Cuando las panteras leen, se miran unas a otras queriendo descifrarse, descifrar el mundo, descifrar la vida.

Primero se sitúan y reconocen el terreno, como apuntaba el naturalista Nabokov al describir la primera lectura que se hace de una obra. Ubican lo importante, lo necesario: los peligros y las presas, que en la lectura suelen ser lo mismo –Clarice nos lo susurra en su crónica La peligrosa aventura de escribir: “No se juega con la intuición, no se juega con el escribir: la caza puede herir mortalmente al cazador”–. Entre el gris de lo cotidiano surge el púrpura de lo esencial, como ante los ojos de Nastassja Kinski en La mujer pantera: la sangre, el calor de la vida entre las sombras de la noche.

En Agua viva Clarice musita: “Una vez miré fijamente a los ojos de una pantera y ella me miró fijamente a los ojos”. No es fácil leer de verdad. Leer es mirar a un libro a los ojos. Leer es permitir que un libro te mire a los ojos.

(Lichtenberg dice en uno de sus aforismos que un libro es un espejo. A veces leer es cruzar al otro lado del espejo).

Clarice la cabalista tuvo esa epifanía muy joven. Con su primer sueldo de periodista, entra “altiva porque tenía dinero, en una librería, que me pareció el mundo en el que me gustaría vivir”. Examina casi todos los libros, hojeando y ojeando, hasta que se topa con un libro distinto, extraño: “Y, de repente, uno de los libros que abrí contenía frases tan diferentes que me quedé allí leyendo, cautivada”. Lee y se lee: “¡Pero este libro soy yo!”[1].

            Ese libro era Bliss de Katherine Mansfield, Felicidade en la traducción de Érico Veríssimo editada por Livraria O Globo. (Veríssimo, que años más tarde sería padrino de los hijos de Clarice).

            La alegría de un cabalista: encontrar en un libro la cifra de su vida.

Contaba Ángel Crespo –traductor de la Commedia, traductor de Grande Sertão: Veredas– que Rosa Chacel había conocido a Clarice durante su exilio brasileño. Tras verla, dijo: “No es una mujer, es una pantera”.

            Los bestiarios medievales nos enseñan que la pantera atrae a sus presas con su dulce aliento. Las manchas de su piel –los bestiarios aúnan a panteras, leopardos y guepardos, a Lampedusa con Tourneur y Schrader– son como ojos, como pequeños espejos. Las presas se ven reflejadas y se acercan sin miedo a la fiera hecha de ojos y espejos. ¿Qué mejor emblema de la sobrecogedora Belleza que una criatura de puro ojos?

            Una criatura llena de ojos, como los vivientes del Apocalipsis.

Clarice tenía una voz grave y gutural. Pronunciaba una g en vez de la r, por eso alguna gente creía que era francesa. Hablaba con un rugido suave y profundo, lento. Sus amistades dicen que tenía una manera felina de estar en el mundo, siempre alerta, que era larga y bella como esos gatos egipcios. Ella decía: “No haber nacido como animal parece ser una de mis nostalgias secretas. Quizá se debe a que soy Sagitario, mitad bestia”[2].

Había nacido un diez de diciembre. Diez más doce, veintidós: las letras del alefato. Le pusieron el nombre de Haia, “vida” en hebreo. Los cabalistas sefardíes habrán dicho que llevaba escrita la vida en su frente, que ella era la vida.

Marina Colasanti, en una entrevista de 1976, le comenta: “La gente debe pensar que eres medio felina por tus ojos, pero no es por eso. Es porque tienes un comportamiento interno y una observación constante que es de los felinos”.

Cuando vivía en Berna Clarice iba al cine casi a diario. ¿Vería entonces La mujer pantera? ¿Sentiría que Elizabeth Russell se dirigía en verdad a ella cuando miraba a Simone Simon y le decía moja sestra?

¿Y cuando leyó Meu tio o iauaretê, de Guimarães Rosa? ¿Lo leyó de una manera especial, lo leyó desde dentro?

(Clarice admiraba mucho a Guimarães Rosa. En carta a Fernando Sabino, tras leer Grande Sertão: Veredas, le escribe: “Me he quedado adolorida de tanto que me ha gustado. […] El libro me está reconciliando con todo, me está explicando cosas adivinadas, enriqueciendo todo”. Y la hace feliz sentirse hermanada con Guimarães Rosa por la intuición de que haya sentido lo mismo que ella cuando escribió su célebre “vivir es peligroso”).

