Ese bañador rojo con la curva en el vientre
luciendo la sonrisa de las gotas doradas,
con la dura pericia ágil de dos rubíes
dispuestos a volar el blindaje de un cuerpo.
No eres un ángel, Farrah, no has podido ser nada
más que susurro ungido con las alas partidas
por la boca dentada de la voracidad.
No quedan dedos, Farrah, que no hayan modelado
esa frescura rubia de tus piernas al sol.
¿Posaste alguna vez sobre la arena?
Las plantas de tus pies, el pulgar de tu beso,
¿sintió la torcedura de mi cuchillo de ante?
¿Has sido alguna vez algo mejor que un póster?
Y qué hay mejor que un eco colgado en la pared
como los sueños, Farrah, por qué hay que ser mejor
que tu imagen de un día como diosa del mundo.
Dime si de verdad tu ambición superaba
las palabras de esmalte, el carmín de tu idioma.
La vida es el cartel de mujeres sin cielo
con los muslos de nubes: ellas nos amamantan
como tú nuestra infancia de domingos pequeños
mientras eras posible, poco antes de ser Farrah,
cuando la leche parda sobre el cáliz caliente
arropaba al ocaso con tu gasa encendida,
bajo la placidez astral de los veranos
eternos de las chicas que olvidaron su nombre.