La generación poética de la Expo en Bélgica, cuya obra se rebela al público con el tratado de Maestrich es de una extrema riqueza, con individualidades muy diversas, poetas con las inclinaciones de las generaciones precedentes o fuertes solitarios. La mundialización, la apertura prosaica, otros asimilan movimientos textuales franceses en las revistas Nioque o Java o siguen el movimiento comenzado por dos generaciones anteriores: el fin de los caminos estrictos, de la regulación de las estéticas, el fin de las separaciones entre prosa y poesía, el mantenimiento del lado revuelta y ácido de la escritura en una producción intensa de editoriales y revistas marginales, por ejemplo, Le Fram o Source.
Guy Goffette (Jamoigne, Bélgica, 1947) es sin duda el poeta de esta generación más famoso internacionalmente y el más premiado en Bélgica y Francia. De su prolífera obra que contiene no sólo poemarios sino novelas, libros de ensayos, libros de artista y una gran labor como crítico literario y compilador de ediciones antológicas de otros autores, podemos comentar los dos libros fundamentales que lo han catapultado a la fama, editados incluso juntos en Gallimard: Elogio de una cocina de provincia y el que pronto aparecerá en edición bilingüe en la colección de poesía internacional de la editorial E.D.A. Libros: La vida prometida.
Con el libro Elogio de una cocina de provincia Goffette alcanzó el reconocimiento de excelente poeta al serle asignado a su manuscrito antes de ser editado, en 1988 con el Premio Trienal de Poesía del Consejo de la Comunidad Francesa de Bélgica. Un jurado muy diverso saludó una de estas obras importantes que marcan no sólo la madurez de un autor, sino que revelan también, al mismo tiempo que ellas impulsan la orientación poética de toda una generación. La cocina de provincia, en un país apartado es el barco de sueños de Goffette. Estos sueños como los versos mismos se amplían en su estructura respecto a otros anteriores, en cada una de las partes y en todo el conjunto del libro. La variedad de los textos en las ciento setenta páginas es enorme: alternan textos amplios, zarpazos de escritura, bloques de prosa, poemas sutilmente rimados, textos narrativos, momentos de contemplación. Además Goffette no duda en cruzar sus poemas con los de los grandes poetas que él admira, practicando lo que él llama la «dilectura», una especie de homenaje siempre dinámico a la obra de Saba, de Frenaud, de Dickinson y de otros muchos. El libro es también por eso la prolongación de numerosas lecturas y hace de la aprehensión de la realidad misma un ejercicio de desciframiento en el que se cruzan las observaciones y los sueños, los sucesos y los mitos. La amplitud de este trabajo poético no excluye la coherencia de la visión del mundo que se prepara en esa cocina de la aventura del lenguaje. Ella es de hecho una biblioteca de todos los caminos leídos y los abiertos por el autor. Y de ellos el camino real lleva a La vida prometida.
El libro coronado con el Premio Henri Mondor de la Academia Francesa, es en declaración de Goffette un libro que hace balance, un libro de la madurez, cuando la ilusión deja lugar a la conciencia de haber fracasado en esto o lo otro. ¿Qué queda de esta “vida” que la infancia había oído cantar como una promesa? Ella se ha desvanecido mucho. El tiempo la ha cepillado. Pero la poesía y su evolución reciente en el sentido de una vuelta hacia la oralidad acuden todavía a cantar esa promesa. Goffette sabe bien que el corazón crea el aburrimiento y que el silencio de una tumba dura mucho tiempo; conoce hoy la verdadera miseria de los hombres: el lenguaje desprovisto de los más altos valores, el hundimiento del zócalo en el que se podía construir un mundo, el triste miedo de cantar… Todo eso que dispersa el sentido, dispersa a los poetas. Pero la estación es incierta. El claro viene a veces a dispersar las nubes: «el amor permanece / muy por encima / como un bello relámpago que dura».
