
Juan Tallón (Orense, 1975) utiliza la ironía como una protección narrativa. La lectura de El mejor del mundo (Anagrama, 2024) nos ofrecía la ucronía como redención emocional y familiar con un punto ácido, con presencia (semántica) de Hitler incluida y con Mil cosas (Anagrama, 2025) nos encontramos frente al desmoronamiento de la rutina a través de un mínimo temblor, es una especie de reverso doméstico de alguien que siempre escribe ajeno a redes y protecciones, que teclea sin pausa ni control de daños. Solo se permite respirar (y que respiremos), cada pocas líneas.
Stephen King se hace presente (otra vez, es muy habitual últimamente, desde Mariana Enríquez al alemán Clemens J. Setz) para normalizar el afán creativo y laboral del escritor. La obra tiene que estar antes de que el frío del pánico enfríe la hoja en blanco. Tallón ha escrito su novela más breve, más acelerada y, paradójicamente, más humana. En apenas 149 páginas y 23 días (no sabemos si es cierto o importante, o promocional), el escritor gallego se ha permitido un gesto que roza lo punk: escribir por placer. Dice no a la novela “seria” (aunque El mejor del mundo tenía rasgos de ciencia ficción y bifurcaciones que más que realismo fantástico parecía un guiño a la escuela de Philip K. Dick), para divertirse, como quien deja el despacho y se lanza a la calle. Sin hojas de cálculo, plan de marketing… en el caso del escritor, fuera de la ansiedad editorial y cifras de venta, la revuelta de lo inmediato. Ese ritmo, más bien esa urgencia, es parte del resultado atropellado y atropellante de esta novela, urbana y nada comedida, donde el semáforo parece estar siempre en amarillo.
Para sus protagonistas —Anne y Travis— la vida es una sucesión de hechos y acciones, con aderezo de ansiedad y sin preguntas más allá de las decisiones inmediatas. La sociedad actual, la pasada y, por lo que estamos viendo a día de hoy, la futura, comparten estructura: así los agobios y las preocupaciones pueden cambiar de cara, pero su naturaleza es perenne. Se fichaba antes, se hacen llamadas temáticas hoy, en el futuro habrá objetos vigilantes de nueva generación para el control horario y, pronto, emocional. Más pantallas, más números, más derrotas. Una sucesión de días, como salidos de una máquina de clonación futurista, se acumulan sobre la mesa (sea de roble o digital). Hay humor y hay ternura. Porque sabemos que en lo trágico y en saber asumir nuestro propio ridículo está la única salvación posible. Es la humanidad decantada, las bromas sobre la muerte para mantenerla alejada. Un urbanismo aséptico que hace de la ciudad un elemento intercambiable y, por lo tanto, deliberadamente monótono, complementa la narrativa. La monotonía muda a aburrimiento y viceversa. Al menos queda la esperanza de que la leyenda española, esa chispa de descuidado proceder laboral, sea parte de la grieta por la que la vida se asome en el paisaje globalizado que Tallón nos muestra, con sus personajes, sumidos en el café/lavativa de máquina buscan romper ciclos sin mucho entusiasmo.
Los estudios últimos hablan de que el occidental promedio, el trabajador europeo y americano, de manera general, sufre un ciclo vicioso que le impide dormir de manera ordenada, sumido en insomnio y latencia química, que le lleva a un día de agotamiento y somnolencia que, de nuevo, tiene que combatir con estimulantes. Es una novela, la de Juan Tallón, que tiene algo de homenaje a ese cansancio. Un cansancio global, no específicamente físico, más bien existencial, en el que se encuentra sumido: atascos y cabezadas, reuniones eternas, sobre estimulación inmediata de redes como entretenimiento.
Tallón escribe como se navega hoy: a ráfagas. Sus frases parecen diseñadas para convivir con la distracción, pero al mismo tiempo la combaten. A veces la sentencia prevalece y es necesario detenerse y volver a leer. Una literatura torrencial con el aderezo del vértigo, Juan Tallón deja que las palabras surjan, impregnen papel y documento, abran la ventana que refresque la sociedad moderna.
Es cierto que este libro no es una obra maestra, pero es necesaria, como en la trayectoria de cualquier autor. Sus lectores encontramos una construcción sólida, libro tras libro y este es una especie de descanso activo, un capítulo más en el complejo arte de la observación, subjetiva y pasional, de los vicios (y alguna virtud) de lo que le rodea. La literatura tiene que ser una herramienta de salvación, más lúdica que mesiánica, y, en el caso de Juan Tallón, la utiliza de manera decente y placentera.
Juan Tallón, Mil cosas, Barcelona, Anagrama, 2025.