Cuando las panteras leen se miran en el espejo del libro. Ven una imagen hermosa, al principio les cuesta reconocerse. Y luego ven el enigma que llevan dentro. Ven una esfinge escondida en sus propios ojos.

            En un viaje de Brasil a Nápoles el avión tuvo que dar un rodeo y Clarice pasó tres días en Egipto. Allí, en Giza, se encontró con la Esfinge. “Vi a la Esfinge. No la descifré. Pero ella tampoco me descifró. Nos encaramos de igual a igual. Ella me aceptó, yo la acepté. Cada uno con su misterio”.

Años más tarde, en una de sus crónicas para el Jornal do Brasil, Mi próximo y excitante viaje por el mundo, comentaba con sus lectores: “Y necesito volver a ver las pirámides y la Esfinge. La Esfinge me intrigó: quiero enfrentarla de nuevo, cara a cara, en juego abierto y limpio. Voy a ver quién devora a quién. Tal vez nada ocurra. Porque el ser humano es una esfinge también y la Esfinge no sabe descifrarlo[3]. Ni descifrarse a sí misma. Si nos descifráramos, tendríamos la llave de la vida”.

Un cartel francés de los 50 invita: “Dévorez des livres!” a la vez que muestra a Gérard Philipe comiéndose –literalmente– un libro. Hay panteras que leen y escriben, que devoran la vida y la crean. Panteras que se convierten en aquello que devoran, como los lectores de verdad.  Los lentes son hermanos de la pluma, la mano es hija literaria de los ojos.

Los fisiólogos medievales lo entendieron bien: las panteras están llenas de ojos. Ojos que ven y que reflejan, para leer y para ser leídos.

El libro es una puerta al otro lado del espejo. El escritor se lee, el lector se escribe[4].

Clarice intuía que el libro es una moneda cuyas dos inseparables caras son el escritor y el lector: “El personaje lector es un personaje curioso, extraño. Al mismo tiempo que enteramente individual y con reacciones propias, está tan terriblemente ligado al escritor que en verdad él, el lector, es el escritor”.

El lector es un doble que espera al otro lado del espejo[5]. O al otro lado de la línea: “…alguna cosa en la voz, dulce y tímida, me hizo decir que era yo misma la que estaba al teléfono. Entonces la voz dijo: soy una lectora suya y quiero que usted sea feliz. Le pregunté: ¿cómo se llama? Respondió: una lectora”.

La esfinge y el centauro Sagitario son híbridos: el escritor también. El escritor es un capiango, un jaguar que apenas se reconoce cuando vuelve a su forma humana. El escritor escribe en su rapto de jaguar; como humano, lee con asombro sin poder creer que él mismo es quien ha escrito eso.

La gallina de la niña Clarice, la cucaracha de G. H. Comer. Los niños se llevan todo a la boca. Se conoce en la boca, se conoce comiendo. Los pétalos de la rosa tienen buen sabor, sólo hace falta probarlos. ¿Cuál es el gusto del mundo? Hay que probarlo, deglutirlo. “Yo también podría escribir un verdadero tratado sobre comer, yo que gusto de comer aunque no como tanto. Terminaría siendo un tratado sobre la sensualidad, no específicamente la del sexo, sino la sensualidad de ‘entrar en contacto’ íntimo con lo que existe, pues comer es una de sus modalidades –es una modalidad en la que participa de algún modo el ser entero”.

J. G. Frazer nos cuenta que, en ritos primitivos, el vencedor en la batalla se comía el corazón del vencido para apropiarse de su coraje y su fuerza. Comemos libros para hacerlos nuestros, como en el cuento de la gallina: para que sean parte de nosotros, para que nos entreguen sus virtudes y sus secretos. Comer y hacer propio: ingerir y digerir a otros autores para incorporarlos a nosotros, para que nos den fuerza, para que nos inspiren.

            En portugués aprender de memoria se dice aprender de cor, aprender de corazón, como en inglés y francés. El corazón también está presente en nuestro “recordar”. Atesoramos en nuestro corazón, nuestro corazón se come partes del Universo para guardarlas, para comprenderlo.

Comerse un libro es comerse el Universo, entrar en comunión con la vida. El Libro es el Universo. Los cabalistas lo saben.

 

Leer es comer, las panteras lo saben.

