Francisco Brines, que tiene setenta y cinco años y hace algún tiempo sufrió un infarto que debilitó su corazón, conserva intacto su amor a la vida sin dejar en ningún momento de ser consciente de la caducidad de todo, y sin renunciar tampoco al deslumbramiento que, como un don, le producen la aparición de una criatura hermosa, o un paisaje que germina dentro de él. Todo esto sin perder esa mirada con la que cada día construye el mundo desde su propia biografía. Su obra, ya clásica por su capacidad para tratar temas universales, como el amor, la soledad,  la vejez o la muerte, dotándolos de un latido último en el que pueden reconocerse seres de cualesquiera  época, formación y estrato social, ha ido desarrollándose, durante casi ya medio siglo, en torno a un núcleo vivificador marcado por el paso del tiempo. Desde Las brasas hasta La última costa, pasando por Aún no, Insistencias en Luzbel, y esos dos libros medulares que son  Palabras a la oscuridad y El otoño de las rosas, Francisco Brines  ha escrito -como él mismo ha dicho- un único libro con múltiples registros, que se corresponden con las distintas edades y circunstancias vitales  y su relación con el amor, la soledad, el dolor, la naturaleza y el sentimiento de pérdida, porque para Brines la poesía y la vida son inseparables.

- Me importa la poesía porque me importa la vida, por lo tanto están interrelacionadas profundamente en mi caso. Es desde ella desde donde escribo, y la poesía la potencia, pues por su medio  desvelo la realidad, me hace conocer  lo que desconocía. También trata de salvarla, ya que cuando lees un poema surge el texto como si hubiese acabado de escribirse, no importa que hayan pasado muchos años de ello. Sí, creo que el transcurso de mi existencia va unido a mi poesía.

-  Vida y obra me gustaría que fueran en las próximas líneas materia humana transparente en el diálogo mantenido  con el poeta del Cincuenta en su casa de Elca, un término del campo de Oliva, localidad valenciana donde nació. Un territorio mítico de permanente alumbramiento físico y espiritual, al que siempre regresó y donde ahora reside. En él todos los sentidos se acoplan en natural armonía: la luz más pura convive con la sombra, el perfume de los naranjos destaca en una sinfonía de olores y el mar es apenas un línea azul donde descansar la mirada, para la que están hechos el jardín, los balcones y el intachable azul del cielo. Allí, suspendida casi, se levanta una casa grande y blanca, donde creció Brines.

-  En Elca transcurrió lo mejor de mi infancia, pues desde ese lugar me dispuse a contemplar con sosiego y temblor el mundo: el exterior y el de mi cuerpo y mi espíritu. Para mí ha llegado a simbolizar el espacio del mundo. Allí lo descubrí deslumbrante y eterno, y cuando la vida me dio una visión nueva, inesperada, de mortalidad, seguí amándolo desde su pérdida, y añorando en él su antiguo e imposible engaño divino. Allí experimenté, en la pausa de las vacaciones colegiales, pues durante el curso estudiaba el colegio San José de los jesuitas, en Valencia, la complacencia y el amor de mí mismo, que era también amor individualizado a los demás, la inquietante y turbia percepción de la inseguridad, o el rechazo de unos sólidos y falsos valores y, en horas amargas, el desengañado distanciamiento de mi propia persona. En ese lugar he vivido, sobre todo, el sentimiento de la pérdida del mundo. Desde pequeño me instalaba en la soledad del comienzo del otoño allí, y aprendía a reflexionar conmigo mismo, a descubrir el mundo pausado y a la vez riquísimo del campo, a leer sin prisas, a escribir con tiempo, eran días maravillosos. En ese lugar se han cruzado todas mis edades.

-  Un silencio con pulso se abre tras las últimas palabras,”se han cruzado todas mis edades”, y pensamos en la figura del hombre viejo que aparece en Las brasas, libro escrito en plena juventud, y en el que, sin embargo, hay  una visión final de la existencia, de acabamiento.

-  En Las brasas se produjo premonitoriamente el destino que me aguardaba. El personaje anciano del libro que vivía solo en la casa esperando la última despedida, mirando el mundo que en aquel lugar aprendió a amar de niño, soy yo, su habitante ahora. Es una suerte que haya podido suceder así, pues indica que he tenido una vida larga, y ese don aún existe. La persona que era yo, en el libro se transforma en un anciano porque se escribió en un momento mío de decaimiento, y lo vestí de una carne ya alejada de la alegría. Era una forma de distanciarme de una realidad demasiado cruda.

