Aquella noche yo estaba medio tumbado en el banco azul del Paseo Marítimo, frente al mar, viendo pasar los barcos que entraban y salían del puerto.  El hombrecito apareció inesperadamente a mi derecha –posiblemente estaba escondido detrás de un contenedor de basura, esperando su oportunidad-, y apenas me descubrió en el banco fue acercándose pasito a pasito, sin apresurarse. Por un momento pensé que iba a pasar de largo, pero se detuvo,me dio las buenas noches y ni corto ni perezoso se sentó a mi lado. Levantó la mirada a las estrellas, se le escapó u suspiró y por fin se atrevió a mirarme directamente a los ojos.

-Amigo mío- me dijo, sin rodeos y sin preguntarme si quería escucharle- Aquí donde me ve yo pude ser un famoso tenor. Hubo un tiempo en el que mi voz era prodigiosa y mi técnica alcanzaba una perfección difícilmente superable. No, no voy a presentarme ahora, por el momento no pienso decirle cual es mi nombre. Lo único que puedo decirle es que estuve a punto de estrenar una ópera de la yo hubiese sido protagonista pero lo impidió un pavoroso incendio que destrozó el teatro. Ya sabe usted lo que dice el refrán, el hombre propone  y Dios dispone. Aquella ópera hubiera debido llamarse Las desventuras de Polifemo. Se propusieron otros títulos, pero al final nos quedamos con ese, ¿Sabe usted quien fue Polifemo? ¿Si? Un cíclope, en efecto, fue un cíclope. Tenía un sólo ojo en medio de la frente y esa circunstancia le supuso bastantes problemas, pero en el libreto, del que soy autor, no cometí la horterada de compararle con el lucero de la mañana, como han hecho otros poetas famosos. Tampoco decía que su vista era tan poderosa que desde la cima de una montaña siciliana podía distinguir los emblemas de los escudos de cuero que portaban los jinetes africanos.  No, no nada de eso: las desventuras de aquel monstruo debían ser cantadas con un  lenguaje moderno, adaptado a nuestro tiempo Al fin y al cabo, Polifemo fue un monstruo escéptico, que ni siquiera estaba seguro de ser hijo de Poseidón, el dios de los mares. Tal vez, se decía algunas noches de plenilunio, mi madre Tootse, que era muy hermosa,  me engendró con cualquier otro fulano. Sentado a la puerta de su gruta Polifemo se dolía de no poder creer en dioses y ninfas. Y se lamentaba, sobre todo, de tener un solo ojo porque, , según demostraron muchos años más tarde las leyes de la física, con un solo ojo no pueden apreciarse correctamente el tamaño de las cosas, ni la distancia que le separaba de ellas, ni siquiera la forma precisa de los objetos que tenía a su alrededor. Todas esas amargas reflexiones hubiera debido de exponerlas en una brillante aria.

Si, ya sé, no es preciso que me lo diga, puedo adivinar lo que en esos momentos pasa por su cabeza : está usted pensando que mi aspecto físico no es el más adecuado para representar a Polifemo que, al decir de los poetas, fue tan alto como una montaña. Como usted puede ver, no soy lo que se dice un hombre alto. Sí, sí, no puedo ocultarlo, no soy lo que se dice un buen mozo, apenas llegó al metro cincuenta, pero tenia previsto superar ese inconveniente  con un buen par de zancos. ¿Sonríe usted?  ¡Ah sí¡ ¡Ahora piensa en mi voz de tenor¡. ¿Le parece que el papel hubiera debido de ser representado por un bajo, o, por lo menos, por un barítono profundo? No es usted el único que pìensa eso, pero creo que todos ustedes se equivocan. Los bajos, es cierto, suelen ser individuos de cuello ancho y largo, en el que las cuerdas vocales, como las cuerdas de un gran piano, ofrecen una considerable grosura y extensión, pero ¿está usted convencido de que Polifemo tenia un cuello de esas características? No, no, ni usted ni nadie puede estar seguro de cómo era el cuello de Polifemo, que se convirtió en polvo hace muchos años y no dejo ningún retrato suyo para la posteridad. Lo único que sabe que tenia un ojo en mitad de la frente y que era grande como una montaña. Sabe también que tanto él como sus hermanos cíclopes era gente feroz, insolidaria y antropófaga, que habían olvidado su antiguo oficio de herreros y se dedican exclusivamente al pastoreo.

¿Vuelve usted a sonreír, caballero? No me gusta esa sonrisita, ¿Piensa tal vez que los cíclopes no existieron jamás? ¿Cree que fueron únicamente creaciones de los poetas para consolar a los hombres y demostrarles que no son las peores criaturas de cuantas puso Dios en este mundo?

