Imaginar la cadena del sueñoes para Anne Carson (Canadá, 1950) crearla de nuevo a partir de la primera vez, cuando los eslabones todos rechinaron a un mismo tiempo, como si cada uno de los engranajes fuera un sueño soñado por alguien más, un alguien a quien conocemos por, y a través de, la literatura.
Supongamos Homero, el ciego, de quien poco sabemos pero creemos conocer tan bien como la palma de nuestra mano con tan solo leer a Carson. Ella nos lo presenta tan real como nuestro propio pasado, con todo y sus fantasmas. Los de Ulises, los de Carson, los nuestros. Ella misma personifica a Ulises, el viaje, el sueño: ironía pura, brillo de alba.
Decreación es de-crear para recuperar el ser. Ella lo hace a partir de la batalla con la desmemoria: Circe, el canto de las sirenas, los sueños, y lo que cada noche el sueño calla. Y en ese silencio surgen las contradicciones que en Anne Carson se inclinan hacia la misma noche del alma. Clasicista como se ha pronunciado desde sus primeros libros, Anne Carson prescinde de lo que no es esencial. Desnuda la palabra como el viento desnuda la fría roca ante la cual todos debemos orar, suplicar, rogar. Una súplica por el retorno a la primera voz, a la primera vez en donde el recuerdo se instaura en la mente.
En estos poemas, parte de «Cadena de los sueños» (que a su vez es la sección inicial de Decreación, publicado en 2005 y que Vaso Roto Ediciones editará próximamente en español), ella toma a la madre como la lengua, como la fuerza, como el inicio del mar en el que hay que zambullirnos para hallar (inventar) el recuerdo que inunda de agua la casa, esa en la que no podemos estar aún, la que estamos por habitar, la creada y descreada, en un intento de Ser.
*
Anne Carson nació en Toronto (Canadá) en 1950 y durante su infancia residió en distintos pueblos y ciudades de la región de Ontario. Después de estudiar clásicas en las Universidades de Toronto y St. Andrews (Escocia), regresó a Toronto en 1981 para escribir su tesis doctoral sobre Safo, publicada en 1986 con el título de Eros the Bittersweet. En la actualidad enseña clásicas en la Universidad de Michigan, en Ann Arbor.
Ha publicado varios volúmenes misceláneos de poemas y ensayos, entre ellos Plainwater: Essays and Poetry (1995), Glass, Irony and God (1995), Men in the Off Hours (2000), The Beauty of the Husband (2000, Premio T. S. Eliot de poesía) y Decreation (2005), así como una novela en verso, Autobiography of Red (1998), el ensayo Economy of the Unlost (2002) y un volumen con sus versiones de la poesía de Safo, If Not, Winter (2002). Además, ha sido dos veces finalista del National Book Critics Circle Award. En español se han publicado dos libros suyos: La belleza del marido (un ensayo narrativo en 29 tangos) (Lumen, 2003, trad. Ana Becciu) y Hombres en sus horas libres (Pre-Textos, 2007, trad. Jordi Doce).- JEANNETTE L. CLARIOND.
Paradas
Cadena de sueños
Quién puede dormir cuando ella...
a cientos de millas oigo ese vasto aliento
avivar sus cubiertas agitadas.
Cicatriz tras cicatriz
los eslabones
rechinan una vez.
Navegamos madre en un océano sin barcos.
Piedad por nosotros, piedad por el océano, navegamos.
Líneas
Mientras hablo con mamá ordeno cosas. Lomos de libros junto al teléfono.
Clips
en un cuenco de porcelana. Residuos de goma manchan la mesa. Ella habla
con nostalgia
de la muerte. Empiezo a girar los clips en la dirección contraria.
Fuera
de la ventana la nieve cae en líneas rectas. A mi madre,
amor
de mi vida, le cuento lo que almorcé. Las líneas caen ahora
más
de prisa. El destino añade peso en los extremos (para apresurarnos)
quisiera
decirle: es señal de la misericordia de Dios. Ella no me retendrá
dice, ella
no me pasará factura. Los milagros se escurren sin darnos cuenta. Los
clips
están eternamente alineados. ¡La misericordia de Dios! Cuánto tiempo
la sentiré
arder, dijo la niña intentando ser
amable.
