De la verdad emocional del sujeto poético, que afirma en el primer verso del primer poema: “Mis lágrimas entran en la luz.” (Pág. 39) y termina el último verso del último poema: “Lástima de luz.” (pág. 218). También, de esa necesidad de un planteamiento poético de la realidad y del planteamiento poético del lenguaje es de lo que y con lo que cuenta Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931 y leonés desde 1934) en su Antología poética(Alianza Editorial), con selección e introducción del también poeta Tomás Sánchez Santiago. Creo -como dice el prologuista de esta edición- que la textura de la poesía de Gamoneda ha sonado extraña durante mucho tiempo hasta que Miguel Casado la explicó en el volumen recopilatorio de “Edad” (Cátedra, 1987. Premio Nacional de Poesía en 1988). Y, creo, que es necesaria y justa la lectura de la enjundiosa y contenida introducción que lleva un más que sugerente y explicativo título: “La armonía de las tormentas”, con cita pórtico de Mallarmé, autor querido y cercano a nuestro Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2006. (Pág. 7-32). Este prólogo explica las claves de la poesía de Gamoneda y se fija en el espacio y el tiempo como referencias angulares de la misma, además de la preñez de imágenes, de una más que gran fuerza expresiva, que la acompañan.

     Así, pues, en este volumen, hay casi unas ciento ochenta brillantes y bien escogidas páginas, donde encontramos que poesía es el arte que se manifiesta por medio del lenguaje y lo que busca es conmover “En mi casa están vacías las paredes / y yo sufro mirando la cal fría.” (Pág. 74). Que es, también, palabra sujeta a ritmo y suplementada retóricamente: “Por la escalera sube una mujer / con un caldero lleno de penas. / Por la escalera sube la mujer / con el caldero de las penas.” (Pág. 75). Es ella en sí –la poesía de Gamoneda- y, a la vez, el lenguaje y el lector: “Dime qué ves en el armario horrible / y en las vasijas de llorar: ¿qué es esto?” (Pág. 89). Dado que el poema se prolonga en quien lo lee, lo recita o lo escucha, y es ésta la única manera de que tenga continuidad ese vértigo que, en un límpido instante, es capaz de desvelar sombras. Hay que velar-revelar tu nombre poesía: “Bajo las águilas silenciosas, la inmensidad carece de significado.” (Pág. 143) o “Eran días atravesados por los símbolos.” (Pág. 131). Que los símbolos han llenado la vida y obra del poeta Gamoneda es bien sabido por sus lectores. Sus días siempre han estado atravesados por los símbolos. Su libro Lápidas dio buena cuenta de ello, sin ir más lejos.

     También vemos que la materia, de por sí, puede contener o no un cierto grado de poesía, pero es el talento artístico de Gamoneda el único capaz de infundirle auténtica belleza estética: “Amé todas las pérdidas. / Aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible.” (Pág. 156). La lírica no tiene una métrica específica, es la intuición del poeta la que la guía: “Oyes la música de los límites y ves pasar al animal del / llanto.” (Pág. 161).

     El poeta, creador literario, aprehende de la poesía de la vida y es su amante. Antonio Gamoneda logra que el lector viva la experiencia que plasma en sus versos. “Ustedes saben ya que una sartén / da un sonido a madre por el hierro / y yo sé que una celesta / suena a tierra feliz, pero si ustedes / tienen a su madre en el fregadero, / no toquen por favor, la celesta.” (Pág. 63). El poeta sabe quién es: “Cuando yo tenía catorce años, / me hacían trabajar hasta muy tarde.  / Cuando llegaba a casa, me cogía / la cabeza mi madre entre sus manos. (Pág. 65).

     El lenguaje poético Gamoneda indaga en las palabras y en sus imágenes. ¡Novedad, siempre novedad! Se atreve con lo aún por mostrar. El poder de su lenguaje es puro hechizo, fuerza plasmadora, magia verbal. Ahí la entrega del poeta en sus textos. La autenticidad y sinceridad distinguen un texto poético de uno que no lo es. He ahí el estilo personal y la originalidad: “Sucedían cuerdas de prisioneros; hombres cargados de / silencio y mantas. En aquel lado del Bernasga los contem- / plaban con amistad y miedo. Una mujer, agotada y her- / mosa, se acercaba con un serillo de naranjas; cada vez, la / última naranja le quemaba las manos: siempre había más / presos que naranjas. // Cruzaban mis balcones y yo bajaba hasta los hierros / cuyo frío no cesará en mi rostro. En largas cintas eran lle-/ vados a los puentes y ellos sentían la humedad del río an-/ tes de entrar en la tiniebla de San Marcos, en los tristes / depósitos de mi ciudad avergonzada.” (Pág. 130).

     Poetizar es, qué duda cabe, un enfrentamiento con las realidades interiores y exteriores imbricadas en uno mismo, al tiempo que se desarrolla esa “agonía”: desgarramiento en el papel por medio del signo escrito. La muerte acompaña al poeta desde su primer año de vida. De alguna manera es ser por y en el acto del quehacer demiurgo, en ese grito desesperado o amable del silencio frente a la realidad o de la realidad frente al silencio: “Arden las pérdidas. Ya ardían / en la cabeza de mi madre. Antes / ardió la verdad y ardió / también mi pensamiento. Ahora / mi pasión es la indiferencia. / Escucho / en la madera dientes invisibles.” (Pág. 186).

     En todo poema debe de existir la vivencia de la palabra, la búsqueda y su propia mística. Se debe perseguir y ofrecer el hallazgo lingüístico, las imágenes inquietantes y la propia sustancialidad del lenguaje poético, que es lenguaje de revelación: “Tierra desposeída de sus tumbas, madres encanecidas en / el vértigo.” // Es lo que queda de mi patria.“ (Pág. 115). Hallazgo sin olvidar el sentido estrófico. Es necesaria la unidad de significación de las palabras y ritmo. Cada palabra del verso debe ser necesaria e insustituible. Los versos son experiencias no sólo sentimientos: “Estoy soñando la existencia y es un jardín torturado. Ante mí pasan madres encanecidas en el vértigo.” (Pág. 193).

     La poesía del Premio Cervantes 2006 vive tras de su propia búsqueda: escribir, reescribir, desde sus “Primeros poemas: La tierra y los labios” (1947-1953 y 2003) hasta “Exentos III” (1990-2003 y 2004), por lo que tiene vida para largo; y se puede afirmar que goza de muy buena salud, porque ella y sólo ella sirve para nombrar lo desconocido y hacer de nosotros buenas personas, como creadora de belleza que es. Pues, “La belleza no es / un lugar donde / van a parar los cobardes. // Viva en su luz / mi pensamiento. Quiero / morir en libertad.” (Pág. 48).

     Por último, debe decirse aquí que, salvo los ejemplos de “Libro de los venenos” (Siruela, 1995), los poemas están tomados de la versión –nunca se sabe si última o definitiva- que Antonio Gamoneda dio por buena en cada caso para “Esta luz”. Títulos y juegos de fechas se toman igualmente de esa edición de la poesía reunida del autor. (Pág.32, Sánchez Santiago dixit). Es, no cabe duda, un buen introito a “Esta luz. Poesía reunida (1947-2004)” (Galaxia-Círculo), con epílogo de Casado. Y es, un buen libro de bolsillo y cabecera donde se recoge parte de la mejor poesía de uno de los mejores poetas españoles vivos: “que las serpientes dejen de llorar. “ (Pág. 217).- ENRIQUE VILLAGRASA GONZALEZ.

 

Antonio Gamoneda, Antología poética, Madrid, Alianza Editorial, 2006.