- Mientras Francisco Brines responde reviviendo lo que nunca ha muerto, recordamos unos versos de Las brasas: “Sin emoción la casa/ se abandona, ya los rincones húmedos/ con la flor del verdín, mustias las vides;/ los libros, amarillos. Nunca nadie/ sabrá cuándo murió, la cerradura/ se irá cubriendo de un lejano polvo” .La mirada después repasa algunos de los miles de volúmenes de la biblioteca albergada en los dos pisos de la casa: en uno se encuentran los autores contemporáneos, y en el otro, donde respiran los clásicos , destaca un espacio dedicado al siglo XVIII.

-  El siglo XVIII está muy representado, a pesar de no ser precisamente un siglo poético. Me interesó un escritor de esa centuria,  Gregorio Mayans, y como no había libros suyos, busqué ediciones del XVIII. Al ser Mayans un polígrafo, hizo que me interesara por el siglo en toda su extensión y variedad,  sorprendiéndome por su modernidad. España se relaciona entonces por primera vez con Europa,y es también el primer ejemplo de la presencia de las dos Españas:  la progresista y la reaccionaria. Mayans era progresista y estaba muy insertado en una tradición humanista, le interesaban los erasmistas del XVI.

-  La necesidad de la escritura se despertó en Brines al mismo tiempo que  el descubrimiento de su propio  cuerpo y del mundo exterior, susceptibles de ser creados mediante la palabra. Durante unos ejercicios espirituales, con todo lo que entrañan de sentimiento de culpa y castigo, una ventana le pone en contacto con una realidad desconocida y auroral.

-   El muchacho está asomado a una ventana viendo cómo la naturaleza se enciende, después de una tormenta repentina y primaveral, con un sol de resurrección. Han quedado con nuevo color aparecido las palmeras, más vivos y cercanos los estáticos rosales del paseo, y desde tanto mojado silencio está tornando poco a poco el aroma del azahar de todos los naranjos; parece que vida fuese sólo ese  debilitado olor. Cuando aquella tarde definitivamente caía, el poema estaba acabado : y ante mi asombro era en él donde yo descubría la única realidad acontecida. El muchacho había sido  el mágico creador de la tarde, y por ello la sentía como la más hermosa de su vida. No importa ahora que aquel poema fuera definitivamente malo y, con probabilidad, vergonzosamente juanramoniano;  es decir de otro. Yo carecía  por entonces de una mínima voz propia. Y, sin embargo, el placer de escribir, la emoción del resultado hallado, nunca fue tan grande como en aquellos lejanísimos años.

-    Esa necesidad de la escritura estuvo sustentada en la lectura del citado Juan Ramón Jiménez que -son palabras de Brines- le instaló definitivamente en la poesía.

-   Experimenté  que mi sensibilidad se afinaba, captaba mejor la belleza callada del mundo exterior, aprendía a reflexionar sobre el tumultuoso y fascinante mundo interior del muchacho que yo era, había un diálogo silencioso con el mundo exterior e interior y era enteramente personal. Aprendí a gozar más de la existencia; mi instalación en la poesía alcanzaba plenitudes impensadas.

-  Aprendizaje interior en compañía de la música silenciosa del poeta de Moguer, completado por el ejemplo moral y de rebeldía representado por Luis Cernuda.

-   Nadie como él , señalé el año pasado en mi discurso de ingreso en la Real Academia Española, supo incorporar con tanta verdad y plenitud al hombre que él era en las palabras escritas. Era una experiencia que me conmocionaba y una posible lección de proyección personal en el poema, que en unos momentos hostiles para cualquier desnudamiento de la verdad –añade ahora-se convertía en paradigma de autenticidad humana. A lo que se suma la variedad temática de su poesía, en la que el pensamiento  y la fruición sensorial colaboran en la tarea de mostrar la condición humana con todos sus momentos mágicos y de exteriorizar su espíritu rebelde.

-   Tampoco falta en la formación de quien busca la verdad  el magisterio de Antonio Machado.

