“… y yo tendría que hallar mi camino para regresar por extraños medios a esos campos de bruma que conocen todos los poetas; allí donde hallamos esas pequeñas y misteriosas cabañas a través de cuyas ventanas, al mirar al oeste, podemos ver los campos de los hombres y, al mirar al este, las delicadas y relucientes montañas, coronadas por picos nevados, que se extienden hasta la región del Mito y, más allá, hasta el reino de la Fantasía, que pertenece al País de los Sueños”. Así concluye la primera persona narrativa su relato sobre un viaje en barco por el río Yann y las misteriosas ciudades que van surgiendo en la travesía: lugares custodiados por lobos y sombras, poblados por monstruos, fantasmas y seres extraños, rodeados de junglas y cadenas montañosas. A veces se trata de una urbe silenciosa, de quietud sepulcral, cuyos habitantes deben seguir dormidos, pues, si llegaran a despertar, morirían  los dioses y, en tal caso, los hombres no podrían volver a soñar. En otro paraje, el Tiempo ha tenido que ser reducido y maniatado, antes de que acabara con las divinidades. El cuento apareció originalmente en una colección de 1910 —A Dreamer’s Tales— que, en su primera traslación española, presentó la Revista de Occidente catorce años después. Luego Borges lo incluiría en la Biblioteca de Babel. Leyendas mitológicas de dioses y hombres, personajes exóticos, criaturas mágicas, visiones ominosas ora sublimes, ora patéticas, humor e ironía en una prosa poética que evoca tanto las sugestivas revelaciones de Swinburne como el modo melancólico de Tennyson. El autor, que solía escribir con plumas de ave en el torreón de su viejo castillo, es uno de los fundadores del subgénero denominado “fantasía heroica”, junto con Rider Haggard o William Morris, y antes que C.S. Lewis, Lovecraft o Tolkien. Ahora bien, como señala Todorov, lo fantástico se mueve entre la representación de la realidad extraña y la de lo maravilloso, es decir, se construye sobre la duda que mantiene el narrador acerca de la realidad o irrealidad de lo narrado, vacilación en la que también participa el narratario (y el lector). Y es que estamos hablando de Lord Dynsany, un escritor versátil y prolífico sobremanera, cuya obra abarca desde el relato breve hasta el teatro, pasando por la poesía, la novela, el ensayo y la autobiografía. En todo caso, la escritura de más de ochenta y dos libros sólo ocupó un parte de su atareada existencia, pues, en contraste con el mundo de ensueño que creó, este aristócrata feroz fue un viajero impenitente, muy aficionado a la caza mayor y al cricket, además de campeón nacional de tiro con pistola y de ajedrez, juego del que inventó una variante asimétrica en la que el conjunto normal de piezas se enfrenta a un grupo de 32 peones.

Edward John Moreton Drax Plunkett (1878-1957) nació en Londres, en el seno de una familia irlandesa noble, cuyo origen se remonta a un tiempo anterior a la conquista normanda. Educado en Cheam, Eton y la academia militar de Sandhurst, a la muerte de su padre, en 1899, hereda el título nobiliario y se convierte en el decimoctavo Barón Dunsany. Tras participar en la guerra de los Bóer, donde entabla amistad con Rudyard Kipling, en 1901 establece su residencia en el condado de Meath, al noroeste de Dublín, en un castillo ancestral del siglo XII. Tres años después se casa con Lady Beatrice, hija del conde de Jersey, y así comienza un periodo de gran actividad social y literaria, con la publicación de un libro de relatos breves titulado The Gods of Pegana (1905), en el cual instituye una mitología propia e idiosincrásica, geografía y teogonía incluidas, que se completará en los volúmenes siguientes —Time and the Gods (1906) y The Sword of Welleran (1908), entre otros—, cuyas narraciones, magníficamente ilustradas por Sidney Sime, exhiben características del cuento popular: sencillez, brevedad, evocación de una fuerza amenazadora en una atmósfera indeterminada, estilo fluido y elevado… En 1909 presenta su primera obra teatral, escrita a instancias de W.B. Yeats para el Teatro de la Abadía, un movimiento escénico que tratará de mostrar la realidad social y cultural de Irlanda en clave costumbrista, sin excluir las reivindicaciones de tipo patriótico. Nos referimos a The Glittering Gate, un drama estrafalario sobre dos ladrones que quieren entrar en el cielo. Una vez más se ve aquí cómo el autor agnóstico, si no ateo, recurre a temas religiosos y utiliza parábolas, imágenes y fraseología de la Versión Autorizada de la Biblia, si bien, en esta ocasión, el talante irónico y fatalista parece anticipar la “vaciedad” del teatro del absurdo. A ésta seguirán muchas otras obras en los escenarios europeos y americanos (West End, Broadway, off-Broadway…). Hubo un momento en que cinco de ellas se representaban simultáneamente en Nueva York. Hombre de acción asimismo, Lord Dunsany fue herido en la primera guerra mundial y, durante la segunda, sirvió activamente en Soreham (Kent), la localidad británica más bombardeada en la Batalla de Inglaterra. En la década de 1920 regresa a la poesía y se inicia en la novela, ya sea en un entorno “romántico” español o fantástico, de asunto irlandés o semiautobiográfico, con ingredientes de la mitología clásica o del romance medieval, con motivos célticos u orientales. Y en 1931, de nuevo en el territorio del cuento, comienza una serie sobre los viajes y las aventuras de Mr. Joseph Jorkens, personaje que le acompañará hasta el fin de sus días: un tipo de buen corazón, siempre dispuesto a contar una historia a quien lo invite a un trago, preferiblemente de whisky con soda; por supuesto, nada de lo que relata el imaginativo gorrón es verdad, pero no tiene ninguna intención de engañar, sólo desea entretener a los miembros del club. Después de la guerra prosiguió con sus actividades literarias, dando conferencias y haciendo giras por los Estados Unidos, escribiendo espacios dramáticos para la radio, efectuando apariciones en la televisión, repartiendo el tiempo entre las residencias de Meath, Kent y Londres.

