De qué está hecho, no lo sé.

Quizá de alguna clase de madera liviana

como el sauce,

o de escamas de cobre,

o del cristal que deja el caracol entre la hierba,

impuro y desenvuelto.

Difícil decidirlo a esta distancia.

La luz del mediodía

lo envuelve en brillos submarinos

como si fuera un ancla descansando en la arena.

Pero no está en el fondo de ningún mar

sino en la tierra,

sobre la tierra,

con sus raíces bien plantadas y el torso expuesto.

Respira el mismo aire que nosotros,

el mismo clima,

aunque el viento que emerge al final de la tarde

le haga mover las aspas de sus brazos

y parezca una estupa con banderas de oraciones.

Algo está claro: tiene ritmo. Sólo un maestro

ajustaría así cada fragmento,

las venas invisibles.

 

De qué está hecho, no lo sé.

El cielo, cada vez más teatral, me confunde.

Doy vueltas a sus formas con los ojos

y estudio cada muesca,

cada surco,

creyendo hallar correspondencias.

Hablo con él como con un hermano

pero me ignora como un hijo.

Una estatua de espinas, una cruz emplumada.

Y ese poco de sombra

que prospera en las horas muertas.

Visto de arriba abajo

es lo que tú quieres que sea.

Visto de abajo arriba

es lo que tú podrías ser.

En cualquier caso, estás perdido.