A Virginia Cowley Swinnerton
Nada puede domar la violencia, vencida
la razón por un súbito desmayo
en que sólo se escucha
su grito encerrado. Nada detiene
al libertinaje, como ya anunciara otro
divino marqués. Nada lo detiene.
Es cierto —y yo no sé cómo
y de qué modo nos sucederá algún día
amor mío. Pero el tabú
sólo existe para ser violado. Yo siento
que me pierdo en ti y siento que
me inunda un gran océano
de sangre. Mas tú mi dulce amada
me ayudaste a salir de la marea,
limpiaste mis ojos y tomándome
la mano con cariño así entonabas: “Tras
el canto de la alondra murió Julieta;
y tu grito se desvaneció entre mis brazos”.