez Junco, utilizando su biblioteca y en su Seminario de Historia de los Movimientos Sociales… de modo que todo lo que no había tenido, que era un maestro lo acabé teniendo recién finalizada la carrera. 

La segunda fuente de influencia fue mi hermano, que estaba en el extranjero en aquel tiempo y me animó a salir fuera; luego lo primero que hice el verano siguiente fue marcharme a EE.UU. allí estuve en la Biblioteca del Congreso, en Washington. En Nueva York encontré a viejos anarquistas que escribían sobre el anarquismo español. Fui a Ámsterdam, a París…

 

-  ¿Qué le debe al magisterio de Álvarez Junco en el largo camino de su tesis? 

- Acabé la tesis en 1983, un año antes de que terminara el plazo estipulado. Eso fue producto de un intenso trabajo y porque creo que encontré las fuentes de inspiración teóricas e interpretativas, así como las fuentes primarias, es decir encontré aquello a lo que un historiador puede aspirar que es un archivo o varios con fuentes primarias, mucha literatura secundaria, métodos y teorías que guían y buenos estímulos como la amistad de Álvarez Junco, que fue básica, y su prestigio, tanto por su trabajo sobre el anarquismo como por su Seminario de Estudios Sociales. Álvarez Junco me enseñó a ser riguroso con los conceptos, él tenía una especie de obsesión por hacer explícitos los conceptos que utilizaba porque él venía de la sociología y al contrario que la mayor parte de los historiadores que iban al archivo y no se planteaban nada más, Álvarez Junco partía de que toda investigación debía tener unos presupuestos metodológicos, interpretativos y teóricos. Yo de allí salí ganando, porque en mi tesis doctoral de historia, había ya claras conexiones con las ciencias sociales.

 

- También el profesor Carreras influyó en sus métodos de trabajo.

-  Fue el segundo período de Juan José Carreras en la Universidad de Zaragoza. Él firmó mi tesis doctoral y ya me quedé en Zaragoza. Carreras abundó en la importancia de la historiografía que yo ya había percibido, pero él me mostró el método y la línea de indagación.

 

El auxilio de las ciencias sociales

 

- ¿De qué modo se imbrican la filosofía, la literatura, la sociología, la antropología, la economía… en la experiencia del historiador? 

- La gente que había ido a Francia había captado la relación entre la Historia y las ciencias sociales a través de la Escuela de Annales, y fundamentalmente gracias a lo que se había traducido aquí de Lucien Febvre, Marc Bloch o Fernand Braudel. La Historia tenía tres niveles: las estructuras económicas y sociales, la coyuntura y después estaban los acontecimientos. Yo, sin embargo, por influencia de Álvarez Junco y aunque había estudiado siempre francés, giré hacia el mundo angloamericano, con lo cual tuve influencia de los marxistas británicos que habían incorporado la experiencia de los franceses desde la sociología y la antropología, aunque tenían menos demografía y menos economía que ellos, pero sobre todo tenían una especie de pasión, de obsesión, por la narración y la literatura, y también por la síntesis, con lo cual me fui por ese camino… En Georges Rudé o en E. P. Thompson hay mucha más narración e imaginación literaria que en Braudel que te habla de las estructuras. A mí, eso, me marcó.

 

- ¿Cómo se concretó en su carrera esa mirada al mundo anglosajón? 

- Fui a Inglaterra con Preston, era el año 1986. Paul Preston todavía no había publicado la obra que lo lanzó a la fama, Franco, aunque ya tenía ultimado el libro sobre la Transición y su trabajo sobre la Guerra Civil en el año que se conmemoraba el 50 aniversario del inicio de la contienda. En Inglaterra, a donde viajé con mi mujer, encontramos la amistad y la generosidad de Preston y un ambiente de trabajo y relaciones. Descubrí a la gente de la Historia Social Marxista, sobre todo la History Workshop, una especie de taller del historiador creado por un personaje clave, Raphael Samuel, que había incorporado a gente que sin ser académica tenía pasiones, erudiciones y conexiones con la Historia… era como una especie de universidad abierta, obrera, en el corazón de Oxford. Raphael Samuel nos honró con su amistad y nos abrió su casa donde siempre había reuniones de comunistas, de gente relacionada con el teatro, con la cultura, el arte…, es decir, lo que era la tradición marxista británica que tenía mucha conexión con el mundo de la escena y la literatura. Esa fue una influencia muy clara en mi vida que me permitió conectar con algunas de las personas que yo había leído.

