Una versión abreviada de este escrito fue uno de los tres textos que leí (el 15 de julio de este año) en el Homenaje a Bolaño, con motivo del 10ª aniversario de su muerte, el día de la inauguración de los actos organizados por “La Ciudad y Las Palabras” en el seno de la Pontificia Universidad Católica de Chile.



                                                                 

 

 

Tenemos en nuestros archivos centenares, miles de textos sobre Bolaño. Para dicha intervención me pareció útil acogerme al libro Bolaño salvaje, publicado en 2008 por la editorial Candaya y compilado por Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau, y releer los textos de cinco grandes amigos durante años de Roberto Bolaño, que lo admiraban y fueron admirados explícitamente por él. Se trata, por orden de aparición en dicho libro, de Enrique Vila-Matas, Juan Villoro, Rodrigo Fresán, Alan Pauls e Ignacio Echevarría. Este texto polifónico podría quizá, para este ciclo, titularse Palabras amigas para un croquis de la ciudad de Bolaño

Enrique Vila-Matas escribe: “Sonrío de una manera infinitamente seria cuando recuerdo que en los últimos tiempos muchos de los textos que me disponía a enviar por correo para que fueran publicados pasaban, tal vez en un exceso de celo por mi parte, por una revisión de última hora, provocada por mis repentinas sospechas de que tal vez Bolaño los viera y leyera. Gracias a esto, gracias a que tenía la impresión de que Roberto lo leía todo, pasé a vivir en un estado de constante exigencia literaria, pues él había colocado el listón muy alto y no deseaba decepcionarle, por ejemplo, con algún texto descuidado, con uno de esos escritos en los que, por mil motivos distintos, uno no arde lo suficiente o, lo que es lo mismo, no pone toda la carne en el asador” (…) Y evoca la vinculación literaria de Bolaño con el gran escritor francés Georges Perec:  “La intensidad febril del itinerario literario de sus últimos años, me trae el recuerdo de una mesa nueva roída por la carcoma a la que Perec, con su misterioso talento para sacarle partido a todo, supo convertir en un objeto fascinante” (…) “No me resulta difícil asociar ese intenso y pertinaz itinerario del Bolaño final con la intensidad de escritura del Perec de sus últimos años, ese Perec al que Bolaño admiraba y conocía muy bien. Una red impalpable de precarias galerías une el segundo bloque de Los detectives salvajes con las mil y una historias de La vida instrucciones de uso del ciudadano Perec”. 

Juan Villoro, en su prólogo al indispensable libro Bolaño por sí mismo, compilado por Andrés Braithwaite, escribe: “Inflexible en el terreno de los afectos –un militante emocional, con fobias y lealtades de hierro–, Roberto hacía que la conversación literaria se moviera en el terreno de las conjeturas. Compartía con Nabokov la idea de la escritura como simulacro que acepta las condiciones de lo real sólo en la medida que puede reinventarlas” (…) “Rara vez rehuyó hablar de temas personales, pero no le interesaba la literatura personal, sino la autofabulación” (…) “Resulta difícil compartir todos sus juicios porque él mismo desconfía de ellos: A la literatura se llega por azar… [afirma Bolaño] ¿Dije que a la literatura se llega por azar? No, no, no, a la literatura nunca se llega por azar. Nunca, nunca”. Así se refutaba a sí mismo, enfáticamente, el propio Bolaño. Villoro cita a Bolaño en una entrevista: “La literatura se parece mucho a las peleas de los samuráis, pero un samurái no se pelea contra un samurái, pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura”. Y añade Villoro: “Le gustaban saltar las fórmulas del ‘mílite guerrero’ al que el Quijote se refiere en su discurso sobre las artes y las letras”. Y cuenta que en una conversación en un restaurante japonés de Barcelona Bolaño le dijo: “Soy un marine. Donde me pongas, resisto”… Y Villoro subraya: “Ignacio Echevarría ha sostenido con acierto que la figura dominante en Bolaño es la del poeta: el investigador heterodoxo de lo real, el detective salvaje”. Hasta ahora han aparecido dos autores fundamentales de Anagrama, Nabokov y Perec, no en vano Bolaño eligió Anagrama como su editorial por estos y otros autores de su catálogo. Y ahora aparece un tercero, Alain Robbe-Grillet, en la siguiente cita: “Robbe-Grillet ha comentado que se considera un autor policíaco, no en la cuerda de Raymond Chandler, sino en la de Sófocles: escribe de quienes no saben que son culpables. Bolaño rara vez escribe sobre una intriga y no pospone las soluciones al modo de un novelista de deducción policíaca; sin embargo, como Piglia en Respiración artificial o Robbe-Grillet en Reanudación, ordena la trama en torno a personajes que investigan, detectives de una alteridad que se les resiste. Sus continuos encomios a la valentía se inscriben en esta estética. Encontrar es un atrevimiento. Sin embargo, su imaginación no privilegia lo extravagante, sino la novedad de las zonas comunes. Como Perec busca fulgores infraordinarios”. 