-   En él hay otro gran poeta que es también un gran ejemplo moral. Me interesan todos sus libros,  pero creo que hay más concomitancias con el misterio simbolista de la primera época y con el emocionante metafísico último, que con el realista crítico de Campos de Castilla.

-    Otro nombre más, tantas veces olvidado, muy ligado al tiempo, tema central en la obra de Brines, surge también en la conversación: el de Azorín, tan cerca de la poesía por su precisión en el nombrar.

-    Sí, es un gran poeta en prosa, como también lo fue de otra manera, Gabriel Miró. Dos alicantinos, tierra y aire finos. Es uno de los grandes poetas del tiempo, el nervio más importante de la literatura del siglo xx. Pero como esa demorada visión temporalista  está en prosa,  los críticos no ven su presencia en tantos otros poetas.  En su discurso de ingreso en la Academia, Vargas Llosa  se refirió a Azorín, y en él dijo dos cosas que confirmaban su valor poético sin que se refiriera a ello: lo llevaba en sus viajes, y lo leía antes de dormir. Eso se hace con los poetas. Se trata de textos breves, con un mundo emocional concreto. Señaló luego que no había pensamiento original: los poetas hablan desde el tópico, o los sentimientos generales, pero el resultado es la intensa e individual emoción que originan en el lector. Estaba , sin decirlo, celebrando a un poeta.

-    Sobre una mesa próxima a un mirador hay un rodal de luz  en el que reposa un grueso volumen con un título que tiene el aroma de una existencia cumplida, aunque todo en el escenario que habitamos y la propia lucidez y disfrute de cada momento del poeta nos hable de futuro. El título, Ensayo de una despedida, expresa muy bien el sentido total de la obra de Francisco Brines, publicada, ya en su tercera edición por la editorial Tusquets, en la que se recogen también textos excluidos hasta ahora de los distintos libros, merecedores-en palabras del autor-de” darles su segunda y más poderosa vida: aquella que tiene su nacimiento en los ojos del lector.

-     Con cada uno de nuestros actos  vamos escribiendo nuestra biografía, en la que hay ascensiones estelares, y descensos abisales, gozo y dolor, siempre con la consciencia de que estamos abocados a la despedida final, de la que palabras, gestos y hechos, son anuncio a través de los años. Doble cara que explica el doble rostro de la poesía de Brines: el elegíaco y el celebratorio.

-   El poeta elegíaco parece lo contrario del poeta hímnico, celebratorio.  Y sin embargo son el anverso y el reverso de una misma moneda: uno celebra la vida desde su exaltación vivida, el otro la canta desde su pérdida, doliéndose de ello, pero en el fondo son dos cantos celebratorios. Mi poesía  respira, jadea de gozo, aúlla de dolor, entre esos dos polos nace y crece. Mi poesía trata de reflejar  o ahondar en la vida de todos los hombres, e incluyo ahí a los analfabetos, que asimismo alientan, jadean y aúllan, entre esas dos situaciones. A veces susurramos.   La representación, en que la vida consiste no cabe duda de que tiene escenas maravillosas, por eso uno siente verdaderamente tener que despedirse, tener que  bajar el telón.

-   Antes de que la memoria del escritor levantino sea revelación de su vida y de su escritura, en perfecta simbiosis, siente la necesidad  de comunicarnos hasta qué punto la poesía ha sido para él una vía de conocimiento.

-    Mucho de lo que sabía de mí aparece en ella desde perspectivas nuevas, con lo que el resultado me reservaba sorpresa, novedad, y también afloran territorios importantes que desconocía, como si se iluminaran zonas oscuras, inexistentes por invisibles. Es como descubrir con la mirada la otra cara de la luna. Lo que ocurre conmigo, me ocurre también con la realidad exterior. Pero hay, claro, otra clase de poesía que sólo pretende celebrar la existencia, y diversas  más. Es evidente que para mí es fuente de conocimiento, y es por ello por lo que me importa tanto en mi condición de lector como en la de creador. La emoción recibida en la lectura del poema que se ha escrito reside principalmente en el nuevo conocimiento adquirido. Conocimiento que puede ser racional, pero también sensorial o afectivo.

-  El poema no sólo desvela  aspectos ignorados del creador, sino que constituye, y es otro aspecto en el que Brines quiere detenerse,  el lugar de encuentro con el otro, con los otros.