 

-  Fue algo así como un viaje iniciático cuya influencia no ha olvidado. 

- Empecé a trabajar en lo que sería mi futuro libro, La historia social y los historiadores (Crítica, 1991). Desde el final de la carrera yo intuía que esa miseria metodológica, teórica e interpretativa que había sufrido, de alguna manera tenía que servirme para que yo publicara un libro sobre el método y sobre la introducción a la Historia para que lo pudieran leer los estudiantes. La historia social… es un libro muy atrevido que marcó toda una época y causó polémicas porque en España algunos consideraban que la metodología y la reflexión deberían estar en manos de mayores y los jóvenes dedicarse a las investigaciones primarias. Este criterio todavía se mantiene. El libro fue el resultado de este caudal, de este magma y todo ello basado en criterios que me inculcó Álvarez Junco: habla sólo cuando tengas los conceptos claros; hay que estudiar a los autores; hay que leer a los autores originales, no a través de lo que dicen los demás… si hablas de Marx hay que leerlo. Álvarez Junco siempre decía que había descubierto que la gente hablaba de anarquismo y no había leído las obras de Bakunin, ni a Malatesta, ni a Kropotkin…

 

- ¿Qué relación mantuvo con Paul Preston, cómo influyó en su trabajo de este tiempo? 

- Preston marcó de alguna manera la gran investigación que emprendí después de publicar mi tesis sobre el anarquismo y el volumen de la historia social. Con Preston hablé muchísimo. Él ya había realizado trabajos y escrito artículos sobre la tradición militarista y golpista y a menudo me decía que mis libros eran importantes y habían sido muy bien recibidos en Inglaterra, también Raymond Carr dijo en El País que mi libro sobre el anarquismo era el más original que se había publicado sobre la guerra… Preston no dejaba de repetirme que el Consejo de Aragón había durado poco y la dictadura había durado mucho. Así es como planteamos la posibilidad de dar un giro y de ahí surgió El pasado oculto. Fascismo y violencia en Aragón, 1936-1939

En 1987 solicité un proyecto de investigación a la DGA y me lo denegaron aduciendo que había que estudiar las dos zonas, no sólo una. Al año siguiente sí entraron a financiarlo con 600.000 pesetas que sirvieron para aglutinar un grupo de trabajo que dejó finalizada la investigación en 1991, un año antes de la publicación en Siglo XXI, ya que la DGA también declinó la edición. Aquí cerré un capítulo y me fui a Harvard.

 

- El pasado oculto es un libro de referencia, sin duda, en el que aglutinó un importante equipo de investigadores de su propia escuela: Ángela Cenarro, Pilar Maluenda, Julita Cifuentes, Pilar Salomón… 

- Yo me había quejado siempre de que no hubiera maestros, no en el sentido de personas a las que adoras y reverencias, sino maestros que crean círculos de trabajo y hacen escuela. Entonces empecé a dirigir trabajos de investigación como pudo ser El pasado oculto. Discutíamos las tesis, los argumentos, hacíamos críticas al trabajo con una gente que acaba de terminar la carrera… es una de las cosas de las que me siento más orgulloso y creo que en eso aprendí mucho de Preston que es un personaje, aparte de su valía personal indiscutible, que crea amplios grupos de trabajo. Hay un momento en que la historiografía angloamericana sobre la Guerra Civil se quedó prácticamente huérfana de los jóvenes porque los viejos no dejaban nada detrás: Stanley G. Payne, Edgard Malekafis, Raymond Carr… pero Preston siguió trabajando con los jóvenes y de él tomé la enseñanza de que hay que dedicarse en cuerpo y alma a trabajar con la gente que viene al despacho para hablar contigo.

