Cuando Mónica Maristain, en una entrevista ya casi mítica para la edición mejicana de la revista Playboy, le preguntó a Roberto Bolaño qué le sugería la palabra “póstumo”, Bolaño respondió: “Suena a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto. O al menos eso quiere ser el pobre Póstumo para darse valor”. Los sinsabores del verdadero policía es el séptimo libro póstumo del autor de Los detectives salvajes. Los seis anteriores son un conjunto de relatos terminado y entregado a su editor, Jorge Herralde, poco antes de ingresar en el hospital (El gaucho insufrible), una recopilación de textos circunstanciales (Entre paréntesis), una novela desmesurada, inconclusa y ya canónica (2666), un puñado de fragmentos narrativos deslumbrantes en distinto grado de composición (El secreto del mal), una recopilación de poesía con voluntad unitaria (La Universidad Desconocida) y una novela iniciática redactada en los años ochenta acerca de la que ya escribimos aquí no hace mucho (El Tercer Reich). No hay duda de que el conjunto ilumina la obra bolañiana, ampliándolo, completándolo y ajustándolo, y ya sería imposible comprender a Bolaño sin estas adiciones, que forman parte de un único sistema, de un único movimiento expansivo de construcción literaria. En cuanto a Los sinsabores del verdadero policía, su publicación ha estado rodeada a partes iguales de expectación y polémica. ¿Cuánto más?, parecen preguntarse algunos críticos. ¿Hasta cuándo? Las carácterísticas del texto (tal vez sería más adecuado decir textos, si atendemos a la nota editorial que cierra el volumen) que se ha publicado bajo este título obligan a una tarea detectivesca, para tratar de resolver un caso de ecdótica sobre el que no conocemos todas las claves. El crítico Ignacio Echevarría, que fue amigo de Bolaño y al que éste nombró albacea de su obra, insiste en que no se trata de una novela, sino de una “vía muerta”, cuyo origen es previo a la redacción de los Detectives salvajes y que, más adelante, ya abandonada, daría lugar a 2666. Si aceptamos este punto de vista, el libro no debería haberse publicado tal y como lo ha hecho, ya que exige más bien una edición crítica que aclare su lugar en la aventura narrativa bolañiana y establezca de modo ordenado, si tal cosa es posible, las conexiones con un todo que tiende a la fractalidad. Cualquier lector atento de Bolaño encontrará en Los sinsabores del verdero policía, ya desde sus primas páginas (la clasificación de diversos poetas según su tipo de homosexualidad), repeticiones y recuperaciones de materiales (ideas, relatos exentos, embriones de distinto tipo) utilizados en otras obras del autor y que sin embargo, al parecer, son anteriores a los textos ya publicados, por lo que se hace difícil imaginar que Bolaño los hubiera publicado tal y como se hace ahora. Por otra parte, dentro del propio libro existen repeticiones (también faltas de coherencia, y vacilaciones) que dan idea del grado de provisionalidad del mismo y de la imposibilidad de considerarlo una obra terminada y destinada a los lectores. Opino, tal y como sugiere Echevarría, que la irrupción de los crímenes de Santa Teresa (reflejo hasta cierto punto de los de Ciudad Juárez) fue lo que hizo que Bolaño decidiera reescribir toda la novela desde otro punto de vista, reconfigurando los materiales narrativos de una forma aún más centífuga que permitiera una intuición más clara, y al mismo tiempo más elusiva, del centro oculto de la trama. Aunque es muy posible que eso no lo sepamos nunca.

Hasta aquí, la lectura “historicista” de la obra, basada en conjeturas sobre la voluntad del autor, sus circunstancias personales, su propio timing editorial. Una lectura fascinante, sin duda, una lectura que incide en el mito y sus recovecos pero que, debido a la falta de datos fiables, puede llevar a la desesperación crítica y al agotamiento. Podemos tomarnos la libertad, sin embargo, de proponer otra posibilidad, igual de inquietante, pero tal vez más productiva: una lectura de Los sinsabores del verdadero policía como una novela terminada, es decir, una lectura que tome su dedicatoria (“A la memoria de Manuel Puig y Philip K. Dick”) como una declaración de intenciones y que elija leer la laberíntica y diáfana “Nota editorial” firmada por Carolina López y, sobre todo, el prólogo de Juan Antonio Masoliver Ródenas (claramente irónico, en ese caso), como parte integrante del texto, es decir, como engranajes imprescindibles de una única máquina de belleza perturbada en la que los ecos y las resonancias no constituyen fallos del sistema sino una llamada a la participación paranoica del lector. Manuel Puig, artista de la sospecha y de la deconstrucción de la realidad, fue pionero (con Pubis angelical) de un género híbrido de la ciencia-ficción política al que tal vez podría adscribirse la obra de Bolaño y por el que también transitó Philio K. Dick, el desquiciado y visionario autor de Valis. Veamos qué sucede si leemos la nueva novela póstuma de Bolaño partiendo de esta premisa, la de que todo lo que en ella aprece, y el modo en que lo hace, es voluntario: Amalfitano, el profesor universitario viudo, y padre de una hija adolescente, que descubre su homosexualidad y se ve obligado a iniciar una huida hacia delante que lo llevará desde Barcelona hasta Santa Teresa, ya no es un mero borrador del Amalfitano que protagoniza la segunda parte de 2666, sino un cuestionamiento del mismo, una “mise en abyme” del propio concepto de ficción, y al mismo tiempo una glosa y una pista del modo de interpretar la obra maestra bolañiana (indicios: Amalfitano es el narrador, omnisciente e incosciente al mismo tiempo, de 2666; suya es la culpa). Y lo mismo sucede con el misterioso J.M.G. Arcimboldi, que ya no es la prefiguración del Beno von Archimboldi de 2666, sino tal vez su creador, o un reflejo turbio, o la materialización de la sospecha de su inconsistencia.

Cada lector (y también cada crítico, por tanto) tiene derecho a enfrentarse a una obra literaria como crea más conveniente. Las condiciones de escritura y publicación de un texto pueden condicionar su lectura, pero también pueden esquivarse, dejando espacio para la obra misma. El texto es un espacio de libertad interpretativa en el que todo está permitido. La literatura de Bolaño, lúdica y terrible al mismo tiempo, exige del lector una toma de posición, lo empuja a cuestionarse su concepción de lo narrativo: Los sinsabores del verdadero policía lleva esta exigencia al límite, y ofrece una recompensa a la altura del reto, digno de un gladiador romano. Que cada lector decida su modo de enfrentarlo.

 

 

Roberto Bolaño, Los sinsabores del verdadero policía, Barcelona, Anagrama, 2011.