Hace años, cuando estudiaba la carrera, había una asignatura de Historia del Arte (aunque fueras de otra titulación, como era mi caso, podías elegirla como “libre elección”) que impartía Agustín Sánchez Vidal, con el nombre de Historia del cine y de otros medios audiovisuales y en la que, durante todo un año, se podía aprender sobre la historia del cine, sus géneros y sus características esenciales. Entonces, había un manual del propio profesor que completaba tus apuntes y que venía muy bien, pues era una síntesis de la historia del cine bastante completa y detallada. No sé si la asignatura existe todavía o qué bibliografía recomiendan, pero estoy seguro de que Hermosas mentiras. Tópicos y clichés en el cine, último libro de Alfredo Moreno, fantásticamente editado por la zaragozana Limbo errante (con mucho gusto y cuidado y con una preciosa portada a cargo de Juan Luis Borra), debería formar parte de los libros obligatorios que todo buen estudiante de cine ha de leer (sí, se ha de leer y no sólo googlear). Y no es una boutade o un guiño de complicidad hacia un escritor y crítico cinematográfico a quien leo y sigo desde hace años en su blog 39 escalones (como mucha más gente, pues es una de las bitácoras de cine más leídas), sino una afirmación que viene de la lectura de un libro riguroso, a la par que ameno, didáctico, claro y que propone una visión sobre el cine basada en los tópicos, las repeticiones o los clichés. Es un libro que transmite amor al cine y, sobre todo, un poso de conocimiento y sabiduría hacia el objeto de análisis, con ese estilo cada vez más depurado y claro - suaviter in modo, fortiter in re, podría decirse-, necesario en un ensayo de este tipo, que se va a las casi 400 páginas. Pero es que, además, de repente, en medio de un análisis certero y documentado sobre los personajes de una película suelta algo así como “cuyos protagonistas […] y cuadros de baile parecen haber sido escogidos de acuerdo con algún oscuro proceso de selección racial” y es entonces cuando, como lector, se agradece el paréntesis, el humor –a veces algo grueso, como cuando se refiere a los monjes de El nombre de la rosa- y el descaro, tan necesario en estos tiempos en los que mucha gente guarda opiniones y teme herir sensibilidades demasiado sensibles, o en los que sucede lo contrario, y las opiniones sin filtro ni criterio abrotoñan por todos lados (sobre todo los digitales).

El libro está dividido en cuatro grandes bloques (La tradición, Propaganda y moral, Geografías físicas y humanas y Eternos retornos) y un epílogo, junto a un prefacio e introducción y la bibliografía (reducida, pues estoy seguro de que ha manejado numerosas referencias). Desde el inicio plantea una tesis que es la con la que creo que Alfredo viene entendiendo el cine desde sus primeros libros (39 estaciones. De viaje entre el cine y la vida, publicado por Eclipsados en 2011 y más recientemente con la novela Cartago Cinema, en Mira editores en 2017) y es que el cine viene a explicar nuestra vida, y que cuando hablamos de cine hablamos de nosotros mismos; y también, por qué no decirlo, el cine es “nuestra vida de repuesto” (frase de José Luis Garci; por cierto, el libro concluye con una referencia a El crack). Y en esa vida el cliché, el lugar común, la repetición, juega un papel determinante, pues forma parte esa verdad que necesitamos asumir, de las certezas que queremos que nos cuenten. El misterio, el cambio de rumbo, la ruptura de la norma son los elementos que hacen avanzar el cine.

