Rescatar lo banal es la ambición de todo poeta lírico.

Charles Simic.

 

Intento no pensar en lo que pienso.

Lola Mascarell

 

 

Sencillo misterio el de estos 44 poemas que Lola Mascarell nos regala en su último libro: Un vaso de agua, título que es en sí mismo ya una declaración de principios, título transparente (preciosa la viñeta de la cubierta de José Saborit, ese vaso cotidiano, sin pretensiones, sin adornos, vaso escueto y ordinario, vaso sin flor) difícilmente podría encontrarse un título más elemental, más puro, más primordial, Un vaso de agua es a la vez el título del último poema del libro, que un dibujo de Isabel Quintanilla, su contemplación y su recuerdo, provoca en la autora.

 

Una mano dibuja, la otra escribe. Una misma sed. Un mismo vaso de agua que la sacia.

 

De vez en cuando uno se encuentra con algo que no esperaba, con algo inesperado, unas veces por inoportuno y otras porque resulta insólito el lugar donde lo encontramos. Porque insólito es encontrar hoy poesía en un libro de poesía, un género en el que todos somos competentes, “un género que antes era considerado arduo hasta el escepticismo” (Berarnidelli). Hoy la poesía es la gran damnificada de la democratización de la cultura. Desde que todos somos poetas, la poesía se ha convertido en tierra de nadie.

 

A la poesía podemos acercarnos de dos formas. Una es escribiéndola, y la otra leyéndola. Pero la poesía, a diferencia de otros géneros, debemos escribirla como si la estuviéramos leyendo y debemos leerla como si la estuviéramos escribiendo. La poesía, a diferencia de otros géneros, a diferencia incluso de la filosofía, con la que se la suele emparentar, quizá con razón, sin duda con razón, no se hace como se hace por ejemplo una novela, ni se piensa como se piensa un pensamiento. La poesía, dicho heideggerianamente es ser-uno-para-otro, o ser-uno-con-otro. Y el poeta, por su parte, y el lector, por la suya, lo único que puede hacer es descubrirla, sacarla de su madriguera, mostrarla, antes de que vuelva a escapársenos. Quizá se parezca más a la pintura, “arte de la luz”. Porque a la poesía hay que acercarse con humildad, sin exigencias, a la poesía no se la puede obligar, no se la puede forzar, ni tampoco suplicar, la poesía viene cuando quiere y se va cuando quiere. La poesía es como el amor, hay que merecerlo, y como el amor te lo encuentras un día sin saber por qué, y al día siguiente lo pierdes sin saber por qué.

 

Pero siempre hay un por qué. Una pregunta en el aire. Un recuerdo que se olvida.

 

La poesía no es un género literario.

 

No, no me estoy alejando del libro de Lola, me estoy acercando a él, me estoy dejando envolver por él, me estoy bebiendo el vaso de agua que me ofrece.

 

Por lo demás, no trato de convencer a nadie de nada que no esté ya convencido. Sólo quiero exponer una idea acerca de la poesía, una idea sencilla, una idea que no es mía, y que ya Valéry expresó en estos términos: “la poesía no tiene como objetivo comunicar un “pensamiento”, sino provocar en el lector un estado emocional que corresponda a un pensamiento análogo (y Valéry subraya la palabra análogo, es decir, no idéntico).

 

En este mundo, nos dice Lola Mascarell, hay cosas.

 

Una silla, un costurero con dibujos florales, un delantal, una lámpara, una colcha, un armario, unos zapatos, un vaso de agua…

 

Hay una balaustrada junto al mar.

 

Hay deseos. Antes de dormir – el rumor de lo líquido.

 

No alcanzamos la cumbre.

La cordura nos hizo regresar.

Cada renuncia eleva

la cima en la que crece tu deseo.

 

Hay remordimientos.

 

Hay nostalgia. Una nostalgia inmensa, repentina, / de todo lo que nunca sucedió.

 

Hay desesperación, hay euforia, hay confianza, hay sospecha, hay dolor, y hay, ay, a veces gran amor, hay poesía. Mejor dicho hay palabras que destilan la experiencia y llegan a convertirse en poesía.

 

Palabras que celebran también lo cotidiano, el viento entre las ramas, las luces y las sombras, unos cuerpos en la arena, unas pisadas, el sueño que no llega.

 

Y el misterio.

 

De pensar y pensar / en lo absurdo de estar para marcharse.

 

Lola Mascarell sabe que desentrañar el misterio no está en su mano, sabe que no está en manos de nadie, que su misión consiste sólo en constatarlo, en señalarlo:

 

Detente en tu camino / y habita ese misterio.

 

En advertir su presencia.

 

Otras veces es la soledad.

 

Otras el amor.

 

Hay poemas en este libro que te desarman, poemas que te inquietan, poemas que te emocionan, poemas que te calman, poemas que te reconcilian, poemas que te desasosiegan, aunque ya supongo que no serán los mismos para todos. Ese también es su misterio.

 

Sencillez, es para mí uno de esos poemas.

 

Y quiero escribir cosas

como que hoy hizo frío

 y que empieza noviembre.

 

(…)

 

 Escribir por ejemplo

 que el día se termina,

 y que no pasa nada.

 

Y bastará tu nombre.

Unas páginas más adelante nos tropezamos con Y bastará tu nombre, de resonancias místicas, cuyo verso final resuena en nosotros antes de leerlo: para sanarme. Y entonces volvemos a leer el poema y recitamos, como en una letanía, cuántas veces, cuántas veces, mientras se van sucediendo tu nombre y la herida y mis desvelos y el manantial y la sed… La autora ha sabido combinarlo todo con tanta sabiduría y sutileza que vamos leyendo, confiados sin saber adónde, hasta los dos versos rotundos que cierran el poema y nos dejan transidos de emoción: cuántas veces, amor, / para sanarme.

 

Hay poemas que empiezan con un nudo en la garganta, como decía Robert Frost. Y otros que terminan con un nudo en la garganta.

 

Voy de paso por sendas y caminos,

de paso entre las rocas, de prestado

por estos caminales

repletos de memoria y de pisadas.

 

Voy tratando de asir alguna cosa,

una rama de árbol,

una breve emoción, algún recuerdo,

un pájaro, una piedra, una pisada,

una mínima prueba que me deje

saber que estuve aquí, sólo de paso,

y que nada era mío.

 

Una mano que dibuja, otra que escribe. Un vaso de agua. Un libro de poemas en el que hay poesía. Poesía primordial, poesía transparente, poesía clara como el agua clara del vaso que nos ofrece.

 

Y que conste que “yo no creo en la poesía. Yo creo únicamente en la poesía que me hace creer en ella.” (Berarnidelli).

 

 

Lola Mascarell, Un vaso de agua, Valencia, Pre-Textos, 2018.