Los libros del gato negro nos acercan una lectura muy particular, una novela que -más que un ejercicio de autoficción- nos traslada la narración novelada de un tramo de la vida que arranca en la adolescencia y que concluye en la cuarentena del protagonista, cuando el hijo es padre y quien fue padre protector se ha convertido en una figura vulnerable a la que se debe dar cobijo. Se trata de Interino, de Octavio Gómez Milián, quien limpia el relato y lo lanza en un párrafo infinito, que me ha hecho recordar -obviamente salvado las distancias- a aquel Las bodas en casa de Bohumil Hrabal, si bien el novelista checo mostraba tres estilos distintos en cada una de sus tres partes. Pero, volviendo a Interino, esta propuesta narrativa propone una revisión de un tiempo, de una generación que ha vivido la digitalización de todas las cosas, desde la perspectiva de la transitoriedad, de una fugacidad en la que todos somos parte de una suerte de permanente interinidad, en la que unos reemplazamos a otros -como el hijo es ahora el padre- y que, obviamente, todos también seremos sustituidos en los papeles que desempeñamos, así como reemplazados en los espacios físicos en los que nos desenvolvemos, pues -en el fondo, nos propone- estamos guardándole el sitio a otra persona mientras vivimos esa suplencia en una historia en la que la muerte, tantas veces, parece querer reclamar el papel principal.
En el relato, la familia es el vértice sobre el que rota y se organizan los afectos y la línea de avance de los estadios y de las cadenas de temporalidad en el hogar. Pero también son centrales el coleccionismo, tal vez como identidad o como forma de retener simbólicamente una parte significativa de la experiencia vital, cultural, social, histórica…, como forma de eludir a la muerte a través de un fetiche, de un objeto imperecedero -más aún cuando permanece protegido e intacto dentro de su caja original-. Hay en esa visión de las vidas extendidas, comparadas, superpuestas, paralelas del padre y del hijo, del abuelo y del nieto, una manera de alcanzar el entendimiento, de empatizar con sus pasiones y sus errores, con su determinación ante los momentos críticos de un camino en el que se aprende la ruta cruce a cruce o con sus actitudes ante los hechos desencadenados tras cada nuevo giro.
En sus páginas sentimos cómo ha volado la pluma sobre el papel en blanco y, en pos de ella, corre nuestra lectura “sucumbiendo al registro orgánico del recuerdo” de un tiempo cuya llama se ha extinguido y en el que las cosas parecen haber quedado impregnadas del alma que motivó las acciones. El relato fluye -en mi opinión- más engrasado que nunca, es -por momentos- divertido, en otros es dramático, doloroso y, aunque por sus referentes (la serie V o El Equipo A, por ponerles algún ejemplo), por los iconos estelares y por los momentos en los que transcurre es evidentemente generacional. No obstante, también puede sentirse muy abierto a cualquier lector, pues se muestra universal en los afectos y en las heridas del alma que en el libro se nos muestran. Y, es que, en sus páginas se da una abierta exposición en la que el autor nos abre su casa, pero también deja entrar la luz hasta los dolores más arraigados: los complejos de la última infancia y primera adolescencia, el miedo, el acoso escolar descarnado al caer etiquetado como el “gordo-fofo-empollón-cuatro ojos” de la clase.
Igual que el papel en blanco se vuelve viejo con la primera letra que escribimos, así ocurre con la vida, con la interinidad de la vida, con la repetición de cada paso sistemático e inconsciente, haciendo suyo el autor el célebre verso de Gil de Biedma en el que, asaetado por la percepción de la verdad, constataba que “nunca volveré a ser joven”, pero -como nos indica Gómez Milián- “las palabras, no lo sabía entonces, son picudas y laberínticas, no siempre se dejan domar” y por ello, deberán ser ustedes quienes -de forma interina- vivan su sentido durante la efímera lectura.
Octavio Gómez Milián, Interino, Zaragoza, Los libros del gato negro, 2025.