-    Naturalmente, ya que todo lo que soy y me ocurre, sucede en cualesquiera seres humanos, y éstos sin ser iguales tienen muchos trazos semejantes. Esencialmente estoy hablando también de ellos, incluso cuando hablo de algo muy concretamente mío, y por eso el lector puede emocionarse con lo que lee. Esa parte que desconocía de mí mismo y que he accedido a ella por el poema, puede asimismo verse como la encarnación en mí del otro.

-  Encuentro con el otro a través de las palabras y desde una fidelidad irrenunciable tanto a lo ético como a lo estético.

-    Hay muchos poemas en que la moral está presente de un modo explícito en el contenido del texto, y siempre al margen de esa presencia concreta, entiendo que el acto de la escritura es un ejercicio moral. El asentimiento estético nos lleva  a un asentimiento textual con respecto al hombre que lo ha escrito y eso implica un sentimiento de tolerancia, y el ejercicio de la tolerancia es  un espléndido ejercicio moral. Es más el poema puede conseguir que en él encarne quien discrepa ideológica y vitalmente del autor, mediante ese asentimiento a la estética que toda obra artística comporta. ¿Hay tolerancia mayor?.

-    El tiempo y el espacio que aquí en Elca adquieren una dimensión carnal, son elementos fundadores del universo poético de Francisco Brines. Ambos se tejen en la mirada y luego se hacen sustancia del pensamiento. De esta conjunción de lo visible y lo invisible, de la naturaleza exterior e interior, fecundadas siempre por la memoria surge una obra unitaria, con el mismo tono cordial y meditativo, pero con distintos temas y luces. Con la ayuda del propio poeta intentaremos la honda aventura de su lectura.

-     Me refiero al tiempo. Como ya he dejado escrito, con el ejercicio poético no se pretende hallar ninguna piedra filosofal, sino dar testimonio de la sucesiva ruina y esplendor del tiempo, hacer sensible la dolorida o gozosa señal que yace oculta en la carne del hombre. El tiempo es mi cuerpo y mi enigma, y también el fracaso definitivo. Contra ese fracaso lucha el poema, que acomete la ilusión de detener el tiempo. Tiempo  y espacio, y paso así a otra de las coordenadas, unas veces dialogan y otras se superponen. En el poema pueden quedar reflejados con nitidez  o metaforseados. Eso no depende de mi voluntad, sino que ahí la fuerza transformadora reside en las palabras, en lo que la poesía se escribe a sí misma. Comparto con el poeta y ensayista José Luis Gómez Toré  que la experiencia plena del espacio necesita de la luz, que revela distancias, cercanías, horizontes y límites. E igualmente estoy de acuerdo en que en el negro esplendor de la nada no hay espacio, y con la idea de que el espacio por antonomasia es la infancia. En todo caso son inseparables el espacio y la mirada, que como afirma José Olivio Jiménez, el gran amigo y gran crítico, desgraciadamente  ya muerto, sigue el proceso de ver, sentir y ser. Yo soy un poeta intimista y contemplativo. Parece que estoy siempre asomado a una ventana mirando el mundo y la gente, y cuando el mundo exterior se oscurece miro dentro de mí. Y todavía sin abandonar este tema, coincido con Dionisio Cañas en que aquello que se escribe sobre lo visto da forma, y sitúa en el espacio al personaje que ve, y así, como dice Dionisio, una mirada mental puede crear espacios de la imaginación, aunque sean  formados a base de una realidad leída(no vivida), o vista a través de la pintura o simplemente inventada.

-    En cuanto al pensamiento, Carlos Bousoño te considera el poeta metafísico. por excelencia de tu generación, término  que no debemos identificar con lo abstracto, sino como encarnación de los temas eternos: el amor, el tiempo, la vejez, la muerte…

-    El lector es el que tiene que apreciar si mi poesía es metafísica o no. Y a partir de ese momento te diré que mi metafísica es de andar por casa( como a Santa Teresa Dios le andaba entre los pucheros).Lo que me hago son preguntas lanzadas en busca de respuestas que siempre son dudosas, pero las preguntas si se han concretizado ya, y mis respuestas son  lo que son, mi creencia personal, no pienso la respuesta  que objetivamente ha dado en la diana.

