Hispanoamérica es un mundo literario con seis siglos de vida para la mirada occidental y cuanto entendemos como literatura escrita, colonial o poscolonial e independiente de la metrópoli en su polifonía de países. Es precisamente en ese momento de tránsito hacia la emancipación y la desaparición de los virreinatos, cuando empieza a surgir el espíritu que posibilita novelas fundacionales, tal y como las denominó Doris Summer.  Ese es el mundo al que pertenece Yngermina o la hija de Calamar (1844), con unas características muy peculiares, que para el lector español han pasado, en la práctica, desapercibidas hasta esta edición de Consuelo Triviño Anzola. No teníamos estudios sobre ella, ni textos recientes, pese a su importancia histórica. Estamos ante novelas fundacionales de los países latinoamericanos, en este caso de Colombia y con asuntos similares a los del romanticismo francés (con quien guarda deudas), pero con mundo diferenciado y propio, pues aparece la cuestión indígena y el mestizaje como circunstancia identitaria, además de pionera. Surgen en la mente de los lectores al leerla/s, sin duda, las celebérrimas Atalá (1801) de René de Chateaubriand o el Pablo y Virginia (1788) de Bernardin de Saint-Pierre. Pero también otros, tal y como recuerda en el largo estudio preliminar Consuelo Triviño Anzola, caso de Manuela de Eugenio Díaz de Castro (1857) o Clemencia (1861) del mexicano Ignacio Manuel Altamirano.  Y con ellos un cierto tipo de mujer blanca y criolla, perteneciente a la élite económica o social, llena de «virtudes morales y religiosas; atributos físicos, (…). La mujer americana solo posee cualidades positivas, mezcla de ingenuidad, pureza, virtud, lealtad, valor y fervor religioso; ella es capaz de sacrificarse por amor e, incluso de morir, antes que traicionar los valores morales adquiridos» recuerda la estudiosa mientras hace hincapié en el dato diferencial:  Yngermina es indígena, y posee las mismas virtudes, e incluso más, pues renuncia por su amor a don Alonso de Heredia a su pueblo, tal y como le hace ver Catarpa. Lo cierto es que, a Bartolomé Mitre (1821-1906) y a José Mármol (1817-1871), autores respectivamente de Soledad (1847) y Amalia (1851), los conocemos muy bien, tanto como al autor de Cecilia Valdés (1839) Cirilo Villaverde. Sin embargo, del cartagenero Juan José Nieto Gil (1804-1866), que incorpora a la mujer indígena y habla del mestizaje fundacional, apenas teníamos noticias en España, y mucho menos ediciones fiables y solventes, pese a ser un reconocido escritor, militar y político. La verdad es que tampoco poseíamos hasta ahora, pese a existir una abundante bibliografía sobre Yngermina o la hija de Calamar, ninguna edición crítica. La editora ha partido de la edición publicada en Kingston (Jamaica) en 1844, corregido el texto ortotipográficamente de cajistas ingleses, pero no solo, pues también actualiza algunos usos, o pone en cursiva las historias intercaladas. En la sección dedicada a la edición, da buena explicación de los criterios seguidos, para quien desee profundizar en el asunto.

Incide, con muchas y poderosas razones, Consuelo Triviño Anzola en la figura de Juan José Nieto Gil (1804-1866). Un intelectual surgido casi de la nada, de “los de abajo”, por decirlo con Mariano Azuela, en su dimensión histórica en la construcción de la futura Colombia. Entendemos mucho mejor esa lucha por el igualitarismo, la equiparación de colonizadores e indígenas, el mestizaje desde su personalidad bien retratada por la editora, y su apasionante vida. Hombre de acción y letras, político republicano, valiente militar defensor de la justicia social y de la democracia, de los indígenas y de liberar a los esclavos negros, al menos parcialmente (los nacidos antes de 1821), masón, en una vida de muchos vaivenes, pero consecuente en lo fundamental. Si a todo ello se le añade un contexto histórico, ideológico y literario, además de un estudio de las principales características de las novelas fundacionales, tendrá el lector universitario, pero no solo, una lectura amena y solvente a la vez. La prosa de Consuelo Triviño Anzola (1956) es fluida y engancha al lector, pese a ser un trabajo de investigación. No en balde es, además de filóloga y reputada ensayista, novelista y cuentista (pienso en último libro de relatos del 2013, Extravíos y desvaríos), con títulos que su editora Seix Barral, debiera traer a España. Me refiero a Prohibido salir a la calle (1997-2022)La semilla de la ira (2008-2013)Una isla en la Luna (2009) o Transterrados (2018), Ventana o pasillo (2021). Y esa capacidad de acercarnos esta novela histórica romántica, puesta al servicio de pensar y hacer nación es buena prueba de ello. Sin duda para ese “hacer nación” tuvo Nieto Gil la idea de colocar al frente de la novela una breve crónica sobre el pueblo de Calamar (actual Cartagena de Indias), de corte antropológico tomada de Fray Alonso de la Cruz Paredes o de Fray Pedro Simón. Es el pórtico de esa novela de amores y mestizaje (frente a las tesis contrarias del Facundo o civilización y barbarie (1845) de Domingo Faustino Sarmiento), y de presentar la relación amorosa de los protagonistas, la indígena y el español como imagen alegórica. Lo hace sin maniqueísmos, pues también hay personajes malvados en las dos vertientes de esta novela apasionante por ella misma, pero también por cuanto supone. Es extraño que no se hubiera caído antes en la cuenta, pero así son las cosas. Y, además, para concluir, si a este esfuerzo se le suma un aparato de notas a pie de página y una extensísima bibliografía actualizada, sabremos que estamos ante un libro imprescindible para conocer bien la literatura fundacional hispanoamericana y que no hemos perdido el tiempo. No es poca cosa.

 

Juan José Nieto. Yngermina o la hija de Calamar. Edición de Consuelo Triviño Anzola, Madrid, Cátedra, 2024.