Al menos por mi parte
la nuestra fue una historia apasionada:
algo así como si en mi biografía
hubieran irrumpido
la batalla de Hastings,
Otumba, Salamina y Waterloo,
y además todas juntas…
Pero ahora
yo renuncio a ser frívolo,
renuncio a convertir este poema
en otra lamentable
pirueta quintanesca,
renuncio al understatement
y al como si tal cosa,
renuncio a todo eso
que quizá me define
pero que en ningún caso
podría definir lo que te quise.
Solo quiero decir
-a Dios, al mundo, a mí, a este silencio:
ya no les tengo miedo a estas palabras-
que no pegué un tiro
ni me largué a Siberia de eremita
ni me volví majara
porque –mal que me pese-
sigo siendo un Quintana.
Es decir, que sufrí con decoro,
sin lágrimas, tranquilo,
ese dolor callado que convierte a la muerte
en un juego de niños.