-   La luz,  y su ausencia, la sombra, están ligadas existencialmente a la mirada en la obra del poeta hasta el extremo de que, como afirma el profesor y poeta Dionisio Cañas, Brines “ve su vida en términos de luz y sombra. La luz gastada, piensa, es un síntoma plástico del paso del tiempo; y la luminosidad se corresponde con la niñez, la juventud y el amor. Y así como la mirada de  otros dos compañeros de generación, Claudio Rodríguez y José Ángel Valente, es respectivamente  auroral y nocturna, añade, la de Brines es crepuscular, particularmente presente en Las brasas y Palabras a la oscuridad. Un crepúsculo que se torna anochecer en Aún no y noche de los sentidos  en forma de nada, o como espacio para un erotismo carente de amor,  en Insistencias en Luzbel.” Y, por fin, la fecundación ejercida por la memoria a la que antes aludimos, determina el carácter narrativo de la obra del Premio Nacional de las Letras, una narración peculiar llena de espacios y de rostros,  ámbito emocional y de reflexión. Un territorio íntimo en el que se libra una dura batalla con el olvido, y que alumbra unas veces dicha y otras soledad y dolor. Existe por tanto, como indica José Luis Gómez Toré “una constante interrelación entre pensamiento ,memoria y sentimiento”. La memoria en definitiva, piensa Brines, nos dota de historia, y desde  luego es selectiva.

-   La memoria acaba siendo nuestra vida, es el único testimonio que nos queda de ella. Por qué persiste la memoria de algo, y borra el olvido cosas tan importantes o más que lo salvado por aquélla, es otro de los misterios con los que tenemos que convivir.

-    Misterio, por cierto, que no falta  en la poesía de nuestro autor.

-  Sí, la vida es un misterio general y está llena de enigmas concretos que tratamos de descifrar.  Mi obra tan interrelacionada con ella está surcada también por el misterio. Pretendo sentirlo a través de palabras en movimiento por espacios de soledad y belleza, e interrogarme sobre el misterio que todo ser entraña, donde tanto tiene que decir el amor.

 -  A medida que Francisco Brines habla con lentitud, como quien hace del lenguaje el sonido profundo de la existencia ,y en estrecha complicidad con la exuberante naturaleza que nos rodea, voy recordando unos versos: “El destino del hombre es el amor .Y cada uno tiene su propia lucha y su propio camino”.

 -   El amor nos proporciona momentos de gloria y ardentía, pero también nos abre a veces un hueco en el corazón, y el pensamiento toca el vacío. El amor nos revela mediante el descubrimiento del otro. Representa la mejor inserción del hombre en el tiempo. Yo desearía, querría creer, en un cielo que sólo consistiese en hacer interminable la existencia del amante correspondido. El amor es el destino del hombre, como digo en mis versos,  con  lo que se engloban otras modalidades de este sentimiento: el familiar, el amistoso, el humanitario…Cuando amamos somos más, y sentimos que nuestra naturaleza ha valido la pena.

 -  El amor se fundamenta en la cohabitación entre el cuerpo y el espíritu. El cuerpo no es sólo piel ,sino que transparenta el alma. Son inseparables.

 -  Es así, el espíritu habita en la carne, es su mejor prolongación. Y cuando muere el cuerpo el espíritu se desvanece. Hay que romper las barreras en la fusión de dos cuerpos, y buscar el resplandor último. Hay que convertir el tacto en un acto de conocimiento e integrar el deseo en el espíritu sin apagar su fuego.

 -   Un poema de El otoño de las rosas (Premio Nacional de Poesía) ,”El triunfo de la carne” empieza ahora a latir como una criatura deseada. Ambos callamos: “Me dabas sed y eras el agua toda, / y llegué a ti acaloradamente, /  y fui un ciego furor, una jauría / de blancos dientes en tu carne joven. / Intentaste apagar, y era una música, / El fuego de la antorcha con tu boca, / Y la sed que me dabas aún crecía. / Todo el lugar del mundo estaba en ti, /  y sólo mi tormenta lo habitaba. / Luchamos hasta el alba de aquel siglo, / Y al penetrar tu carne con mi fuego / el pecho se partía cada vez. / Y llegó la fatiga, y al vencerme / vencía yo también al fin un cuerpo / sólo mortal, y efímero, y terrible //  Al reposar la llama de la vida / puse mis labios con dulzura lenta / en torno a tu cintura, y los ojos / alcé para mirarte: con más luz, / con más belleza aún me sonreías. / Supe así la desdicha de la carne”.  El otoño de las rosas es junto a Palabras a la oscuridad, una de las cimas de la poesía de Brines. Se trata de un libro en el que, como indica José Olivio Jiménez, alternan las percepciones de orden metafísico y los signos vitalistas y posee una gran fuerza simbólica.