Rodrigo Fresán: A partir de citas de Bolaño, recogidas en el libro de Braithwaite, compone una suerte de síntesis: El escritor como samurái, la literatura como destino oscuro, como viaje sin retorno y la brutalidad irremediable de la muerte. Y Fresán afirma que “remiten al bushido o ‘camino del guerrero’ (el arte de vivir y combatir como si uno ya estuviese muerto de los grandes espadachines japoneses, la habilidad de mirar hacia atrás, al presente, como si se lo hiciera ya desde el otro lado) y a una actitud paradójicamente hiper-vital.” Y más adelante Fresán aventura una sospecha: “Bolaño es uno de los escritores más románticos en el mejor sentido de la palabra. Y un acercamiento a él y a lo que escribió contagia casi instantáneamente una cierta idea romántica de la literatura y de su práctica como utopía realizable. Unas ganas feroces de que todo sea escritura y de que la tinta sea igual de importante que la sangre” (…) “Una cosa está clara, no hay dudas al respecto: Bolaño escribía desde la última frontera y al borde del abismo. Sólo así se entiende una prosa tan activa y cinética y, al mismo tiempo, tan observadora y reflexiva”. Y se adentra en La Universidad Desconocida, la summa testamentaria de la poesía de Roberto Bolaño, “una obra cuidadosamente pensada y estructurada por Bolaño a lo largo de muchos años y que, tal vez por sentirla como algo final y sin vuelta, nunca quiso publicar en vida”. Un libro, al que Fresán rebautiza como Manual para Ser Bolaño y afirma: “Bolaño trabaja aquí con los lugares comunes y los clichés de la bohemia pero –en esto reside el valor y el genio del libro– convirtiéndolos en algo indivisible y suyo. Quienes se limiten a disfrutarlo sin intencionales epigonales encontrarán aquí algo mejor que el mapa del tesoro: el tesoro mismo” (…) “Los poemas de La Universidad Desconocida –épicos y domésticos– aparecen surcados por nombres de ríos y calles, de libros y de películas, de escritores y de seres queridos que resultarán familiares para los habitués cartógrafos de la cosmogonía del autor. Pero por encima de todos ellos resuena, una y otra vez, el país privado y la calle propia y la película protagonizada por el nombre Roberto Bolaño”. 

Alan Pauls nos cuenta su deslumbramiento con Los detectives salvajes: “Después de ese verano, que ya consta en mis anales como el verano en el que se me dio por leer Los detectives salvajes, verano que, dicho sea de paso, no leí otra cosa que Los detectives salvajes, y no porque no hubiera incluido otros libros en mi equipaje –porque de hecho los incluí– ni porque la extensión de la novela de Bolaño acaparara la totalidad de mis energías lectoras” (…) “Si no leí otro libro que Los detectives salvajes fue simplemente porque no quedó lugar  –lugar en la literatura, quiero decir– para ningún otro” (…) “Sabemos que no hay libro donde haya tantos poetas activos, mencionados, aludidos, citados, evocados, como Los detectives salvajes”. Pero, sin embargo, afirma Pauls, “ninguno de los poetas que se multiplican en las páginas de Los detectives salvajes escribe nada –nada, en todo caso, que nos sea dado leer. Un libro inflamado, henchido, rebosante de poetas– y no hay Obra” (…) “Si Los detectives salvajes es un gran tratado de etnografía poética es precisamente porque sacrifica eso, porque hace brillar la obra por su ausencia: porque en el lugar central, en la médula del libro, allí donde deberíamos ver desplegarse las artes, el saber, la intuición, el don de lengua de los poetas” (…) “Lo único que hay son ráfagas de aire, torbellinos hiperquinéticos, una especie de movimiento grupuscular continuo, una compulsión a respirar, a tragar aire, un gregarismo hiperventilado, un atletismo de pulmones rotos y músculos gastados, fugas hacia delante  –todo esto que la gran tradición del melodrama de artista, del Van Gogh de Minnelli en adelante, designa con una expresión perfectamente kitsch y perfectamente irrebatible: sed de vivir, mientras que “lo que se infiltra en la ficción es algo que sólo creíamos conocer (y despreciábamos) bajo la forma del peor de los estereotipos: La Vida misma, la Vida poética. Es el Vitalismo enorme, kerouacquiano, casi emersoniano, podríamos decir, que anima a una novela como Los detectives salvajes: vitalismo contra natura, vitalismo de vanguardia, sí, en la medida que consuma como nunca el principio vanguardista último: la abolición del límite contra las esferas, las prácticas, las órbitas humanas; la extinción de las autonomías y las especificidades; la disolución del arte en la vida. En ese sentido, a lo largo de toda su carrera, no habría escrito sino una sola cosa, un libro único, a la vez entusiasta y doliente, eufórico y fúnebre: una Gran Introducción a la Vida Artística” (…) “La Vida Artística, según Bolaño, aun cuando nunca deje de reconocerle antecedentes en las vanguardias de principios de siglo, siempre aparece fechada en los años 70, una época donde todo ‘de alguna manera es una broma y de alguna manera es algo completamente en serio’ y todos son ‘escritores o periodistas o pintores o revolucionarios’” (…) “Los años 70, es decir: los años en los que la idea de vanguardia articuló por última vez en un modo de existencia, en una inmanencia vital, la pulsión política y la estética; los años –para decirlo con Bolaño– en que fue joven ‘la última generación latinoamericana que tuvo mitos’”. 

