Un muro al sol, todavía en invierno,
y un cielo azul con cigüeñas que pasan,
tienen ese poder de llamarme de nuevo
a la vieja ciudad donde nací.
Y me dejan parado, boquiabierto,
allá donde se funden las afueras
de cara al campo: rocas,
los senderos,
la última espadaña de una ermita
que cae sobre el declive del río…
¿O es que el tiempo
tiene como un regazo, fiel, paciente,
donde guarda mi ausencia —igual que un lecho
con su forma vacante—
hasta la plenitud de mi regreso
en la mañana intacta de la vida?
Tengo ahora en los labios un instante de aquellos
que no quiero perder sin que algunas palabras
lo retengan.
Recuerdo
lo llamaréis; mas no,
en realidad es algo muy distinto de eso.
Podríamos llamarlo
primavera en invierno:
a la hora del Ángelus, en un día de marzo,
hay un niño tumbado sobre el suelo
de maderas doradas, con los brazos en cruz,
que recibe el aliento
—de par en par abiertas las ventanas—
del sol, en lo más alto, y el estremecimiento
de sentir que algo sube por el patio
(que es casi un pozo negro)
hasta que llega en forma de palabras
montadas a los lomos del oleaje eterno
de la música.
Luego, ensimismado,
y en total abandono mira al cielo
y su forma perfecta de polígono azul.
Mitad felicidad y mitad miedo.
Pero si yo tuviera
que elegir de entre todas, primavera en invierno,
tus manifestaciones,
no hallaría una sola. Porque es el mundo entero
cada una de ellas, en un rayo de sol.
Lo que siempre llamamos inspiración de un verso
es ese observatorio que, en su día más puro,
es como si alcanzara un cielo abierto
parecido al del mártir.
Cuando pasan
cigüeñas por un río —mi río, el río Duero—
y en los momentos de oro,
es en él en quien pienso.
En esa comprensión de la unidad
que sólo es suya; en el desasimiento,
raíz de la alegría,
y en la dilatación del alma —hasta el orden de un cuerpo—
que es la visión de Dios.
Para mí es como un reino
que no nos pertenece
y al que pertenecemos;
del que nada nos dice ni la altura
ni la profundidad, ni cerca y lejos
que sirvieran de luces o señales
al corazón; secreto como un centro
que no está en el pasado
ni en el futuro.
Pero
también es este un reino que aquí se hace fugaz:
en unas pocas horas vuelve el hielo
después de estas mañanas soleadas, azules.
Como vuelve de nuevo
la variedad, la vida…
Y entonces, en los dedos,
sólo nos quedan trozos,
pasajes sueltos,
rotos y sueltos como de una canción de amor.