La experiencia intelectual de los dos últimos siglos, e incluso el sentido común, nos indica que es imprescindible conocer y tratar de comprender el mundo contemporáneo para orientarnos en él como individuos o comunidades políticas y, virtualmente, tomar las decisiones adecuadas. También sabemos lo difícil que resulta ofrecer un retrato acertado sobre la realidad en la que vivimos, sobre el presente actual que transcurre ahora mismo a nuestro alrededor. Es un ejercicio intelectual arriesgado y comprometido, sin duda, tratar de apresar en algo similar a una fotografía la fluida sucesión de acontecimientos en los que estamos inmersos. Pero si se hacen las preguntas adecuadas, y se ofrecen diagnósticos sobre la realidad inmediata, es posible, posteriormente, ofrecer algunas directrices sobre qué sería bueno o deseable. El libro El nuevo espacio público de Daniel Innerarity, parte del supuesto de que es imprescindible actualizar nuestra forma de mirar la realidad, y se atreve también a ofrecer algunas ideas sugerentes para afrontar los principales problemas con los que hoy nos encontramos. Por eso es un libro con una doble intención; por un lado, el análisis profundo de los cambios radicales que experimenta el mundo social, los estados, el individuo, la historia, la ciudad y la urbanidad, la política, la identidad colectiva, girando todo ello alrededor del concepto de “espacio público”; por otro lado, el texto está dotado de una intención normativa y en él se sugieren caminos para lograr sortear algunas de las más complicadas cuestiones que debemos, queramos o no, enfrentar.

            Innerarity parte del convencimiento de que vivimos en un mundo que se ha visto radicalmente modificado. Consecuentemente las categorías que nos han servido hasta ahora para interpretar el mundo deben ser reconceptualizadas, especialmente el concepto de “espacio público”. En realidad, la ambición de tratar de revigorizar y reconstruir el espacio público es un interesante intento de recuperar la política, en la línea de algunas de las más recientes apuestas teóricas que nos hablan de ciudadanía, republicanismo y responsabilidad, bien anclado teóricamente también en Habermas y especialmente en Luhmann. La propuesta de Innerarity aboga por la recuperación de la política y lo político, mediante la creación de un espacio público acorde con la actual realidad, es decir, que se adapte, por decirlo a la manera de Ortega, a la altura de los tiempos. Desde el punto de vista constructivista, que defiende Innerarity, el espacio público es algo que no se puede dar por hecho, sino que es un proceso, se construye y reconstruye, y lo hace de una manera muy singular que no es otra que mediante la intervención de diferentes agentes y actores que deliberan. El espacio público, igual que las comunidades o la idea de “pueblo”, no son realidades dadas de antemano, ni remiten a esencias, sino que se generan con la participación de los actores, con sus diálogos y sus discusiones. Y el problema, según señala el autor, es que el actual espacio público no está cumpliendo las funciones que le corresponden. Una de las cuestiones que se abordan en este libro es el problema de la representación política, la crisis de la política, y el tan rutinariamente repetido problema de la distancia entre los representantes políticos y los representados. La política, para nuestro autor, es síntesis y deliberación, es generación de nuevos contenidos, identidades y soluciones mediante la discusión y la confrontación en el espacio público. Frente a la respuesta de ciertos autores posmodernos que enfatizan la alteridad y la diferencia, y frente a la clásica unificación homogeneizante religiosa o política (a través de las ideologías), el espacio público deliberativo se alza como una alternativa capaz de articular el complejo mundo social del presente. Hay que evitar a toda costa el subcontrato social que supone la deslocalización de la política. Los políticos delegan sus responsabilidades subcontratando su función de tomar decisiones: hacia arriba, en una salida elitista que remite a los expertos; o hacia abajo, en una salida que devuelve los problemas irresueltos a los ciudadanos (bien sea en el modelo de democracia directa, bien en el de sociedad civil). En cambio, Innerarity se esfuerza en elaborar una defensa de la representación y de la democracia deliberativa, que sea capaz de alcanzar síntesis, y no se limite a la mera agregación y defensa de los propios intereses. Por eso tiene una especial relevancia el problema de la definición del “bien común”, así como el intento de dotar de sentido a la cuestión de la “responsabilidad”. La responsabilidad que defiende Innerarity, frente a la dramatización maximalista (todos somos responsables de todo lo que sucede) y la irresponsabilidad (el mundo es tan complejo que la posibilidad de buscar responsabilidades es una mera ilusión), se basa en ensanchar el concepto, partiendo de la idea de que la historia es la acumulación de una serie de efectos no previstos y no intencionados. Las acciones de los individuos o de los sistemas hacen la historia, pero no en los términos que pretendían. Por eso hay que ensanchar el concepto de responsabilidad, y ampliarlo hacia el pasado y el futuro. Tenemos que tratar de ser responsables de las consecuencias no queridas de nuestras acciones, según defiende Innerarity, pese a la dificultad que esta apuesta conlleva. Volvamos ahora a la idea de bien común. Una vez que conocemos las dificultades, y los peligros, que entraña de una definición con pretensiones universalistas de la idea de bien común, no queda más remedio que buscar una alternativa si se quiere conservar este concepto vigente. Y es algo a lo que no renuncia Innerarity. El bien común es presentado así como un concepto inacabado, que precisa de negociación y diálogo, que requiere ser vigilado y reconceptualizado constantemente, mediante la participación de los distintos actores en el espacio público. Pero la importancia del espacio público se ve aún más ampliada cuando hablamos de la organización política del mundo. Los Estados liberales clásicos, deben ser sustituidos, según argumenta Innerarity, por “Estados cooperativos”, al mismo tiempo que la globalización nos obliga a la búsqueda de una “cosmopolítica”. Vayamos por partes. Frente a los problemas que han ocasionado en la historia reciente el poder omnipresente de los Estados fuertes y frente a la privatización de los servicios y la doctrina del Estado mínimo, el poder cooperativo se alza como una especie de tercera vía. Se trata, en pocas, palabras, de tratar de incorporar a los diversos actores e instituciones sociales en la toma de decisiones mediante un proceso de cooperación, eliminando los juegos de suma cero (en los que siempre que uno gana es porque otro pierde). De una manera similar, presenta Innerarity la necesidad de tratar de enfrentarnos a los nuevos problemas que la globalización nos ha traído. La solución vuelve a ser la política, la deliberación y la cooperación. Cosmopolitizar la globalización es tanto descosificar el concepto como politizarlo.

            Por todo lo que hemos escrito hasta ahora, el lector puede muy bien entender que el libro de Innerarity es un interesante y ambicioso viaje hacia la recuperación de la política en el complejo mundo actual, cuyo punto central es un renovado concepto de espacio público.

 

Daniel Innerarity, El nuevo espacio público, Madrid, Espasa Calpe, 2006.