 

-  Dice que con El pasado oculto cierra un capítulo y se va Harvard. 

- En Harvard empecé a dar mis primeras clases en EE. UU. y precisamente allí descubrí otro mundo, el mundo de la Europa de entreguerras y empecé a interesarme por la historia comparada de aquella Europa de la que había leído muchísimo: los Balcanes, el Este, los fascismos… En Estados Unidos nació mi hijo, luego viajamos mucho por países como Ecuador, donde impartí algunos cursos en relación con el libro sobre los métodos. De inmediato emprendí lo que era mi ambición desde la tesis, hacer una síntesis del anarquismo en los años 30, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, 1931-1939, (Crítica, 1997).

 

Desconocimiento de la historia comparada

 

- ¿Tiene capacidad, recursos y profesorado competente, la Universidad española para formar buenos historiadores?

- Está habiendo cambios importantes. Sale más gente fuera producto del programa Erasmus y se investiga más porque hay más fondos, también hay profesores que han estimulado a los estudiantes a salir fuera. Mucho se está moviendo en la historiografía española, y cuando uno hace balances por temas comprueba que hay gente que está avanzando. Creo, no obstante, que hay cosas que no están solucionadas. La mayor parte de la gente que sale, aun sabiendo idiomas, termina investigando sobre España, es decir, no hay españoles especialistas en Hitler, la revolución rusa o la revolución industrial; como sí hay historiadores franceses, norteamericanos o británicos que se especializan en España. La presencia del historiador español en los ámbitos internacionales siempre es para hablar de tema español, aunque ya pueda hacerlo en varios idiomas.

 

- ¿Por qué ocurre esto? Alguna responsabilidad tendrán los departamentos universitarios. 

- Es un déficit en la formación, forma parte del legado del pasado. No tenemos en los departamentos especialistas en otras cosas que no sean España. Sólo unos pocos hablamos de Europa, tampoco hay una tradición de referirnos a Latinoamérica, la gente desconoce todo acerca de estas latitudes. Es decir, hay muy poco conocimiento de historia comparada, pero además, las grandes líneas de investigación en España se hacen a través de equipos de especialistas financiados por institutos de estudios locales, provinciales y regionales, con lo cual, el principal obstáculo para abrir el mercado historiográfico al ámbito internacional es que casi todo el mundo tiene que realizar sus tesis doctorales financiadas por institutos de proyección local que exigen de alguna manera enfocar el estudio a su propio ámbito de trabajo. Está claro que alguien puede hacer un trabajo microscópico y lanzarlo al universo, pero yo voy más allá, me refiero al hecho de que alguien con apellido español fuera respetado en Inglaterra o en otro país por haber hecho un trabajo muy bueno por ejemplo sobre la crisis del 29 en la industria de Manchester. Es el caso paralelo del inglés que viene a España y hace un trabajo ya no sólo sobre España, sino algo tan concreto como la Iglesia católica en Salamanca en 1936… Es un déficit que debemos salvar los historiadores españoles, que estamos muy autocomplacidos, para poder competir en el mercado internacional en términos de igualdad.

 

- ¿Las tesis que usted dirige contemplan una proyección supranacional, fomenta el interés por la historia comparada? 

- Está en marcha un gran trabajo sobre el terror republicano partiendo de varios ejemplos en el marco de la sociedad española, este trabajo se está redactando en Estados Unidos; las relaciones durante la Segunda República entre la Iglesia y el Vaticano a la luz de las nuevas fuentes vaticanas referidas a la República; Guerra Civil, franquismo y memoria a través del cine, es una investigación de una becaria que ha trabajado varios años en Nantes en su festival de cine; la participación de los aragoneses en la Segunda Guerra Mundial contra el nazismo en Francia; hay dos becarios en Argentina, uno de ellos vinculado a un gran proyecto de investigación y coordinación que yo dirijo con profesores argentinos y españoles, y otro estudio sobre protesta social y relaciones entre anarquistas españoles y argentinos; un estudio comparado entre el Movimiento de Liberación Nacional, la guerrilla colombiana y ETA, realizado en Colombia, se leerá este año en Zaragoza. En definitiva, procuro abrir perspectivas comparadas con otros países y abrir caminos.