El inmenso legado de este “maestro de la irrealidad triunfante” ha sido valorado por muchos escritores que reconocen su influencia. Entre ellos destaca H.P. Lovecraft, que celebrará el punto de vista cósmico, el nervio dramático y el eclecticismo de un corpus de mitos y leyendas en el que se combinan, de manera coherente y espléndida, “el color oriental, la forma helénica, la gravedad teutónica y la melancolía celta”. Precisamente, un prefacio póstumo de este clásico del “terror cósmico” realzaba en 1976 una edición de Tales of Three Hemispheres (Cuentos de los tres hemisferios), la colección de relatos aparecida en 1919 y que ahora, por primera vez en versión española como tal conjunto, edita Espuela de Plata, con prólogo de Luis Alberto de Cuenca. El libro consta de catorce piezas breves, divididas en dos partes, y se abre con “El último sueño de Bwona Khubla”, en un escenario africano “donde estallan las orquídeas monstruosas, donde los escarabajos del tamaño de ratones se acomodan sobre los amarres de las tiendas de campaña”, y con una instancia narrativa subordinada a la historia contada por dos viajeros y corroborada por sus porteadores, con la salvaguarda de que un kikuyu nunca dice lo que esperamos que diga. A continuación nos trasladamos a Otford, una ciudad de la vieja Inglaterra en la que, de una forma misteriosa y terrible, va a quedar vacante el puesto de cartero. Luego, en “Oriente y Occidente”, un pastor manchú, tras contemplar la célebre carrera de Pittsburg a Piccadilly por el camino más largo, concluye que todo lo visto es un sueño maléfico o una vana ilusión. En otro momento asistimos a la guerra de los enanos contra los semidioses, o vemos cómo un pobre vagabundo es víctima inocente de la venganza ciega de las deidades, quienes dejarán de otorgar sus dones a un hombre que se cansa de todo, de la paz y de la guerra. En cualquier caso, los lances adquieren carácter de exempla e ilustran la futilidad de la codicia humana, pero también refieren la caducidad de los dioses. La prosa poética alcanza cotas de máxima expresión en la imagen nocturna de esa “ciudad maravillosa” que acogió al poeta, la Nueva York simétrica y ordenada a lo largo y ancho, pero irregular y negligente cuando se trata de la tercera dimensión. En la segunda parte hallamos tres narraciones encadenadas bajo un título genérico que nos sitúa “más allá del mundo conocido”. La primera de ellas, a la cual pertenece la cita preliminar de esta reseña, es una reimpresión para el mejor entendimiento de la totalidad, según reza la “nota de los editores”. Y es que el autor ha vuelto a la tienda de Go-by Street y ha traspasado la puerta que da acceso al País de los Sueños, pues quiere, por una parte, ver si el Pájaro del río sigue recorriendo el Yann, y, por otra, conocer la suerte de Singanee, el poderoso cazador de elefantes, ahora en un palacio de marfil, tras haberse vengado del monstruo que destruyó Perdóndaris, la famosa ciudad amurallada. Se suceden prodigios y visiones, y la fantasía se expande, al tiempo que lo prosaico y lo sublime se yuxtaponen felizmente. La paráfrasis de la trama se resiste a la fabula en un universo fragmentado, y en un ámbito narrativo que exalta el escenario y el lenguaje. Épica, lírica y vida.

 

 

                                                                                 

 

 

Lord Dunsany, Cuentos de los tres hemisferios, traducción de Victoria León, Sevilla, Espuela de Plata, 2011.