Entrevistado por Javier Cercas con motivo de la reciente concesión del premio Nobel a Mario Vargas Llosa, Javier Cercas afirma que “cuando Vargas Llosa está en su punto más bajo es mejor que casi todos los demás novelistas cuando estamos en nuestro punto más alto”.

     Abordamos al escritor Javier Cercas en un bar del barrio de Gracia, en Barcelona, adonde suele acudir cada tarde a leer y escribir.

     Javier Cercas: Disculpe, señor Cercas, ¿podría hablar un momento con usted?

     Javier Cercas: No. ¿No ve que estoy ocupado?

     J. C. Será solo un momento. Me gustaría hacerle unas preguntas sobre Mario Vargas Llosa. Sé que es usted un admirador de su obra y, como acaban de darle el Nobel…

     J. C. Usted dirá.

     J. C. ¿Cuál fue el primer libro de Vargas Llosa que leyó?

     J. C. La ciudad y los perros.

     J. C. ¿Qué le pareció?

     J. C. ¿La ha leído usted?

     J. C. Sí.

     J. C. ¿Y qué le parece?

     J. C. Una novela soberbia.

     J. C. Ya. Pues mire, yo debía de tener 16 ó 17 años cuando la leí, y me quedé anonadado. Me pregunté si había muchas novelas en castellano mejores que esa. Ahora, cuando ya he leído unas cuantas novelas en castellano y varias veces La ciudad y los perros, he averiguado la respuesta: no.

      J. C. ¿Qué fue lo que le anonadó?

      J.C. Supongo que lo que anonada siempre en las grandes novelas: su capacidad de persuasión, su complejidad formal y moral, la furia tremenda con que estaba escrita. Pero, a diferencia de lo que me ocurrió con otros autores a esa edad, leer a Vargas Llosa no me impulsó a imitarlo, quizá porque me sentía incapacitado para hacerlo. Lo mismo me ocurrió, por ejemplo, con Borges. Lo que quiero decir es que tardé cierto tiempo en asimilar la obra de Vargas Llosa –suponiendo que la haya asimilado-, es decir, en apropiármela para hacer con ella algo personal y distinto que sin embargo sin ella no hubiese podido hacer.

       J. C. Algunos críticos detectan la influencia de Vargas Llosa en usted.

       J. C. Ya me gustaría a mí que tuviesen razón.

       J.C. Uno de esos críticos dice que su sintonía con Vargas Llosa radica en el hecho de que ambos usan el método de Flaubert, consistente en entrar a saco en la realidad real y transformarla en una realidad literaria. ¿Está de acuerdo con eso? ¿Es para usted Flaubert, como para el escritor peruano, un autor de cabecera?

        J.C. Mire, joven, no haga caso de lo que dicen los críticos; o sólo haga caso de lo que dicen los buenos, y el que dijo eso no lo es. Flaubert fue un escritor fundamental para que yo concibiera la ambición insensata de llegar a ser escritor, pero a Flaubert llegué precisamente a través de Vargas Llosa: no sólo de La orgía perpetua –su ensayo sobre Madame Bovary-, sino también del primer volumen de Contra viento y marea: ahí, igual que en la correspondencia de Flaubert –que a lo mejor, según creyó Gide, es el gran libro de Flaubert-, aparece como en casi ninguna otra parte la idea del escritor como fanático entregado de forma excluyente a la tarea de escribir, igual que un kamikaze dispuesto a vender su madre a una caravana de tuáregs con tal de escribir un buen libro. Esa idea, encarnada en Flaubert y también en Vargas Llosa, es el nervio central del primer libro que escribí (y, me parece, de mucho de lo que he escrito luego); esa idea decidió mi vocación en el momento en que se deciden las vocaciones. Como es obvio, por desgracia los libros de  Vargas Llosa y los míos son formalmente muy distintos –temáticamente no tanto, quizá, y en cualquier caso es muy posible que sin los de Vargas Llosa los míos no existieran, o al menos no existieran tal y como existen ahora-, de manera que, mucho antes que una influencia técnica, la de Vargas Llosa fue para mí una influencia ética que equivalía a un modo radical de encarar la literatura, entendida ésta como una pasión sin condiciones y también como un arte capaz de cambiar la percepción del mundo del lector, que es la única forma en que el arte puede cambiar el mundo. En cuanto a lo que usted o su crítico llaman “entrar a saco en la realidad real y transformarla en una realidad literaria”, ese no es ni el método de Flaubert ni el de Vargas Llosa ni el mío: como el propio Vargas Llosa muestra en algunos de sus ensayos, ése es el método de cualquier escritor que no se resigne a escribir una literatura meramente ornamental o  inane.   

      J.C. Estará de acuerdo conmigo en que la calidad media de las novelas de Vargas Llosa es altísima; quiero decir que, siendo su obra tan extensa, no tiene muchos altibajos.

      J. C. Claro que tiene altibajos, como la de todo el mundo. Pero lo relevante es que, cuando Vargas Llosa está en su punto más bajo, es mejor que casi todos los demás novelistas cuando estamos en nuestro punto más alto.            

      J.C. ¿A qué atribuye eso?