 

- En alguna ocasión usted ha dicho que se encuentra más cómodo trabajando en Estados Unidos que en España. 

- Sí, por varias razones. En los últimos años en EE. UU. sólo he dado clases a alumnos de doctorado, gente que ha terminado la licenciatura, y eso produce muchas satisfacciones. También es cierto que te exige mucho. Esas clases son una especie de aula de la ONU, hay cuarenta alumnos de múltiples procedencias, a todos hay que dirigirles las investigaciones, corregir sus trabajos… y además hay muchos más medios, las bibliotecas son infinitamente mejores, hay seminarios de discusión y un ambiente que no existe aquí. Por otro lado, siempre hay algo de romántico cuando vas fuera, en la medida que no estás comprometido con los trabajos burocráticos y administrativos que aquí ocupan mucho tiempo, ni tampoco inmerso en las pugnas y luchas académicas y la toma de decisiones acerca de colegas que tienen que venir a la universidad o no... Si yo terminara allí trabajando una parte de ese romanticismo desaparecería porque me vería sumido en esa vorágine del papeleo. El sistema, con todo, es allí bastante mejor porque la universidad norteamericana es una mezcla de exilio del período de entreguerras, de la ética protestante y de judaísmo, y esa mezcla con recursos económicos es explosiva. No es, a pesar de todo, una institución conectada con el poder, en el sentido de colaborar o criticar a los poderosos, pero sí un foco de discusión y debate que no se produce en los ámbitos de la sociedad. Allí hay capacidad crítica y libertad en el trabajo y una ética que otorga más énfasis a los méritos.

 

- ¿Tiene intención de irse definitivamente a trabajar a la universidad americana? 

- Insisto en lo dicho, me siento mucho más a gusto fuera que aquí, a pesar de que tengo un compromiso con el mundo de la Historia y con la sociedad española a través de los medios de comunicación, que me sería muy difícil llevar a cabo en Estados Unidos. En fin, sí me gustaría irme y si no lo he hecho todavía ha sido básicamente por una razón familiar, además del vínculo que tengo con los estudiantes a los que dirijo trabajos de investigación y que de alguna manera debería resolver. Esa posibilidad, en efecto, sí está en el horizonte, y además en un horizonte cercano.

 

La necesidad del debate intelectual en los medios

 

- Valora de modo muy destacado su presencia en los medios… 

- Siempre ha habido una sensación paradójica en el mundo de los historiadores. Por un lado hay una queja de que el poder no nos atiende, que las editoriales sólo publican libros que tengan difusión… una queja en torno a que hemos perdido poder, pero por otro lado hay muy pocos historiadores que hayan dado el paso de querer transmitir lo que están haciendo aquí con el compromiso de divulgación, difusión y aparición en los medios. Es decir, se produce la queja pero la gente no pone remedio y por otro lado, cuando alguien pone remedio hay quien sospecha que ese no es el camino, que el camino está sólo en las revistas científicas y en los libros. Me parece una paradoja muy grande, máxime si consideramos que no hay historiadores que a partir de una determinada edad, unos 50 años, publiquen mucho en revistas científicas. La presencia en el extranjero, en libros y en revistas es nula en el mundo de la Historia, con lo cual al final la gente acaba teniendo relaciones de poder internas, o de proyección social de su titular, pero sin la frescura del compromiso. Las publicaciones sólidas de historiadores consagrados no son tantas, las de jóvenes sí son abundantes. A mí me parece que estamos en un momento de tensión en ese aspecto, y creo que España tiene una gran necesidad de gente que entre en el debate intelectual y político conectando con la Historia y desde ese punto de vista creo que hay que hacerlo en la radio, en la televisión, en la prensa, abriendo caminos, aprovechando los cauces… aunque a veces te censuren, como me ha ocurrido a mí mismo en Zaragoza.

