El pasado año 2013, que ha coincidido con el año dual España-Japón que conmemoraba el cuarto centenario de las relaciones diplomáticas hispano-japonesas, ha sido el escenario de un florecimiento en nuestra agenda cultural de actividades relacionadas con el País del Sol Naciente, como exposiciones, representaciones teatrales, ciclos de cine, conferencias y, también, presentaciones de libros. La casualidad ha querido que un largo proyecto literario del novelista Julio Baquero Cruz haya aparecido justamente en ese año en la editorial Menoscuarto, con el título Murasaki. Este nombre nos remite instantáneamente a Murasaki Shikibu, la autora del Genji Monogatari, escrito  hace unos mil años y considerada la primera novela de la historia de la literatura universal.

 

Aunque el título pudiera sugerirlo, Murasaki no una novela histórica que reconstruya la vida de esta notable dama de la corte imperial de Heian (la antigua Kioto), sino una obra de pura creación literaria que asume en el siglo XXI la vigencia de los códigos estéticos de la literatura clásica japonesa. En este sentido, el autor busca anacronismos e hibrida géneros para invitarnos a viajar a un Japón soñado, que puede vestirse con los kimonos de seda del Genji Monogatari, pero sin ninguna limitación historicista. Julio Baquero Cruz, palentino cosmopolita afincado en Bruselas, ha llegado al corazón del alma japonesa sin desplazarse físicamente hasta el archipiélago nipón. Al autor no le interesa ofrecernos la visión de un viajero, al modo de las japonerías de Pierre Loti. No le hace falta y hasta puede ser contraproducente para él por el riesgo a una intoxicación del futurista Japón ultratecnológico y kawaii. Aunque el Japón que le interesa al autor sigue existiendo en el Japón actual, no se ve a primera vista. Al Japón de Baquero Cruz no se llega por el puerto de Yokohama, como se viajaba en el siglo XIX, ni por el aeropuerto de Narita, donde desembarcan los turistas hoy, sino a través de los clásicos de la literatura nipona.

 

El lector de Murasaki disfrutará más de la novela si ya conoce el Genji Monogatari, una novela jalonada de breves poemas que lanzan los protagonistas en el momento culminante de cada capítulo, como también hace Julio Baquero Cruz a lo largo de su texto. A este respecto, es necesario recordar que las completas traducciones de obras tan importantes como el Genji Monogatari o el Heike Monogatari, etc., han muy sido muy tardías, ya en esta centuria, lo mismo que los manuales de literatura japonesa, como el de Carlos Rubio. En Murasaki se aprecia el influjo de las más importantes antologías poéticas niponas, como el Man'yoshu y el Kokinshu, que es palpable en los rincones más líricos de la novela, mientras que cierto tono nostálgico ante el final de una gloriosa era tiene relación con el tono de las reflexiones desde modestas chozas de los desencantados literatos medievales Kenko Yoshida y Kamo no Chomei. Cuando la novela sale de los refinados ambientes palaciegos, que es el mundo de Murasaki Shikibu, y se adentra por caminos y barrios populares, resuenan los ecos de la literatura de las clases urbanas del siglo XVIII, en especial la obra de Ihara Saikaku.

 

En cierto modo, la influencia de la literatura nipona no es una novedad en las letras hispanas, pues a través del haiku ha habido desde comienzos del siglo XX una aproximación formal y estética muy enriquecedora. El verdadero interés de Murasaki es que Julio Baquero Cruz recoge la esencia de la tradición clásica nipona para injertarla en la narrativa, en una compleja novela que evoca una hermosa recreación de un Japón fuera del tiempo. Un Japón que es como un kimono que reviste un estado de ánimo que redefine lo bello. El principio estético que rige la novela es el mono no aware, un profundo sentimiento de empatía con la belleza efímera de las cosas, por modestas que sean. Ciertamente esta es la clave de esta propuesta literaria: la adopción en prosa de los códigos estéticos de la literatura clásica nipona, los cuales se apoyan en una tradición vigorosa e inagotable. Para este objetivo no era necesario ambientar la obra en Japón, pero lo cierto es que es el envoltorio más delicioso y un homenaje a una civilización que es capaz de enseñarnos otra manera de sentir la vida. Por esto, el hecho de que la novela sea una recreación de algunos tópicos del admirado Japón, es también un atractivo para el lector. En efecto, no son muy habituales los exotismos literarios tan lejanos en la prosa hispana y casi hay que remontarse al guatemalteco Enrique Gómez Carillo para encontrarnos un autor representativo. Sin embargo, la obra de Julio Baquero Cruz, además de la seductora apariencia japonista, también tiene una refrescante propuesta narrativa basada en la hibridación con los valores estéticos nipones. El autor busca lo japonés por fuera y por dentro. En las letras francesas esta plenitud fue lograda, con notable acierto y éxito, por Maxence Fermine en su relato Nieve, publicado en 1999 y traducido un par de años después. En la narrativa española, Murasaki de Julio Baquero Cruz explora un terreno que no había sido transitado, “esperando la primavera como quien no espera nada”.

 

 

Julio Baquero Cruz, Murasaki, Menoscuarto ediciones, Palencia, 2013.