Hay obras literarias que conforman un cosmos: órbitas lunares, astro que rige, satélites, influencias, meteoritos… Obras literarias que son, acaso, la propia biografía del autor, sin que se trate de textos autobiográficos al uso. La de Marguerite Duras es una obra altísima, con una profundidad renovada, con una intensidad de bosquejo impresionista que nunca sacia del todo la sed. Como las grandes historias. María Cecilia Salas Guerra, psicóloga y profesora de la Universidad de Antioquia y doctora en problemas del pensar filosófico de la Universidad Autónoma de Madrid, es la autora de un ensayo en el que se adentra en el significado último de la escritura de la autora francesa: Marguerite Duras. Escribir la parte de sombra (editorial Swann).

 

“La obra de Marguerite Duras es tremendamente visual”

 

- La sombra de Duras, ¿es alargada, espesa, intermitente...?

- La obra de Marguerite Duras es tremendamente visual. Con palabras, pinta, fotografía y hace montajes con los paisajes, los estados de ánimo, los eventos grandes y pequeños que marcan su vida, o que dan lugar a sus relatos. Podemos decir que su escritura arroja una sombra intermitente que, como el claroscuro, agrega luz y sombra, y nos da la sensación de volumen y profundidad: da vida a las palabras, atiende a la fugacidad de las vislumbres, a esa mirada pasajera que reclama una escritura sutil, marginal, blanca, en la que se atesoran las huellas de acontecimientos nimios pero decisivos, abiertos a infinitos campos de posibilidades, en los que la escritura recomienza con cada libro.

 

- ¿Cómo hacer de la sombra de cada cual un hontanar de inspiración, de creación?

- En su condición de artista, Duras muestra que cada uno hace lo que puede con su parte de sombra, y para ello no existe una clave o una receta. Escribir es algo que se le impone a la escritora como un acto irrenunciable, que la conduce por «lugares pantanosos en los que no se puede apoyar el pie». Su obra, entonces, es un modo singular de hacer con la parte de sombra, es una versión con múltiples aristas y matices, que atrapa o expulsa al lector, y cuando lo atrapa lo exilia de sí mismo o al menos le permite verse un poco desde fuera, atender a ciertas vivencias, escucharse de otro modo, desalojar uno que otro prejuicio.

 

“Escribiendo, Duras se entrega a la soledad, al silencio, a la brutalidad de la vida”

 

- ¿Qué es lo que más le fascina de la obra de Marguerite Duras? ¿Qué hace de ella una autora tan reconocible, indispensable?

- Sorprende esa manera tan suya de tejer la vida en una forma de escritura que es eminentemente femenina, y que constatamos no solo en las novelas sino también en los ensayos, en las conversaciones y en los guiones cinematográficos. Asistimos a un tejido indiscernible que nos interpela, sobre todo en cuanto al deseo no sabido, a la feminidad inatrapable en las redes del saber, a los oscuros lazos familiares, a la convulsa infancia, entre otras experiencias igualmente vitales para cualquier lector.

De igual modo, resulta excepcional la precisión y la sutileza con la que Duras recrea la experiencia de la locura, del arrebato y del exilio, tan frecuentes en sus personajes, por el mismo hecho de que son bastante corrientes en la vida misma.

Escribiendo, Duras se entrega a la soledad, al silencio, a la brutalidad de la vida; se expone al no saber, al enigma de la existencia: muestra con palabras esa otra región, y lo hace sin saber cómo, sin método, por eso no escribe libros «encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio». Ella reivindica los «libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento». (Duras, Escribir) O, como advierte en Los ojos verdes: «Escribir es no poder evitarlo, no poder escaparse de ello. Veo [al escritor] bregando consigo mismo, por esos lugares movedizos que lindan con la pasión, imposible de cercar, de ver, y de lo que nada puede librarle. (…) La desdicha maravillosa es quizá aquella tortura, esta invocación que no deja descanso alguno, ese arrebato de uno que le hace sentirse abandonado y perdido cuando termina el libro. Tú lo sabes. Ser para sí mismo su propio objeto de locura y no volverse loco por ello. Eso podría ser la desdicha maravillosa».

 

- Usted dice que el acto de leer es un acto de escucha. ¿En algún momento, el texto, además de hablarnos, nos escucha?

- Leer es un paciente acto de escucha, es decir, de cierto vaciamiento, no de otro modo es posible una mínima receptividad ante el misterioso acto de escribir llevado a cabo por otro ser humano, cuya existencia estuvo tomada por la necesidad apremiante de decir, evocar, reelaborar, hasta sostenerse casi prioritariamente en las palabras, cual funambulista. Leer es escuchar el acto de escribir, que consiste en «callarse y hablar» a la vez.

En ese sentido, el acto de escuchar, como el acto de mirar, es casi siempre de ida y vuelta. Leyendo, de repente somos escuchados por el relato, así como ante la imagen, de repente, somos mirados. En ambos casos, se puede decir que somos certeramente interpelados, que salimos del libro o de la imagen siendo otros.