      J. C. Es usted un necio, joven. ¿A qué lo voy a atribuir? Mire, déjese de tonterías: le hayan dado o no el Nobel, Vargas Llosa es desde hace bastante tiempo uno de los mayores escritores vivos en cualquier lengua.  Si se hubiera muerto o hubiera dejado de escribir con 33 años, cuando sólo había publicado La ciudad y los perros, La casa verde, Los cachorros y Conversación en la catedral, lo habríamos considerado uno de los mejores novelistas en español de cualquier época. Esto es una evidencia. Pero es que después escribió cosas como La tía Julia, como Historia de Mayta, como La guerra del fin del mundo, como La fiesta del chivo. Busque el nombre de un solo novelista actual que haya escrito siete novelas de esa ambición y de esa potencia y ya me contará. Por otra parte –supongo que esto nadie lo duda tampoco-, Vargas Llosa es el mejor crítico literario de nuestra lengua y un ensayista brillantísimo y, dicho sea de paso, el único novelista de la historia que ha sido derrotado en unas elecciones presidenciales por uno de sus personajes: obviamente, Alberto Fujimori es un personaje de La casa verdeFushía, el bucanero fugitivo-, y el increíble Vladimiro Montesinos, asesor para todo, compañero de fechorías y mamporrero principal de Fujimori, no es sino una copia del increíble Cayo Bermúdez, alias Cayo Mierda, de Conversación en la catedral. Igual que, según Wilde, los poetas laquistas inventaron la niebla del Támesis, Vargas Llosa ha inventado el Perú... y algunas otras cosas. En fin: lo asombroso es que este hombre haya tenido tiempo para todo esto y para no sé cuántas cosas más, y que siga dando una guerra tremenda a sus 75 años. Es natural que muchos escritores nos sintamos humillados por Vargas Llosa. Cosa esta última que, junto con su incapacidad para callarse lo que piensa, explica que tenga tantos detractores en el gremio, que tantos escritores que están en deuda con él hagan esfuerzos ridículos por esconder esa deuda, y hasta, verosímilmente, que le hayan dado el Nobel hace unos meses y no hace veinte o treinta años.              

     J. C. ¿Puede un lector y admirador de Vargas Llosa como usted separar al novelista y al crítico literario del hombre público, del que quizá está usted ideológicamente alejado?

     J.C. ¡Vaya por Dios! ¿No podría hacer al menos una pregunta inteligente? No sé si habrá dado cuenta usted, pero Vargas Llosa es esa cosa que antes se llamaba un escritor comprometido. Eso significa, por una parte, que no concibe la literatura sólo como juego o como entretenimiento –o, si lo prefiere, que concibe la literatura como un juego en el que uno se lo juega todo, un juego en el que no sólo juega lo personal, sino también la historia y la política, que al fin y al cabo forman asimismo parte de lo personal-. Pero también significa que –por educación, quizá por proceder del tiempo y el país del que procede- Vargas Llosa se siente en la obligación de intervenir con asiduidad en la vida pública. Respecto a esta cuestión hay un equívoco muy extendido: Vargas Llosa no es en absoluto un escritor políticamente conservador, sino un liberal, que es cosa muy distinta (y, en muchos aspectos, es un liberal más de izquierdas que muchos izquierdistas). Esto, por supuesto, es un grave inconveniente para él, porque lo políticamente correcto y profesionalmente vistoso es que un escritor sea muy de izquierdas (aunque sólo sea un cínico o sólo sea un izquierdista de boquilla, como sucede tan a menudo). Sea como sea, y al margen de que yo esté más o menos de acuerdo con sus ideas, lo evidente es su honestidad intelectual, sólo comparable a la de un peligroso boy scout cruzado con el ya mencionado kamikaze; eso quiere decir que Vargas Llosa es uno de esos raros especímenes de intelectual capaces de mirar de frente a la realidad y, si la realidad no coincide con sus ideas, cambiar inmediatamente de ideas, gusten éstas o no, le convengan o no, le sean o no rentables. No lo dude, joven: esa es la máxima virtud  a la que puede aspirar quien aspira a pensar por su cuenta.

         J.C. ¿Cuáles son sus tres novelas favoritas de MVLL?

          J.C. Me pone en un aprieto, pero, si tengo que elegir, elijo La casa verde, Conversación en la catedral y La guerra del fin del mundo. La primera es un feroz western piurano y amazónico; la segunda, la gran novela política de Vargas Llosa, y quizá su libro más complejo, al menos formalmente; la tercera es una portentosa novela de aventuras, y un formidable alegato contra el fanatismo, contra nuestra tozuda incapacidad de ver la realidad sin las anteojeras reduccionistas de las ideologías, sean laicas o no. Todas, en el fondo, y aunque no siempre lo parezcan, son novelas de amor y de guerra, novelas a la antigua usanza y a la vez modernísimas, como si las hubiese escrito un novelista del siglo XIX que no ignorase ninguna de las astucias que ha enseñado el XX.

          J.C. ¿Qué novela de Vargas Llosa recomendaría a quien todavía no lo ha leído?

         J.C. Vuelve a ponerme en un aprieto, pero, si tengo que elegir, elijo La guerra del fin del mundo.

        J.C. ¿Qué pensó tras leer el elogio que Vargas Llosa hizo de su novela Soldados de Salamina y que tanto contribuyó a su difusión?

        J.C. ¿Qué iba a pensar? Que se había equivocado de novela, porque ni en el más insensato de mis delirios de grandeza imaginé que Vargas Llosa podría escribir lo que escribió sobre un libro mío. Como soy muy cobarde, también pensé que ya nunca podría decir lo que de verdad pensaba de la obra de Vargas Llosa, para evitar que mis enemigos dudaran de mi sinceridad y lo atribuyeran a la mera gratitud. Y, por cierto, ¿no será usted periodista? ¿No irá usted a publicar esto?

        J.C. ¿Cómo se le ocurre?