 -   Este es el libro del que me encuentro más cerca ahora. Si tuviera que regalar un libro a alguien que me quiere conocer, y me lee  por primera vez, lo haría con éste. Palabras a la oscuridad es el libro central de mi juventud, y El otoño de las rosas lo es de mi madurez. Mi persona es donde está mejor expresada. Son los libros más extensos de que he escrito. En cuanto a la fuerza simbólica apuntada por Olivio, el símbolo es una presencia indubitable en mi obra, y con respecto a la metáfora, al concretizar menos el significado, le da más margen creativo al lector. Rosa, mar, luz, sombra…son palabras muy simples, son tópicos, y sin embargo el campo significativo es en ellas inmensurable. Además son palabras que en el lector también pueden actuar simbólicamente en su vida personal, y eso las hace más universales. El símbolo se individualiza, y puede alcanzar una significación concreta, mediante las palabras que lo acompañan, y las connotaciones que producen en él.

 -  La cita de dos de los libros fundamentales de ese gran libro unitario que es toda la obra del poeta valenciano, me anima a preguntarle por el último poemario publicado hasta ahora, La última costa, que veo como una recapitulación de todos sus temas desde un final que no renuncia a volver a los orígenes, desde una vida casi cumplida, pero con aspiración de eternidad, y con la mirada todavía quemada por la belleza.

 -   La última costa tiene mayor gravedad, es más enjuto que El otoño de las rosas. Transcurre entre la infancia y la muerte: fíjate, mi último libro podría ser el primero que publiqué, escrito a los veintitantos años, me refiero  a Las brasas. Esto indica la circularidad. Sí, toda mi obra es un solo libro. Y permíteme qua aluda a un libro intermedio, Aún no, que Carlos Bousoño define como nihilista. Lo escribí en una situación anímica muy mala, lo que no quiere decir que no produzca gozo en el lector, porque  no tiene por qué producirte un mayor asentimiento estético el poema gozoso que el poema secamente dolorido; el placer receptor discurre al margen  de la circunstancia temática o anímica del autor. Así sucede también con una gran sinfonía, en la que un allegro radiante y un adagio tristísimo te proporcionan un equiparable placer al margen, repito, del sentimiento que te comunican, de alegría o de tristeza. En la vida real preferimos estar instalados en la alegría.

 -   En Aún no, existe alguna novedad como es la aparición del epigrama y la sátira.

 -    Sí, y no volví a ello, y no porque me disgustasen los resultados. Estimo que esa sección está bastante lograda, y me permitió ampliar mi poesía a un género nuevo en mí, la sátira, creo que con cierta personalidad. Surgieron nuevos procedimientos, descubrimientos expresivos, y mi inserción en una tendencia antiquísima y rica. Es decir no me limitó. Paradójicamente la escritura me brotaba con una gran facilidad, me bastaba con encontrar un motivo. Pero como no desvelaba  mis zonas de oscuridad, y sobre todo lo que predominaba era el ingenio, lo abandoné. Con lo escrito ya era suficiente.”

Un ejemplo remacha lo que el poeta ha dicho: “Eres mezquino en el oficio, todo / lo empobreces, reduces las carrozas /  a tartanas; aúñas cigarrillos, / dentaduras, y en plazas o tabernas / mudas reputación por risotada. / Eres chulo (y ladrón); mas no prestigias / oficio tan antiguo y respetable”.

 -   Las desnudas montañas que se divisan desde la casa de Francisco Brines en Elca  son poco a poco poseídas por una caudalosa sombra, y se adivina al fondo el “paisaje intocado, pero que está siempre en movimiento del mar”, como le gusta decir al poeta. “Se trata de un cuerpo vivo con distintas cadencias: desde la máxima quietud hasta la reacción más colérica”. Sombra y mar anuncian que ha llegado el momento de algunas confesiones, sin orden aparente pero con concierto.