Nuestra fortuna
En una casa al atardecer la lección final de una madre
devasta el poniente y sella el pacto.
Mira por las ventanas al anochecer y verás gente de pie.
Somos así, teníamos un pretexto para estar dentro.
Llegó el día, cortamos el fruto (cortamos
el árbol). Ahora estamos fuera.
Aquí hay una deuda
saldada.
Sin puerto alguno
En la antigua lucha entre hálito y muerte, se concede un último sueño.
Aceptamos una oferta por la casa.
En la suma de las partes,
¿dónde están las partes?
En silencio (allí) aguardan hojas y ventanas.
Nuestro tendedero desnudo corta la inclinación de la noche.
Y en su grito por el perdido atuendo de la luz celestial
ángeles y detritus nos reclaman al flotar por nuestra cancela aún cerrada.
Ella celebraría hoy el 50º aniversario de su boda
El frío implora ante un muro romano.
La luz es intensa (atrapada)
y las sombras esperan como
capuchas a punto de caer.
El cerebro llama
dos veces
por sal.
Acaso fue Ovidio quien dijo, Tanto viento enmudece las piedras.
Ciertas tardes ella no atiende el teléfono
Febrero. Hielo por todas partes. Pueden sentirse distintas densidades del hielo.
Sus tonos –azul blanco marrón a gris-pardo plateado– varían.
Parte del hielo tiene grava en el centro o sombras en su interior.
Otra parte es lisa como una ladera, no podría sostenerte.
De pie sentirías que el viento se atenúa, se deshila.
Todo cuanto hemos deseado, se deshila.
Los pequeños no pueden sostenerse sobre el hielo.
Ni una carta, ni un esbozo de letra, puede sostenerse.
Cegadoramente, lo que allí hay de mundo, quema.
Febrero. Hielo por todas partes. Pueden sentirse distintas densidades del hielo.
Esa fuerza
Esa fuerza, madre: desenterrada. Martillada, encadenada,
sombría, agrietada, sollozante, arrolladora, encerrada
en sus lamentos, martillada, martillando residuos
de muerte. Aferrada y contenida,
informe y voraz. Cuchillo.
Sin desangrar la médula
esa fuerza, madre,
se detuvo.
Pienso que el pobre pueblo ha sido muy maltratado
Luz contra los muros de ladrillo y un viento boreal ennegrece las ramas.
La sombra extrae las entrañas de la luz ya secas en su palma.
Come tu sopa, madre, dondequiera que esté tu mente.
Despunta el mediodía invernal. Frágiles soles
aún vivos alivian los soles de aquel día.
Pues el pobre pueblo sueña
con rendirse, madre
nunca insensible,
madre valiente
y feliz.
A pesar de su dolor, otro día
La niebla del río (7 AM) se dispersa y comienza, se estremece y comienza
en las rocas otoñales del molino.
Restos de hojas resplandecen. He hallado mi cordura.
La evidencia (7 PM): ella toma sus medicamentos, yo doy un paseo por el río.
La rueda de molino huele a húmeda hoja de maíz.
Detrás de mí (2:38 AM) en la oscuridad del Motel Dorset oigo el clic del calentador
y a ella, que se despierta en el otro extremo de la ciudad
en un cuarto pequeño y cálido
aferrándose a un rosario que brilla en lo oscuro.
No importa qué se diga del tiempo, la vida va en una sola dirección,
es una verdad que resplandece.
La niebla del río (7 AM) es plata desollada
cuando el alba oscurece
el día de mi partida.
PELIGRO NO LEVAR NI ECHAR ANCLAS
dice el letrero justo en la orilla.
La no conciencia nos engulle.
Ella en la cama como ramita doblada.
Yo, como siempre, ida.
Nada que hacer
Tu viento vidrioso rompe contra la muda orilla y agita la rosa.
Mirad como
antes de una gran nevada,
antes de que el vacío deslizante de la noche caiga sobre nosotros,
nuestras linternas proyectan
formas de antiguas compañías
y
luego una fría pausa.
Qué cuchillo desolló
esa hora.
Hundió las boyas.
Sopla sobre lo que fue nuestra casa.
Nada que hacer solo rema.
(Traducción de Jeannette L. Clariond)