 

- ¿Incluso participando en tertulias radiofónicas, un género a menudo de escaso relieve y dudoso prestigio periodístico? 

- Cuando me lo plantearon era el momento de la memoria histórica y me pareció oportuno intervenir en radios que tienen una buena audiencia, aun a sabiendas de que hay días que es necesario hablar de cosas que no te apetecen.

 

- ¿Sus colegas historiadores no lo pueden tachar de frívolo, incluso superficial por intervenir en estos programas? Además, pueden argumentar que precisamente su presencia en los medios le resta tiempo y esfuerzo a su trabajo intelectual, en beneficio de una proyección social y el cultivo de una imagen… 

- Hay dos argumentos para desmontar esa tesis, si es que alguien se atreve a formularla. Primero, estoy en los medios de comunicación al tiempo que aparece una colección de libros de Historia y el primero que presenta su trabajo soy yo que cumplo mis compromisos con las editoriales. El proyecto de Historia de España está ahora medio parado porque dos libros que debían haber entrado en imprenta a finales de 2007 todavía no se han entregado al editor. Mi República y Guerra Civil, no sólo cumplió con los plazos establecidos, sino que va a ser influyente en la historiografía y va a ser traducido al inglés. ¿Se traducen libros de Historia de España teniendo a Preston y otros autores? Otro argumento, no sé si hay un historiador en España que dirija más tesis que yo… y que pregunten a los alumnos, en fin… los argumentos se deshacen, aunque puede ser que alguien los utilice. Lo que termina dando la medida de las cosas es la investigación, la docencia, los lectores, los alumnos, los que te rodean… He dirigido 20 tesis doctorales, decenas de tesinas…

 

- ¿Cómo es su relación con el poder? 

- Mis relaciones con el poder institucional son nulas, nunca he tenido una relación, un cargo… las pocas veces que me han sondeado cuando he puesto condiciones se han echado atrás, lo que me parece ciertamente clarificador, y lo creo así porque si tengo una proyección social, editorial, una proyección con los medios, es raro que no la haya tenido en otras facetas, aunque posiblemente por mi propia decisión no la tendría. La explicación es muy clara, al margen de lo que cada uno piense, soy una persona poco dócil y tengo pocos compromisos desde esa perspectiva con la gente que está en el poder, además me interesa muy poco este compromiso. No soy una persona neutral, ni inocente en la ideología, ni en la forma de plantear las cosas.

 

- ¿En qué proyecto está trabajando ahora? 

- Voy a escribir una síntesis sobre el siglo XX español que tengo comprometida para publicar en 2009. La verdad es que hace tiempo tengo el proyecto de hacer un libro sobre Europa entera, ya veremos qué hago con él. Además, acabo de proponer la investigación magna sobre las responsabilidades políticas en Aragón, ya está creado el equipo de trabajo. Pero las cosas no deben parar aquí, hay que abundar en el conocimiento e indagación en torno al franquismo, conocer las oligarquías, el desarrollo del urbanismo, de la industria, las elites de los profesionales liberales, los medios de comunicación… es una historia pendiente, pero también es una historia maldita en la que probablemente nadie se atreverá a entrar. La represión es un tema duro, pero aparentemente es más fácil profundizar ahora en ese aspecto que proponer una biografía sobre Gómez Laguna.

 

- La Guerra Civil nunca dejará de ofrecer materia para la investigación y el conocimiento. 

- Es siempre un tema abierto. Desde el punto de vista de las grandes cuestiones de la guerra, las grandes respuestas están enunciadas: razones del golpe de Estado, por qué unos ganaron y otros perdieron, la internacionalización de la guerra, los grandes problemas de la revolución y la contrarrevolución, la violencia política, los conocimientos de las grandes biografías de los personajes… todo esto ya está formulado. Ahora bien, como es un tema que en los últimos años la investigación también lo ha referido al testimonio y la memoria, aunque a veces se confundan, el pasado y el presente de la Guerra Civil ya no se analizan sólo en términos historiográficos. Nunca está cerrado este tema, además, los archivos van a seguir dando sorpresas.