Ignacio Echevarría subraya la importancia de la fractalidad en la obra entera de Bolaño, raíz de Estrella distante que amplía un episodio de La literatura nazi en América. Y afirma que “ligado a este principio de fractalidad, la forma en que la obra entera de Bolaño parece articular una especie de transgénero en el que se integran indistintamente poemas narrativos, relatos cortos, relatos largos, novelas cortas y novelones. En este sentido, la particular estructura de la que es hasta el momento su novela mayor, Los detectives salvajes, constituye el arquetipo de lo que, en una escala superior, viene a ocurrir con la obra de Bolaño en su conjunto: resulta tan plausible segregar sus distintas piezas, dotándolas de una relativa autonomía, como agregarles otras nuevas, independientemente constituidas. La parte funciona como el todo, alcanzándose en cada ocasión una configuración nueva, en absoluto redundante pero sí desde luego insistentemente sondeadora de un mismo territorio moral, que determina unas constantes temáticas y estilísticas.” Y más adelante, “la condición transgenérica que caracteriza la obra entera de Roberto Bolaño, pues, acercaría una primera justificación al ascendente que en tan poco tiempo ha logrado este autor sobre los jóvenes escritores latinoamericanos” (…) “Otra justificación, más convincente todavía, podría aportarla lo que alguna vez se ha optado por calificar, en relación tanto a la figura como a la obra de Roberto Bolaño, como su extraterritorialidad”. Este concepto de extraterritorialidad, según George Steiner, que fue quién la formuló, encarnado por escritores nómadas y multilingües, es “el principal impulso de la literatura actual” y “tiene que ver con el problema más general de la pérdida del centro.”

“Y en esta época de la globalización”, afirma Echevarría, “la noción de extraterritorialidad subvierte la ya anticuada y más complaciente de cosmopolitismo para sugerir aquellos aspectos de la literatura moderna en que ésta se perfila”, en palabras del propio Steiner, como “una estrategia de exilio permanente.” Y añade: “Es en este sentido en el que esta categoría de extraterritorialidad conviene muy bien a la literatura de Bolaño, que refunda a través de ella una nueva forma de comprenderse a sí mismo y de comprender en general al escritor latinoamericano. En Roberto Bolaño, cabría decir, la nueva narrativa latinoamericana reconoce –y consagra– no sólo un nuevo modelo de escritura: también a un nuevo modelo de escritor”. “Si la obra y la figura misma de Roberto Bolaño ha alcanzado, entre los jóvenes y no tan jóvenes escritores latinoamericanos, pero también entre los españoles, tan rápida y tan importante notoriedad, se debe sin duda a la forma en que resuelve lo que entretanto se ha convertido en una paradójica condición: la de ser y no querer ser escritor latinoamericano. La de escribir y no querer escribir sobre un país –Chile, en este caso– y sobre una región –Latinoamérica- de los que entretanto se ha convertido en su bardo más caracterizado”.

“Pues eso mismo ha devenido Roberto Bolaño en muy poco tiempo: el bardo de Latinoamérica. El cantor de las sucesivas generaciones de jóvenes poetas latinoamericanos que sucumbieron en el abismo de un continente perdido en el que el exilio es la figura épica de la desolación y de la vastedad”.

“En poemas, en relatos, en novelas, Roberto Bolaño viene escribiendo el gran poema épico –destartalado, terrible, cómico y tristísimo– de Latinoamérica; viene escribiendo la epopeya del fracaso y de la derrota de un continente fantasma que alumbró primero el sueño de un mundo nuevo, que animó luego el sueño de la revolución, y que hoy sobrevive únicamente en las formas residuales de la emigración y de la bancarrota”.

“De uno a otro de todos los libros de Bolaño, incluidos los de poesía, hay un motivo recurrente: la visión alucinada de una interminable procesión de jóvenes latinoamericanos precipitándose en el abismo”.

Y recuerda las palabras de Bolaño en su poema “Los pasos de Parra”, “esas ‘generaciones sacrificadas bajo la rueda y no historiadas’, esa procesión de ‘jóvenes latinoamericanos sacrificados’ y constituye la materia de la que está hecha la literatura de Roberto Bolaño.” Y remata su texto con tres palabras clave para la lectura de la obra de Bolaño: tristeza, valentía y una tercera sin la cual las otras dos no alcanzarían toda su potencia: broma. “Este carácter de broma constituye el expediente mediante el cual la literatura de Bolaño –importa subrayarlo– se vacuna e inmuniza contra la infección de la literatura misma, comprendida siempre por él como una enfermedad de la vida”. Y para terminar recordar que entre las acotaciones de Bolaño relativas a 2666, éste escribe “El narrador de 2666 es Arturo Belano”. Y en otro lugar añade, con la indicación “Para el final de 2666”. “Y esto es todo, amigos. Todo lo he hecho, todo lo he vivido. Si tuviera fuerzas, me pondría a llorar. Se despide de ustedes, Arturo Belano”.