Guy Goffette escribe hoy más aplicadamente: le es necesario extirpar su poema «a los estragos del amor y de la usura.» Lucidamente: su obra erige decorados precisos. Generosamente: su libro tiende la mano al lector y lo lleva por los meandros de una alegría frágil, conquistada por la atención que él concentra en lo minúsculo cotidiano. Después de todo en un mundo arrastrado por las ciencias y la información a proporciones irrisorias, es mejor recorrer su casa, sus libros, sus sentimientos. Dando prueba de modestia, Goffette reanuda con la presciencia de una armonía posible en el asombro de vivir, el estupor de amar y el placer de leer. Este rigor le lleva a recoger la poesía cuando ella pasa y abrevarla en el lenguaje común. Ella es ya de por sí extraordinaria. Se acompaña de un esfuerzo arquitectónico que pone un punto de atención a nuestra admiración. La orquestación de la obra lleva a cabo en efecto un paciente trabajo de reconciliación con la vida. Cada poema es un instante de dicha – de dicha triste, a menudo, pero esto no es incompatible – y estas oleadas se responden dentro del libro y de libro en libro, como para trazar entre cielo y tierra el esbozo de una vida posible, de una vida simplemente respirable.
Tres años después del estupendo Elogio de una cocina de provincia, Guy Goffette mantiene la palabra y se podían marcar con un lápiz muchos poemas que elevan la fruición de lo cotidiano en el que el poeta encuentra tinta y luz. Ese tono, siempre sobre la cuerda de un lenguaje ordinario, permanece atento a lo que sube del paisaje. Véase por ejemplo el poema «Marte en el establo» y la palabra de los animales: «Como un río demasiado tiempo / detenido, empujaremos delante de nosotros / las colinas testarudas y con la ebriedad en las sienes, / habiendo bebido, gritado a los cuatro vientos, // miraremos a los hombres directamente en los ojos.» Todo se vuelve harina en este molino: - el entierro de los pájaros por un niño emocionado: «saber / que hay tantas palabras, tantas palabras / y quedarse sin voz cuando todos los otros ríen» - o hasta la balada en bicicleta que lamenta al poeta « de haberse quedado horas sentado en vano / contemplando su hoja» en vez de la realidad. Goffette no es un poeta de papel. Los libros de su biblioteca le acompañan siempre, sin duda, como ciertos pintores, ciertos mayores por los que siente afecto. Pero esas dilecturas, como él las llama, no glosan apenas más de lo que parafrasean. Ellas testimonian de esta verdad muy simple: en la vida de un lector, los libros queridos son los sucesos, los acontecimientos privilegiados. Los poemas abren el alma, dan espacio y aliento, permiten crear. Esa es la lección de Goffette. Su vecindad con la cultura no difiere en nada de la fraternidad que su ascesis de vigía descubre en los simples hechos de la vida cotidiana. En ellos reluce aún La vida prometida.
LA VIDA PROMETIDA
GUY GOFFETTE
UN POCO DE ORO EN EL FANGO
Yo me decía también: vivir es otra cosa
que este olvido del tiempo que pasa y los estragos
del amor y del desgaste – lo que hacemos
de la mañana a la noche: hender el mar,
hender el cielo, la tierra, a veces pájaro,
pez, topo, en fin: jugando a agitar el aire,
el agua, los frutos, el polvo; actuando como,
ardiendo por, yendo hacia, ¿recogiendo
qué? el gusano en la manzana, el viento en los trigos
pues todo recae siempre, pues todo
recomienza y nada es nunca igual
a lo que fue, ni peor ni mejor,
que no cesa de repetir: vivir es otra cosa.
Se dice: el sol después de la lluvia, el mar
después de la montaña, el amor después
y partir, partir. Mañana cuando todo será,
cuando todo habrá, cuando.
Promesas de muertos si vivir es más
que aguardar, que esperar. Cenizas arrojadas
sobre el fuego que rezonga un poco y después se calla
sin consuelo: la noche
cae, se alza el alba, un verano ha pasado.
Ya, dice el humo del caserío
mientras los animales sin cólera siguen
acumulando el oro del tiempo, el oro
de nuestros ojos ávidos, tan pronto cerrados.
NUBES
Decir, desdecir, amores, malentendidos,
y día y noche, el uno en la otra,
el blanco valiendo el negro y todas
-- hilo blanco perdido en el bosque,
río lleno de gestos y de llamadas,
charca de patos astrosos – todas
terminan en el puro océano
y ninguna reivindica: yo, yo,
yo, como aquí, ninguna
que busque construir para sí sola
una barca perenne, un nombre
contra el tiempo y grabado
en la piedra, ninguna
porque de ellas es el cielo, al que desenredan
y remueven, las nubes.
