Algo ocurre en las ciudades

de lo que nadie me informa.

El tren de las diez y treinta

demora su llegada desde hace meses.

El penúltimo viajero que pasó por aquí

huyendo en calma

-lo supe en sus ojos, en sus ropas fatigadas -,

traía un temblor inconcreto entre las manos

y un amargo rumor en la boca

acerca de nuevas guerras en las regiones del sur 

 

he regado la parra virgen que sobrevive a poniente,

he abierto para que entre el aire limpio

las ventanas que dan al norte,

he estirado con descuido las mantas del camastro

que acoge y repara mi cansancio

en cualquier momento del día

o de la noche

 

desperezando sus alas y sus hambres,

los milanos trazan espirales

en este confuso azul que no conoce mar alguno

 

en pie sobre las traviesas los observo

mientras estrangulo el tedio con las agujas del cruce,

moviendo a un lado y a otro

el horizonte paralelo y de hierro 

 

en esta llanura solitaria,

donde el camino es siempre el mismo

y conduce a idénticos vacíos,

el telégrafo teclea una escueta noticia,

una orden concisa y seca:

trenes

rigurosamente

vigilados

 

igual que me quedé solo,

se me van agotando los víveres

vigilando trenes que no están

mientras espero a nadie

 

el último pasajero de este día

tampoco tardará en marcharse

 

cumplo con el rito macabro y doliente

de besar el retrato de su ausencia