Algunos escépticos suponen, en efecto, que Polifemo y sus hermanos no existieron realmente. Dicen que no son posibles los seres con un solo ojo en mitad de la frente. Es cierto que se han encontrado enormes cráneos con un agujero en la parte anterior que podría corresponder a la órbita de un ojo, pero ese orificio corresponde en realidad al lugar donde se insertaba la trompa al cráneo de un pequeño elefante que desapareció hace miles de años. Para esos descreídos, pues, los cíclopes fueron emblemas solares o el símbolo del gremio de los viejos herreros que en aquellos tiempos para protegerse de las chispas de la fragua, se tapaban uno de los ojos con  un parche.

Muy bien, aceptemos que no existieron jamás y que todo es producto de la ardiente fantasía de los hombre. No importa. Los poetas de categoría son capaces de dar vida a entes y situaciones que jamás existieron en este mundo y puedo jurarle que no les falta materia. Mi ópera, por ejemplo, constaba de doce actos. ¿Que dice usted? ¿Qué le parecen demasiados? No lo crea, no lo son, tenga en cuenta que una historia tan triste como la de Polifemo no puede tratarse a la ligera. Sus problemas, obviamente, fueron bastante más complejos que los de Madame Butterfly e incluso que los de Hamlet, que, al fin y al cabo, tenían dos ojos como cualquier hijo de vecino. Los problemas de nuestro desventurado cíclope no podían agotarse en tres actos, como los de aquella menuda japonesita que tuvo el mal gusto de enamorarse de un gringo.

Otra vez se le escapa la sonrisita, sigue sin   dar crédito a mis palabras. ¿Quiere pues que le especifique, uno por uno, el contenido de  esos doce  actos? ¿Si? ¿No le importaría? Muy bien, ya verá usted como cada uno de ellos tiene su intríngulis. Escuche:

Acto primero.-Polifemo, solitario, custodia su rebaño.

Acto segundo.- Polifemo recostado al pie de una encina y esperando ver aparecer a Zeus entre las ramas.

Acto tercero.- Polifemo, sentado en un peñasco frente al mar, esperando que las olas arrojen a la playa algún naúfrago.

Acto cuarto.- Polifemo acechando a las hijas de los hombres, que danzan alegremente a lo lejos.

Acto quinto.- Polifemo contempla con aire compungido su enorme pene.

Acto sexto.-Polifemo, en un aria desgarradora, se lamenta del tamaño de sus genitales que le impiden yacer con la hijas nacidas de mujer.

Acto séptimo.-Polifemo, otra vez ante el mar, sueña con transformarse en aquella roca que resistía impávida el empuje e viento y de las olas, pero que se estremecía al contacto de una simple flor.

Acto octavo- Tilemo, el ciclope adivino, advierte a Polifemo que llegará un dia en el que será cegado por Ulises.

Acto noveno-. Dúo de Polifemo y Galatea, que por fin se han encontrado en lo más profundo del bosque. Pese a todo (misterios del amor), consiguen acoplarse, aunque sea con las naturales dificultades, entre los armoniosos trinos de los pájaros cantores.

Acto décimo- Pese a todo, Polifemo no ha conseguido aplacar los ardores de la dulce Galatea y cinco días después el propio Polifemo la sorprende en lo más profundo del bosque haciendo en amor con el pastor Apios, que es un hermoso mancebo de proporciones normales.

¿Piensa todavía que no hay materia  suficiente para diez actos?. Pues mire, pensé incluso en  añadir un acto más, el undécimo: Polifemo aplastando con una roca descomunal al pastor  y entregándose luego a la policía, pero al final desistí, entre otras razones, porque me asusta  el número once y, sobre todo, porque no quise humillar a Polifemo con un severo interrogatorio policíaco. No quise que esos policías le acusasen de homicidio en la persona de aquel estúpido pastor, cuyo única virtud fue la de tener un pene adecuado a los genitales de Galatea..

¿Frunce usted ahora el entrecejo? ¿Piensa que no debería profanar el recuerdo de Galatea haciendo referencia a sus ardores sexuales y a su infidelidad con Apios?. De acuerdo, reconozco que ahora tiene usted  razón, admito que soy un  grosero que ha perdido el respeto por los viejos mitos. Pese a todo, le repito lo que le dije hace un momento: aquí donde me ve, perdido en esta noche gélida y sin estrellas, yo pude ser  el mejor tenor del mundo porque mi voz fue prodigiosa y mi técnica alcanzó una perfección insuperable. Me quedé, sin embargo, en el camino y ahora me considero un hombre frustrado. De todos modos, para consolarme,  algunas veces me pregunto: ¿de qué sirve tener una voz prodigiosa, si a nuestro alrededor todos se han vuelto sordos..?

Un vez que el hombrecito acabó de soltarme todo ese rollo me dio otra vez las buenas noches y regreso a su escondite en el contenedor, esperando que se le presentase una nueva oportunidad para contar su historia al próximo solitario que se sentase en el banco.