Sólo el ciego que hunde su cuchara en el fondo

de la noche lo sabe: Quien nombra el silencio

deja sobre el plato la prueba del cadáver.

 

Así lo digo: Cuanto se ha ido no puede nombrarse.

Sólo lo que muere en mis ojos sobrevive en las manos:

El racimo del sol sobre el resplandor de la uva,

la brisa verde que dobla la caligrafía del junco

y el mar que nombra todos sus naufragios

como nombra la concubina los rotos del abanico.

 

Todo se mezcla y todo se confunde porque nada es mentira:

La muchacha que bebe leche para volverse porcelana

o el borrón de ocas que desordena las pestañas del día,

la tarde que baja del árbol y se tiende junto al gato,

el cielo que rueda por la montaña para poner

su pulsera blanca en la muñeca del viajero.

 

Como la noche cierra al día así cierro los ojos

y guardo mis pinceles menos blancos que mi cabello.

Y ahora que el silencio me nombre y sobre mí ponga su lienzo.