Ana María Navales

Abro los ojos a los colores,
negro, rojo, amarillo, blanco...
y todos tienen la misma luz.

A veces alguno muere
frente a las tapias del miedo
que levantaron seres sin rostro
en distintos campos de batalla.

¿Quién decretó que fuera
el negro de luto, de arañar
en el corazón del dolor,
que el blanco se hiciera gris
cuando se envuelve de indiferencia
o que el amarillo se hundiera
en vastos arrozales encharcados?

Hay un mañana de un solo color
que muestran las manos abiertas
al viento libre de las calles,
donde los hijos de la pobreza
y el desamparo se cobijan,
frutos del árbol del tiempo
que esperan, entre el sol y la lluvia,
a que crezca el día del amor
y acabe con las trampas y espinas
que sembraron en la selva
algunos que aún se llaman hombres.