Como reza uno de los subcapítulos incluidos dentro del primero (“La tradición”), el inicio de todo está en Grecia, en la Historia etiópica de Heliodoro de Émesa (siglo III d. C.), en el inicio de la novela histórica y la de viajes (o aventuras). Y sobre los esquemas básicos que la narración de ese tipo novelas proponen se sustenta una secuencia lógica que el lector (o espectador) recuerda y prevé, pues, en el fondo, “todas las historias son la misma historia”. Y de esas historias que son siempre las mismas es de donde surge el conocimiento compartido entre autor/creador y público (lector o espectador), es decir, de los tópicos, de los lugares habituales que ambos poseen y que se presentan en diferentes formas y combinaciones. Las distintas narraciones no son sino diferentes formas de combinar y repetir los mismos esquemas y patrones, con diferentes formas y estilos, pero siguiendo un mismo modelo. En la base de los tópicos y clichés en el cine se hallan los seriales, novelas por entregas y folletines, que fueron superados poco a poco en los inicios del cine (que Alfredo sitúa en Hollywood en torno a 1914), cuando el cine empezaba a ser cultura y espectáculo, arte e industria. En la narrativa visual nos hemos acostumbrado a no sorprendernos ante la trama de las series o películas y tenemos esa sensación de que ya lo hemos visto, de que sabemos cómo se va a desarrollar (con sus variantes). En la capacidad de salirse de la tangente, de superar los clichés y los tópicos, está la novedad y la sorpresa y también la manera de evolucionar y presentar propuestas nuevas, que se rebelen contra esos clichés y tópicos que han servido (y sirven) para rodar películas. El cine es una constante evolución en la que la lucha contra el estereotipo o la “monoforma” marca la renovación y la novedad y la capacidad de jugar con la sorpresa hacia el espectador. Aquellos que han mostrado su oposición o su novedad ante el cliché son los que han hecho evolucionar el cine, cuestionar las verdades asumidas y hacer evolucionar el cine, la cultura y nuestra propia concepción del mundo y de la vida.

Dentro de esta historia del cine a partir de los tópicos y clichés que presenta Alfredo Moreno, merece una especial atención el largo capítulo titulado “Propaganda y moral”, en el que se explica de manera detallada, con numerosos ejemplos, cómo los diversos géneros cinematográficos “asumen la línea oficial de pensamiento y de moral patriótica”, sobre todo a través del género bélico y del western. Destacan también las páginas dedicadas a la figura del presidente Abraham Lincoln en el cine (en el subcapítulo “La necesidad de héroes”), quien se convierte en “la conciencia de Hollywood, su guía espiritual” y es una presencia constante en la filmografía del más grande de los directores, John Ford; o el análisis de los años sesenta como los de los intentos de ruptura del cliché y el tópico. Asimismo, las películas de juicios de los años cincuenta y sesenta o los melodramas de Douglas Sirk son analizados en clave ideológica como producto de un tiempo y de una defensa de un sistema de valores determinado. Y es entre estas formas cinematográficas y las películas en las que se muestra la domesticación de la mujer, su confinamiento a una determinada esfera personal y pública y se establece mediante la ligazón entre los diversos subcapítulos del libro (muy folletinesco esto de dejar tensión al final de cada parte). En las páginas del libro se explicita también una de las ideas que Alfredo repite en varias ocasiones (y que los lectores de su blog ya conocerán), que es la infantilización y mercantilización del cine en los ochenta, la sumisión a los cánones de lo políticamente correcto, que todavía hoy colean. El orden y la moral no se cambian, sino quienes osan cambiarlo o rebelarse contra él y eso lo vemos en películas en las que el abuso económico, el adulterio o la infidelidad son castigados.

El capítulo “Geografías físicas y humanas” aborda las películas ambientadas en lugares extraños o exóticos para Hollywood, cómo se proyecta la mirada exterior sobre ellos (con todos los tópicos y clichés necesarios) y cómo perviven la visión occidental sobre su historia. A lo largo de los más de cien años de vida del cine, se ha creado una mirada conservadora, paternalista, que no ha ahondado en los problemas de esos otros lugares que no son Hollywood; de este modo, la visión que sobre África se transmite resulta interesante por cuanto nos dice de cómo vemos este continente, desde unos presupuestos coloniales, que se extienden también a otras partes del mundo (muy recomendables las páginas dedicadas a España y lo español, por cierto). Cuando Hollywood ha reflejado su país, lo ha hecho sobre todo a través de tres grandes géneros, que son la esencia del cine: el musical, el melodrama y el western, siendo este último, a juicio de muchos, el más inequívocamente norteamericano (es “su” historia) y aquel que, frente a todas las adversidades, cambios de mentalidad, gustos o fórmulas repetidas, sigue ahí, es el “alma de América”.

