Andreu Navarra (Barcelona, 1981) es uno de los narradores más interesantes del panorama literario actual: el impacto casi sobre natural que produjo en sus lectores el texto Ballard reloaded (H&O, 2023) junto con Beatriz García Guirado, y los dos volúmenes editados por el sello balear Sloper, Hojas (2017) y Una especie de aventura (2019) parecían haber desplazado parcialmente su literatura hacia la ficción, pero, con este libro, Razón y demolición (El arte de escribir ensayos), el público y la crítica recupera al Navarra erudito, de pluma afilada, sobrio intérprete de las corrientes socioculturales de nuestro tiempo. Más allá de su condición de docente e historiador, Andreu Navarra ha destacado en el campo del ensayo y la investigación y esta entrega, es, desde su concepción como un ensayo sobre el propio arte de escribir ensayos una especie de cinta de Moebius, sin principio ni fin, una especie de travesía circular, armada con un cierto humor caústico que no hace perder en ningún momento, la formalidad necesaria para que su lectura sea a la vez nutritiva y científica. 

Es Andreu Navarra una especie imprescindible, un escritor armado de un diapasón académico complejo, que deja espacio para lo cotidiano en los distintos párrafos y capítulos en los que se estructura la obra. Desde “El amanecer de la duda” donde se enumera una especie de principios fundamentales para el urbanismo del ensayo, gestionando los tiempos de crisis en los que, además de incertidumbres, se alimentan las propuestas más interesantes. Entre la España de la Restauración y el franquismo, Andreu enumera, bajo el paraguas de una sensación de falso orden, nombres como los de Pío Baroja o Brian Dillon, que no dan juego a la razón, que hablan en su obra de la búsqueda del sustento a través de la huida, el nomadismo como fuente de inspiración hasta caer en la forma híbrida del ensayo agresivo y simpático. Mezclados, pero no agitados, acaban siendo colonizados por un falso optimismo que en su forma más integral puede acabar vertiendo sus lixiviados en lo que se conoce como ideología neoliberal, la auténtica cara de la festividad postmoderna. 

Andreu incide en el problema del desmantelamiento de la instrucción pública como vía para el fin del libre pensamiento político, obligando a la persona a la búsqueda, más agotadora y exigente, en el pensamiento no reglado. En este caso, en mi opinión, existe una omisión obvia, que es la dejadez social de las últimas décadas, que alcanza a cualquier estrato social, donde lo inmediato y lo fácil evita que se aprovechen al máximo los magníficos medios que la socialdemocracia y la sociedad occidental ha ido proporcionando a todas las capas estructurales, los más humildes, por supuesto, los primeros, al necesitar un acceso gratuito y universal. Todo el libro pivota alrededor de la necesidad de encontrar un culpable extraño, forastero, cuando es el mismo alumno, la misma persona política, la que decide, en su ejercicio de libertad, abandonarse al hedonismo mal entendido. Del mismo modo, la idea de una escuela de la vida, de una forma de autoaprendizaje, es un elemento social que acaba eliminando a los intelectuales orgánicos o los periodistas del régimen, cuarto poder herederos de la nobleza endogámica y universitaria. Si bien esto puede ser visto desde un punto de vista ácrata hasta que la visión del individuo no coincide con la del intelectual (orgánico o inorgánico). El periodismo, propaganda en lugar de ensayo, es un tema de actualidad y que surge, de nuevo en mi opinión, de la dejadez de prensa, acomodada en la idea de que su pensamiento y el del poder está en la misma línea y, además, es la correcta, con lo cual cualquier pregunta incómoda es un brote del siempre resiste árbol del fascismo. En España, animados a gastar antes que guardar, nos vemos sometidos a una serie de apocalipsis cotidianos, de situaciones inverosímiles, que hacen del “Derecho a pensar” una incómoda exigencia más que un derecho adquirido. La religión, la agenda ideológica, esa especie de catecismo civil en el que la cultura tiene algo de aguafiestas haciendo de la herejía una necesidad. Evitar una población ganado, buscar una renovación donde el amor, la revuelta y la lectura sean instrumentos, que lo inmediato del serial deje de imponerse. Según Andreu Navarra, los autores de hoy compiten para ver quién es más diverso y culpabilizado.

Olvidada la escuela de Madrid de Miguel de Unamuno, Julián Marías, Ortega y Gasset o María Zambrano, da la sensación de que una persona neuronalmente quemada (de vídeos instantáneos, movimientos del dedo sobre la pantalla táctil) no puede emanciparse y mucho menos pensar. Es necesario restaurar ese bienestar. Escapar del odio de clase, de frentismo mediático. La religión del pensamiento evita el contexto, citando al autor, las frases de las obras de Lenin, que usaron la policía política, Josef Stalin o Leonid Brézhnev, como ejemplos de la gran derrota de la teoría, del ideal, acaba en una serie de sintagmas carentes de significado, más cercanas a la proclama religiosa que al fundamento político. Añado, en mi caso, el fenómeno de la neolengua educativa, que Andreu Navarra conoce también, que arranca cualquier validez a los procesos de aprendizaje para evitar los “degradantes” (y las comillas son necesarias) procesos de evaluación. La persona necesita aprender y demostrar que ha aprendido para poder tener las herramientas que le permitan construir el pensamiento independiente, base de toda la literatura, el ensayo y la cultura como elemento libertador. Volvemos a los tuits, a los aforismos, a la poesía en rima consonante, a un coro de ladrillos, a una economía de adictos a la dopamina, que no alcanzan ni el honor de ser un Frankenstein de Don de Lillo o un Patrick Bateman del siglo XXI. Escribir un ensayo, dice Navarra, no es garantía de que en un futuro no se produzca una masacre. Sumidos en el escepticismo, acabamos por volver a la clasificación más clásica del intelectual, contenida en obras como la de David Jiménez y en las que se muestra como el escepticismo y la lectura son los enemigos naturales de la burocracia. Miguel de Unamuno y Josep Pla o Eugenio d'Ors y Agustín Fernández Mallo, la esencia del individuo frente a la sociedad, ante el fuego de una época concreta, el presumido autor de cartas que se han escrito para ser publicadas, una epidemia global que deja las elucubraciones de Philip K. Dick o el propio Ballard en bromas para niños. Los temas del ensayo tienen que ser bombas de racimo y el mismo ensayista gestor de hemorragias. 