 

- La obra de Marguerite Duras está “poblada de personajes arrastrados por el desierto del deseo”. ¿Cuándo —de haber esa ocasión— conviene no atender al deseo?

Aunque es la esencia del hombre, el deseo es, habitualmente, no sabido, enigmático, de ahí que no se confunde con las ansias, las necesidades o las aspiraciones. El ser humano es causado por el deseo, tomado por él, como una fuerza que lo empuja y que, eventualmente, casi siempre a posteriori, se despeja un poco. Algunos personajes de Duras se abandonan a esa fuerza oscura que es el deseo, se arrojan hasta la catástrofe incluso, tal como podemos verlo en Lol V. Stein, en el Vicecónsul o en Anne-Marie Stretter, entre otros.

 

“Escribir la infancia es también inventar un lugar en el mundo”

- ¿Hasta qué punto uno puede «escribir la infancia» (toda vez que se cambia de apellido para arraigar aún más su nombre en ella)?

- Escribir la infancia es, para Marguerite Duras, evocar, re-construir, ficcionar, arrojar un poco de luz sobre esa región que es determinante de la vida, pero de la cual apenas sobreviven restos inconexos y destellos que, al escribirlos, atraviesan o perfilan la parte de sombra en la que los seres hablantes se hallan un poco exiliados de sí mismos. Escribir la infancia también es inventar un lugar en el mundo, poblar una geografía antes inexistente, imaginar un origen, traer a colación ciertos rasgos de la madre o del padre…

 

- ¿Qué aporta conocer la vida del autor cuando uno lee su obra? ¿De qué manera la condiciona?

- De la vida de un autor se pueden conocer algunos hechos, narrados por él mismo, casi siempre con matices y diferencias cada vez que los evoca; o referidos por los biógrafos, en el propósito de hacer un homenaje o de evidenciar algunas claves para acercarse a la obra. Pero en alguna medida la biografía es «ofrenda vana» —como dice Pascal Quignard—, y la autoexposición o autobiografía es, en buena medida, autoficción. Por tanto, la vida del autor no se conoce plenamente, y como lectores estamos ante unos personajes que tampoco llegamos a conocer a cabalidad. La misma Duras afirma que no puede conocer a su criatura Lol V. Stein y el lector tampoco: ella deambula, aparece y desaparece, solo la vemos en su errancia, hasta ser presas nosotros mismos de ella, es decir, somos perseguidos y mirados por Lol, como una presencia silenciosa que desconcierta e incita el decir y la especulación de otros, díganse otros personajes que la miran o los lectores que no logran definirla. Tampoco podemos conocer al Vicecónsul, de quien solo nos llegan sus gritos, porque está claro que grita y aúlla como quien reza, del mismo modo que dispara por las noches contra Lahore y contra la India en descomposición, porque no puede hacer otra cosa, dispara para matar por matar.

 

“Todos vivimos en el exilio”

 

- Si tuviera que escoger una de las obras de Duras, ¿Cuál sería y por qué?

Elegiría El Vicecónsul. En primer lugar, porque en esta novela la autora revisita y extiende las geografías de la infancia, que había recreado en Dique contra el pacífico —el libro preferido de Duras al final de su vida—, ampliando en esta ocasión su mirada sobre los efectos del colonialismo: el hambre, la miseria, el exilio. En segundo lugar, porque la autora construye una voz narrativa masculina, la de Peter Morgan, que es quien escribe, y aparece tanto o más implicada que la voz narrativa de Jacques Hold, que escuchamos en El arrebato de Lol V. Stein. Y, en tercer lugar, porque en esta novela se muestra la locura, el extravío y la llamada lepra del corazón con un refinamiento casi clínico. El Vicecónsul nos muestra que, para decirlo con los versos de Henri Luque Muñoz: “Todos somos discapacitados, / Todos vivimos en el exilio, / Todos somos la noche, / Llevamos el misterio en la cara…”

 

- ¿Usted diría que fue una mujer feliz?

- Su obra nos muestra una mujer consecuente con el arduo deseo de escribir, hasta las últimas consecuencias, tanto, que Lacan se pregunta si la «caridad sin grandes esperanzas con la cual Duras anima sus creaciones, no proviene de la fe que usted tiene de sobra cuando celebra las bodas taciturnas de la vida vacía con el objeto indescriptible». Fiel y consecuente con la escritura, con las palabras, hasta el momento final de su vida, tal como podemos leerlo en Esto es todo, hecho a partir de los esbozos intensos y lacónicos que le dictara a su incondicional compañero, Yann Andrea: “A veces estoy vacía durante mucho tiempo./ Existo sin identidad./ (…) / La felicidad es lo mismo que decir, un poco muerta./ Un poco ausente del lugar donde hablo. / (…) Cuando escribo, estoy en la misma locura que cuando vivo./ Me reúno con masas de piedra cuando escribo. Las piedras de la Presa / (…) / Escribir durante toda la vida, eso enseña a escribir. Eso no salva de nada.”