Mis logros, no sé ni en qué unidades
referirme a ellos, si en libras esterlinas, en watios
o en lingotes, qué más da si mis logros
sentados a la mesa frente a logros ajenos
no saben mantener ni una conversación.
Los míos se ponen a pensar por qué no avanzo, quizás
me falta combustible o me dormí
conduciendo un camión en plena madrugada.
Cómo decirle al profesor que algunos
de los conceptos de la clase de ayer
no me quedaron claros (mis ancestros
me transmitieron su ignorancia
creyendo que se trataba de un valor.)
Es como la tragedia del enano alto: nadie le cree al decir
“Soy un enano de un metro noventa”, no pasa
por enano y sin embargo se come las tostadas
secas, siempre sin mermelada, porque no alcanza el tarro
del estante de arriba.
Hay cosas que suceden
en retrospectiva: fui Miss España
a los veintitrés años y me entero precisamente hoy.
Acabo de vomitar unos pimientos fritos
de hace cuatro meses y es ahora cuando siento molestias
y pesadez de estómago. Es la sota de bastos
la que me pega con su arma de ficción. El basto no era hueco,
era duro por dentro: tantas partidas en la sobremesa y
no nos dimos cuenta.
Estoy tranquila: mi venganza es la venganza
de la naturaleza. No soy yo quien impondrá el castigo,
antes bien son las coplas de Jorge Manrique a su difunto padre
quienes están a cargo de gestionarlo todo.