Difícil es saber si amanece
entre los pliegues del odio,
donde no penetra la luz
de la esperanza
ni florece la rosa de la reconciliación.

El odio es el fuelle
de un acordeón afónico,
lacerado por el reproche.

Revestido de palabras,
el odio es un puñado de sal
arrojado sobre los ojos
(esa herida abierta que es la mirada).

Es difícil saber si amanece
en la comisura de nuestros labios,
donde antes anidaba
el pájaro polícromo de la sonrisa.