A Pedro, a punto de cumplir 18 años
Porque abrieron el telediario con la noticia de que sufríamos
otra ola de calor en pleno mes de julio
te propusimos pasar la tarde en una playa artificial cercana.
Y, sorprendentemente, aceptaste.
Con el GPS del móvil, desde el asiento de atrás,
guiaste nuestro viaje. Sigue la nacional
y gira a la derecha en el próximo cruce.
Se deja un pueblo a un lado y se atraviesa otro.
La playa está al final, en las afueras.
Al volver una curva el agua del pantano
nos inundó los ojos.
El ambiente era alegre o estábamos alegres.
Los colores, los mismos que en las playas auténticas,
chiringuitos, tumbonas y sombrillas de paja.
Te hizo gracia que hubiera vendedor ambulante
de gafas y sandalias. Tú también
te pediste un café y comentaste
que de un tiempo a esta parte
te gustaba más bien solo y cargado.
Dijimos que te hacías mayor
y admiramos la playa de cemento y arena,
midiendo con los ojos la hondura de las aguas.
Conversamos de pesca, de tus planes.
Prometimos volver algún fin de semana
y, mediada la tarde, nadamos hasta el límite
marcado por las boyas intentando ignorar
la dura realidad de los relojes.
En el viaje de vuelta
probamos a ensayar otro camino
y acabamos perdidos, cuando caía el sol,
por pistas asfaltadas en medio de canales
donde tu GPS no recibía datos.
En silencio pensé
que así ha de ser sin duda el paraíso:
retenerte, extraviados por siempre,
en cualquier carretera sin destino.