IV

 

Para reconocer la mordedura

de la muerte no hay límites. Tu ocaso

aún brilla en el azar de los rescoldos,

entre las dalias de Bastions, en brazos

de esas estatuas que sin voz increpan

la finitud de todo lo nombrado.

No basta un cúmulo de claridad

ni es necesario que amanezca. El blanco

de la luz incipiente nada dice.

Ronronea tan sólo a nuestro alrededor y el amplio

murmullo de la noche rasga el aire,

sin comprender siquiera que los pájaros

fermentan con el alba, aún a sabiendas

de que la sed es cómplice, que tanto

la lunación como el ardid del éxtasis

apenas saben si imitar su canto

o disolverse en su vaivén, en busca

de otra hondonada en que morir. Descalzo,

con la hermandad de las estrellas,

camino sobre esquirlas de otro cielo. Marzo

se ha vuelto un mes cruel, porque se ha ido

con la memoria intacta de tu paso.

Voy sin mirar atrás por un sendero

hecho de brotes en sazón, de abrazos

tan sin futuro como la esperanza

frágil del despertar. Por los sembrados,

abril se desparrama y la cosecha

muestra que hubo traición, que sólo cuando

es húmeda la tierra y nos acoge  

la eternidad florece, pero en vano.

 

 

                          V

 

O weiter, stiller Friede!


So tief im Abendrot.


Wie sind wir wandermüde--


Ist dies etwa der Tod?

                  Joseph von Eichendorf

 

 “Im Abendrot”, Vier letzte Lieder

                             Richard Strauss

 

 

 

Un cielo a tu medida, aún por hacer, ha intentado fijarte en el vértigo de lo visible, pero eres como el aire, que es aire sólo porque pasa, sin más sustancia que la sensación de una memoria imaginaria, tan mía y tan ajena, igual que las astillas de la luz que dibujan mi sombra por el parque y en su fulgor se desvanecen. Inmune a la inclemencia del silencio, todo era para ti puro sonido, música diurna, incluso la rumorosa melodía del atardecer. Tu ausencia de palabras giraba en el vacío, lo mismo que la estrella (cuya luz certifica que ya ha muerto) brilla con fuerza en medio de la noche. Dabas con generosidad lo que nunca pedí, y a cambio sólo de un temblor, es decir, nada. Hoy la brisa de mayo te trae a mí de nuevo, entre fragmentos dispersos de un monólogo antiguo disuelto con la niebla, y recuerdo (¿o escucho?) algo como un zumbido triste que agita y desordena las hojas de los plátanos.

 

Jenaro Talens