Comer como se come la hostia. Una comunión lectora: el Libro hecho carne para que lo comamos, para que lo hagamos parte de nosotros.

            Y, detrás del sacramento de la escritura, el Misterio. La pantera desbordada por su propio misterio: “Soy tan misteriosa que no me entiendo”. ¿Por qué escribe, por qué devora y recrea el mundo? Entre la catarata de preguntas que Clarice se hace en su crónica Soy una pregunta está incluida  “Por qué a pantera tem olhos?”.

¿Qué pretenden mis libros de mí?, le pregunta Clarice a Alceu Amoroso Lima. Amoroso le dice: “Usted, Clarice, pertenece a esa categoría trágica de escritores que no escribe propiamente sus libros. Son escritos por ellos. Usted es el personaje mayor de sus novelas. Y bien sabe que el autor no es de este mundo”.

            Las panteras y los cabalistas leen y releen para descifrar el Misterio. Leen los libros, leen el mundo, se leen a sí mismos. La cifra de Dios puede estar en su propia piel[6], en un libro perdido, en un libro no escrito. Por eso hay que seguir escribiendo para seguir leyendo, para alcanzar el misterio. Para volver a sentir la experiencia de su juventud ante Felicidade: “Quiero renacer siempre. Y en la próxima encarnación voy a leer mis libros como una lectora común e interesada y no sabré que en esta encarnación fui yo quien los escribió. Me está faltando un anuncio, una señal. ¿Vendrá como intuición? ¿Vendrá al abrir un libro?”.

Necesitamos de un espejo para ver nuestro rostro. Necesitamos de un espejo para ver.

Nuestro rostro está en un libro desconocido.

“Estoy buscando un libro para leer. Es un libro muy especial. Lo imagino como un rostro sin rasgos. No sé el nombre ni el autor. Quién sabe, a veces pienso que estoy buscando un libro que yo misma escribiría[7]. No sé. Pero tengo tantas fantasías al respecto de este libro desconocido y ya tan profundamente amado. Una de las fantasías es así: yo estaría leyéndolo y de súbito, al leer una frase, con lágrimas en los ojos diría en éxtasis de dolor y de liberación final: ‘¡Pero yo no sabía que se puede todo, Dios mío!’”.

Las panteras y los cabalistas lo saben: hay que buscar ese libro.

Nuestro libro.

 

 



[1]              Las citas no especificadas pertenecen al libro A descoberta do mundo (El descubrimiento del mundo), que recoge las crónicas publicadas por Clarice Lispector en el Jornal do Brasil entre el 19 de agosto de 1967 y el 29 de diciembre de 1973. Todas las traducciones del cuaderno son mías.

[2]              En la entrevista del 20 de octubre de 1976 con Afonso Sant’Anna y Marina Colasanti, Clarice comenta que una vez fueron a entrevistarla cuatro niñas de once años del colegio Santo Inácio. Entre su avalancha de preguntas, y a propósito de La mujer que mató a los peces, quieren saber si le gustan los animales. Clarice les responde: “¡Pero claro! ¡Yo también soy un animal!”.

[3]              Ángela, el personaje de Un soplo de vida, dice: “Y yo sé cuál es el secreto de la esfinge. Ella no me devoró porque respondí bien a su pregunta. Pero yo soy un enigma para la esfinge y sin embargo no la devoré. Descíframe, le dije a la esfinge. Y ella se quedó muda”.

[4]              En La hora de la estrella el escritor Rodrigo S.M. dice: “lo que voy a escribir ya debe estar seguramente de algún modo escrito en mí. Tengo que copiarme con la delicadeza de una mariposa blanca”.

[5]              En Agua viva leemos: “Tuve un sueño nítido inexplicable: soñé que jugaba con mi reflejo. Pero mi reflejo no estaba en un espejo, sino que reflejaba otra persona que no era yo”. Y el Autor dice también: “Ángela es un espejo”.

 

[6]              Las panteras no pueden ver su propio mensaje con su piel de ojos. El mago de la pirámide de Qaholom podía leer la escritura divina en la piel de los jaguares, pero ellos no. Las panteras han de descifrar su clave en un reflejo: en un libro, en otra pantera.

[7]              Borges y Coleridge sugerirían que cuando Clarice escribe Felicidad clandestina está escribiendo una felicidad, la felicidad que estaba en el libro en que se leyó.