LA PRENSA DEL TIEMPO
Mientras en la escuela recién pintada
el maestro permanece atento a los márgenes limpios,
a la corrección de las letras (trazan, dice,
el porvenir sin un paso en falso), un río distraído
se ha salido de su lecho, un tirano se ha levantado
hirsuto, o es la sombra de una nube
que cambia de repente la escritura del mundo
y el niño que soñaba en la complicidad
polvorienta de los libros ya no encuentra
el camino trazado donde se lee la vida como
las rayas de la mano. Entonces se hunde
en la prensa del tiempo como estas palabras
que lo han llevado ya se borran.
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EX-LIBRIS
Esto se calla tan fuerte que uno se detiene:
algunas briznas de tabaco, la flor ennegrecida
de una amapola y entre los cercos del café,
lágrimas. Detrás del vidrio de las palabras
está sentado un hombre que no puede más,
que ha quemado sus ojos, su nombre, perdido
todos sus bienes. Poco le importa
que un río continúe entre los márgenes
del libro, si está más solo que una pajuela
arrojada a la orilla a merced del viento,
cuando vivir es una y otra vez
morir a todo lo que rehúsa
el exilio, la desnudez, la noche.
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EN FEBRERO
Él también creía en su fuerza de tigre
y que la juventud es inmortal.
Sabía de memoria el camino y el gusto
de la leche en el tazón mellado,
pero que la sangre fuera amarga y frío el metal
en la tibieza del alba: no. Un repeluco
ha recorrido su pelo espeluznado, liberando
una brizna de hierba tan verde que he seguido
con los ojos su presto despegue, el tiempo
de un soplo, justo lo que necesita la muerte
para atravesar una vida de gato y lanzar
en un tazón de leche agria,
un bonito día de sol, para siempre mellado.
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EL BAÑO APACIBLE
Que le importan la hilera de corredores
sin salida y el cielo decrépito y el encerado
sobre el que hace muecas un sol de diciembre:
ella es una ciega en medio de ancianos
que toma su baño a la hora de la visita,
en el flujo de las palabras que vertimos
para hacer pasar el acre olor de encáustico
y de amores ajados. Ella, que en otra
historia prendió fuego a las gavillas del verbo,
saborea sonriendo la tibieza de las palabras
que nos desvisten – y ya nos estremecemos
como si fuera preciso para alcanzarnos
sumergirse desnudos en la nieve.
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BORGES
Un día, la noche se asentará sobre todas las cosas
y el bien y el mal podrán mirarse
directo a los ojos porque los espejos habrán dejado
de oponer el hombre a su vano reflejo. El tigre,
aun a la sombra de los barrotes, sabrá que la gloria
de los libros es nula; que al mítico héroe
de los cuentos populares le fue arrebatado
el oro inalterable y que ahora lastra su presa
friolera pero digna en el viento del combate.
Aquel que se creía ciego, tímido, sin
valor, descendió a los infiernos, esposó
a Beatriz y tendiendo su garganta a la vieja navaja
del tiempo, desafió al otro, ese doble desconocido
tras la puerta, que hace sangrar las rosas.
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A CAVAFY
Cuánta impaciencia, ¿y para qué si el mañana
no es sino una barca sin vela ni remos,
un puente sobre el vacío? Piensa en el anciano
de Alejandría, en sus tesoros ocultos
en un cajón entre las llaves, un resto
de tabaco, el perfil gastado de un reyezuelo caído.
Bastaba un claxon en la calle,
un paso más vivo en la escalera
para despertar la habitación, el cuerpo voluptuoso
del ángel, la azotadora y frágil
belleza del amor y su voz en la oscuridad
como sal
arrojada al pasar sobre una llaga.
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NADA MÁS QUE UN SOPLO *(Salmo 38, versículo 6)
Sí, todo hombre de pie nos es más que un soplo,*
polvo en la garganta sus gritos, sus llantos,
sus cantos de amor y desamparo, arena
del deseo que se hunde: morir,
no morir, qué importa después de todo,
si el mar no es otra cosa que un suspiro
en el sueño del cielo que se abandona,
nuestros ojos la vela presa de vértigo
que cae rápido sobre la barca de carne
– oh, frágil esquife en la niebla, sin otro fanal,
que la pequeña voz que se balancea
detrás de la nuca, repitiendo
el incansable ¿quién eres tú, quién eres tú, quién?