El cuarto capítulo, “Eternos retornos”, está más centrado en el presente, en nuestra sociedad actual y va desarrollando ideas que podíamos ir espigando en otras páginas. Es aquí, cuando habla de la hiperconexión, de la sociedad espectáculo, de la posverdad, del éxito inmediato y efímero y de la prisa, cuando uno cree ver una cierta nostalgia hacia otro tiempo del cine (y de la vida, quizás), no exento de rigor a la hora de desgranar los males que nos afligen. En este tiempo el cliché pervive, tranquilo y seguro, adaptado a los nuevos tiempos y demandas de público y productores. La misión, el desarraigo, la inadaptación, el buen salvaje, “los detectives de sí mismos” o el cambio de patrón u orden social son los clichés que van siendo comentados a través de un numeroso grupo de películas que cubren un espectro temporal amplísimo, ofreciendo de este modo mayor objetividad y muestran cómo el cliché pervive, se adapta (con alguna mutación) y sigue siendo la base del cine.

Finalmente, en el epílogo, se establecen una serie de ideas en torno al presente y al futuro del cine (otro cliché en sí mismo, si se quiere), donde vemos que el diagnóstico que ha ido permeando en diversos fragmentos del libro cobra más sentido y cuerpo. El agotamiento, la falta de ideas, la repetición, la excesiva proliferación de sagas, la infantilización, la sobrevaloración…todo aquello que ha hecho que un tipo de cine quede relegado al circuito doméstico o a los canales y medios poco comerciales, son los elementos que perduran en el cine actual. De todo ello, el culto a la juventud (página 378 y siguientes) y la reducción de propuestas que llegan a las salas –con mucha estética de videojuego y videoclip musical, claro- son los síntomas más evidentes y los retos a los que se enfrenta el cine (quizás la batalla esté perdida), junto a la pérdida de espectadores que termina refugiándose en las plataformas digitales, en sus casas. Es necesario también que el cine adquiera una mayor consideración como cultura y pensamiento, no solo entretenimiento (página 385), que el público esté más formado críticamente, y que, aunque no es objeto del estudio, la piratería sea castigada con mayor dureza (existe un cierto laissez faire en este sentido, y música y cine, entre otras artes, son saqueadas impunemente). En su reivindicación como arte, como “hecho cultural”, está su supervivencia. El resto, por desgracia, no es más que juegos de artificio, entretenimiento huero, como cualquier otro.

Hermosas mentiras –genial título- es un libro que nos hace pensar y que nos plantea hipótesis, ofrece caminos por los que nuestro interés como espectadores o lectores puede transitar más adelante, y que, a mi juicio, contiene pequeños ensayos en cada capítulo, que quizás, en futuros libros, se podrían desarrollar mucho más (creo que Alfredo haría un fantástico libro sobre el western, por ejemplo). Creo que hay temas o ideas que quizás se hayan quedado fuera del libro o que no se ha querido profundizar en ellos, para dejar un debate abierto y no tratar de abrumar al lector. Hay querencia por el cine clásico, que es el “cine de verdad”, junto con las películas que, con cuentagotas, se van saliendo de las líneas trazadas en la actualidad. Y hay también una nostalgia en estas páginas por ese cine al que no se le veían las costuras, que era, con sus tópicos y clichés, un cine que ofrecía respuestas, conocimiento o descubrimientos al espectador, no solo entretenerlo. Alfredo Moreno ha escrito un libro fantástico, muy documentado sin que se note, claro, didáctico y con un propósito, como ha de hacerse en un ensayo de este tipo. Lo único que uno lamenta es que solo tenga la extensión que tiene; sucede como cuando lo escuchas por la radio en un programa semanal de cultura de Aragón Radio, que te saben a poco los diez o quince minutos que tiene para hablar y explicar algunas películas. El debate, por tanto, sobre la supervivencia del cine está abierto; el problema es que no sabemos si al cine, tal y como lo hemos entendido muchos, le queda mucho tiempo.

 

Alfredo Moreno. Hermosas mentiras. Tópicos y clichés en el cine. Zaragoza, Limbo errante, 2018.