Un ensayo sobre los ensayos como este, encuentra la cristalización en la obra de autoras como Patricia Almarcegui o Marta Rebón, donde el viaje, la ciudad líquida y las formas de urbanismo y comunicación (incluyendo la memoria, como en la cita que aparece en el libro, donde se habla de primero vivir y luego escribir: "un grupo de cuatro norteamericanos obesos beben cerveza delante de las ruinas de la cúpula de la bomba atómica de Hiroshima"). Volviendo a Unamuno, en sus obras, en sus excursiones, se proyecta a sí mismo, una especie de ensayista romántico, en sus viajes chocará posteriormente con la modernidad del turista, fenómeno, el del enfrentamiento entre viajero y turista, de los más interesantes del volumen. Aparece una voz como la de Agustín Fernández Mallo, donde habla de un conflicto con fondo de clasismo, de clase media ante el proletariado y, otra vez Ballard, con el fascismo intelectual sobrevolando todo. Al viajero le sobra el tiempo mientras que el turista parece impaciente, quiere llegar al desayuno buffet, a la playa. De viajes, entre Pla que compuso un libro en autobús geográficamente imposible por la Cataluña de su tiempo en la que solo entrevistaba a catalanes muertos o, por otro lado, el febril Joaquín Costa, que volvió agotado y traumatizado de la exposición de París de 1867 y tomo una visión de avezada austeridad total, evitando el subdesarrollo carlista, el primitivismo social, sabiendo que un caminante asalariado termina por ser un hombre anuncio. Acaba Joaquín Costa por evitar el miedo a la página en blanco a través de la búsqueda de citas que decoren las líneas de su obra. De la pensión a la biblioteca, casi sin caminar. Es un juego de glosas, donde la lista, pecado venial del ensayista, termina por convertirse en un contenedor más. 

Vuelve el ensayo a la parte más política de la sociedad, en el que la ignorancia hace que el que se cree libre acabe comportándose como los extremistas, tan revolucionarios que las normas superarán a las ideas y no habrá más que ignorancia. Sin duda la lectura es un placer culpable, pero peor es el ensayo, que es un acto reaccionario, con un cierto grado de escepticismo y, con su exploración pura del intelecto, contiene una naturaleza onanista. Leer lo que se repele acaba por ser el único camino seguro para combatir ideologías detestables. Volver, para terminar, a la educación como elemento de turbiedad endémica. Un sistema de creencias que el poder quiere estable y estático, que no ponga en peligro la estructura económica de país. Encuentro en esto un planteamiento simplista, asumiendo el movimiento político inherente en los países democráticos del ámbito occidental y que es una repetición de excusas y proclamas con varias décadas detrás. ¿Y las propuestas más radicales? Lo radical es una manera de engaño muy poco elaborado, pero muy eficaz, captura por igual al joven apasionado y al jubilado con ganas de divertirse. Deja entre medio a las madres y los padres y sus hijos en edad de emanciparse. La edad y la clase, en su concepto medio, son la base de nuestra estructura. 

Pero vuelvo a Andreu Navarra, que asegura que el poder tiene como objetivo que nadie posea el vocabulario necesario para la creación de imaginarios alternativos. Dudo si lo que hace es colocar docentes aburridos o químicos disueltos en el aire, quizá sea una conexión a la red eficiente y youtubers asociados como pedagogos que hacen del esfuerzo un detonante de la insatisfacción. El autor asegura que en un plazo de tiempo muy breve el alumno pobre no tendrá acceso a una educación real, solo a un modo teórico y virtual, simulado. Para el pobre la educación emocional y para el rico las ciencias y las humanidades. ¿Quién es el culpable entonces? ¿Los profesores de los alumnos de clase alta por ser cómplices? ¿Los padres que lo permiten? ¿La persona que cierra la biblioteca? Sanidad privada y refuerzo educativo, por sesenta euros, lo que cuesta una adicción moderada al tabaco y menos que el mantenimiento del terminal y la línea de un móvil. A pesar de todo, aunque la sociedad está tan estropeada y el poder controla tanto, el autor encuentra una editorial para su libro y una persona que lee y reseña el volumen.

 

Andreu Navarra. Razón y demolición. El arte de escribir ensayos, Barcelona, H&O Editorial, 2025.