 -   El poema acomete esa ilusión de detener el tiempo, de hacer que el instante transcurra sin pasar, efímero y eterno a la vez. En ese instante leo cuánto he gozado del amor físico, pero con qué poca frecuencia he estado verdaderamente enamorado. Al escribir, uniendo siempre vida y obra, el instinto es el del explorador, y la conciencia el del colonizador. Mi expresión quiero que posea la sencillez comunicadora de la palabra hablada, pero escribo como pienso. El pensamiento debe clarificarse, y la expresión, repito,  debe parecerse al habla cotidiana. Y hablando de claridad comprendo muy bien con el paso de los años cuál ha sido mi relación, aparte de la amistad, con el grupo de los Cincuenta, que durante una etapa adoptó un compromiso ideológico, político, del que los más jóvenes, Claudio Rodríguez y yo, nos quedamos al margen, y el resto también abandonó ese territorio muy pronto. Quien persistió más fue Ángel González, porque en él era más necesario, y  en ese terreno su ironía era magistral. La poesía social del grupo, estaba mucho más elaborada, cuidada, que la anterior, ya no se dirigían al obrero que no los leía, sino al burgués, fustigando su conducta con un lenguaje más indirecto, menos obvio, que se supone que éste entendería. Bien, quizá estoy mezclándolo todo, pero hoy tengo necesidad de manifestarme interior y exteriormente”.

 -   Aprovecho entonces esa disposición para  abordar otras cuestiones como, por ejemplo, su labor  en la Academia o su doble pasión por el fútbol y los toros.

 -  Desde que hace año y medio ingresé para ocupar el sillón del dramaturgo Buero Vallejo, siempre que estoy en Madrid acudo los jueves a la Academia. El ambiente allí es de gran cordialidad y cortesía. Mi papel claro, en las reuniones es el de creador, no el de lexicógrafo. Y en lo que se refiere a lo que denominas dos grandes pasiones, es cierto soy buen aficionado al fútbol y entiendo algo de toros. Los toros suelen ser aburridos, pero a veces brilla el arte; el fútbol siempre es divertido, pero nunca es arte. En el  toreo se puede detener el tiempo, en el fútbol, por el contrario, todo es velocidad, rapidez. Para mí, el arte es lo primero.

 -   Francisco Brines  sigue haciendo una vida normal, a pesar de la decena de pastillas que debe tomar para que el corazón no le vuelva a jugar una mala pasada. Ha vuelto a releer  a Juan Ramón Jiménez, con la misma fruición de la adolescencia, y tiene bastante avanzado un nuevo libro de poemas. Brines, que muestra su extrañeza cuando le pregunto si algún día ganará el Cervantes, espera como algo real  e ilusionante   tener en sus manos  la antología de su obra que ha preparado Dionisio Cañas, titulada Todos los rostros del pasado, como uno de sus poemas, y que ha publicado Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores. Su actitud ante la existencia sigue siendo la del que apura los momentos hasta la última semilla del placer, consciente a la vez  de la pérdida final, a la que se enfrenta con estoicismo, y sin encontrar argumentos para la existencia de un Dios que nos asegure la supervivencia después de la muerte.

 -  Soy un agnóstico que quisiera tener fe. Me gustaría que los creyentes tuvieran razón, que no se perdiera la identidad del ser, que no se terminara la existencia como tal, pervivir del modo que sea. Lo que no puedo aceptar es una supervivencia  con castigo.

 -  En el firmamento de este lugar mítico llamado Elca, hay un enjambre de astros en los que  una vez más, se quema de belleza su mirada, y que, de nuevo, nos devuelve a la poesía de Brines, a su sed inagotable, presente en uno de los poemas aún no publicado en libro: “Hay veces en que el alma / se quiebra como un vaso, / y  antes de que se rompa / y muera (porque las cosas mueren / también), llénalo de agua / y bebe, / quiero decir que dejes / las palabras gastadas, bien lavadas, / en el fondo quebrado / de tu alma, / y, que si pueden, canten”.

 -   Sí, mientras tenga aliento, y ella quiera visitarme, seguiré escribiendo poesía

 Un ave cruza el cielo. Al fondo se ven las luces del puerto y ciudad de Denia.