Pliegues de ánimo oculto fustigados de sal.

 

Grutas y salbandas descubridme

una antigua razón cuya hendedura

ahuyente el pavor de la sangre.

 

Días de tinta errante pavonados

de fraguas colmaron de vid mi instinto.

Alguien ensartó palabras melancólicas,

derrubios de soledad

en un anciano poema cercado de vetas,

 

y un tratado de hojas indescifrables

−repetido acorde endecasílabo−

me fue ofrendado.

La sonatina de un augurio

escrito a golpes en las horas inciertas

de un reloj de flores.

 

La estela indefinida meció orbes

tras la duna del teclado.