Zaragoza nada en la bruma este martes de invierno. Desde que tiene uso de razón, José Antonio Labordeta abriga un amor-odio por la capital aragonesa, y ese cariño ancestral que le declaró en Zarajota blues toma cuerpo en mañanas como ésta: “Amo esta ciudad bajo la niebla. No sé por qué pero cuando la veo con esa densa capa cubriéndole las esquinas, los tejados perdidos, las plazas desconchadas, los rincones baldíos, me recuerda a ciudades del norte de Europa y me siento un poco como si paseara por Ámsterdam o Bruselas.”

El trayecto hasta su casa,  diez minutos en taxi desde Delicias, me permiten localizar el texto entre los artículos de Tierra sin mar (Xordica. 1995). Le clavó el título: Niebla. Siempre vi en este cantor de la arcilla y los barbechos un nosequé unamuniano. La calle donde vive está dedicada a un militar franquista, pero el Ayuntamiento la quiere rotular con el nombre de la  soprano que enseñó los primeros gorgoritos a la Callas. Era de Valderrobres y cantó en los grandes coliseos de Europa La hija del regimiento. También es casualidad. De Octavio Augusto a Belloch, en este poblachón airoso siempre han marcado la pauta el cierzo y los militares.    

He tratado poco a José Antonio Labordeta; no pertenezco, a mi pesar, a ese grupo que lo llama El abuelo. Pero, las contadas veces que hemos coincidido, nuestra conversación transcurrió por esos cauces que él atribuye al influjo de la niebla:“Cambiamos todos y las voces –tan gritadas bajo la ciercera estrepitosa- se vuelven suaves, contenidas, amables. Nos saludamos con cortesía por las arrumbadas calles del casco viejo igual que lo podrían hacer los marineros de Holanda cuando se cruzan por entre interminables canales que  acarician el Mosa”. Hoy no será una excepción.

Los libros inundan su cuarto de trabajo. Sobre la mesa, recién salido de imprenta, Memorias de un beduino (La Esfera de los Libros), donde repasa sus años de diputado por la Chunta Aragonesista. Las fotografías, banderas rotas de toda una vida, lo presentan en sus años de cantautor, durante los viajes… y, en lugar preferente, Carmela y  Marta, sus nietas gemelas. Con ellas no sirve el dicho de que son como dos gotas de agua.

Lo felicito por la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, que le entregarán los Príncipes en Teruel, y nuestra conversación arranca en el viejo caserón de la calle Buen Pastor, número 1, donde su progenitor, don Miguel Labordeta, exponente de la burguesía ilustrada zaragozana, tuvo el colegio Santo Tomás de Aquino. Allí nació José Antonio el 10 de marzo de 1935. “A mi padre, que pertenecía a Izquierda Republicana, lo represaliaron los franquistas, justo el día de San Cayetano de 1936. Él le tenía una devoción tremenda, porque era la iglesia que estaba al lado de casa, y así se lo pagó. Le quitaron la cátedra de latín en el Instituto Miguel Servet y, a partir de ese momento, entró en una especie de estado de amargura. Yo no me enteré, porque tenía poco más de un año; una de las primeras cosas que recuerdo es que me llevaban a un colegio alemán. Pero alemán-alemán… Hitleriano, para que me entiendas. En el jardín había una gran bandera con la esvástica y cantábamos, brazo en alto, el Deutschlan, Deutschlan über alles. Aún guardo una foto de mi pasado nazi que he cedido alguna vez a la prensa para ilustrar entrevistas que me han hecho. El caso es que, cuando Alemania empezó a perder la guerra, cerraron el colegio y volví al Santo Tomás. Alguna vez he dicho, medio en broma, que el colegió alemán olía a cera, o sea a limpieza, y el de mi padre a alpargatas. A posguerra española.”

- En medio de la brutalidad que trajo la guerra, surgían destellos de cordura. ¿Cómo fue aquella historia de los alumnos falangistas que le salvaron la vida a su padre?

- Ocurrió el mismo día de San Cayetano, pero venía de atrás. En la primavera de 1935, o puede que fuera ya en el 36, unos chavales de Falange se encerraron en una iglesia abandonada y los de la CNT la querían quemar con ellos dentro. En los dos bandos había antiguos alumnos de su colegio y, en cuanto lo supo, corrió a convencerles de que no cometieran esa barbaridad. Lo consiguió y, el día 7 de agosto, cuando la policía se lo llevaba de mi casa,  aparecieron esos chavales de 17 o 18 años que se habían encerrado en la iglesia. Sentían que mi padre les había salvado la vida y dijeron: “A este hombre no lo toca nadie.”

- Su madre no pertenecía al mundo ilustrado, sino al rural, pero a usted le marcó mucho. No hay más que leer la novela Mitologías de mamá (Libertarias/Prodhufi. 1992), o analizar la presencia de la madre, de la mujer pragmática  y adusta, en sus poemas y canciones.

- Sí. Mi madre era una mujer muy campesina y muy inteligente. Por circunstancias de la vida, sólo había ido dos años a la escuela pero la recuerdo como una lectora infatigable. Y, luego, tenía el recelo propio de la gente del campo, que igual desconfía de lo que va a hacer el tiempo como de los forasteros. Aunque no tuvo nada que ver con el colegio, porque de él se encargaba mi padre, sabía todo lo que pasaba de puertas para adentro. Disponía de unos servicios de información que eran la leche.

Don Miguel Labordeta y Sara Subías tuvieron siete hijos, todos varones, de los que sobrevivieron cinco. José Antonio es el sexto y, desde muy pequeño, admiró a su hermano Miguel (1921-1969). “Tuvo una gran personalidad y era muy cariñoso. Primero fue una admiración fraterna, pero luego derivó hacia lo literario. Porque, del mismo modo que se volcaba en detalles con toda la familia, montaba unas tertulias estupendas.”       

- Supongo que habrá proyectado sobre usted mucha luz, y también mucha sombra cuando quiso ser poeta.

- Hay una diferencia enorme entre los dos: Miguel es poeta y yo versificador. Lo he asumido siempre. Mi hermano es capaz de crear un mundo poético y yo no. Cuando  leemos a un poeta de verdad decimos: “Esto me suena a Lorca, Salinas, Celaya…o a Miguel Labordeta”. Pero, a menos que lo sepa de antemano, nadie que lea un poema mío te dirá que le suena a José Antonio Labordeta. Hombre, en el mundo de la canción, con un poco de suerte, igual sí pasa. De todas formas, lo que más le debo a Miguel en el terreno literario es que me permitiera leer su  gran biblioteca. Gracias a eso, desde muy crío, descubrí a poetas como César Vallejo. A los 16 años me había leído sus obras completas, pero también a Faulkner, a Steinbeck, a Thomas Mann...

- Sin embargo, fuera de Aragón, a Miguel Labordeta no se le ha hecho justicia. ¿Tuvo algo de culpa José María Castellet?

- Yo creo que la clave está en que no derivó hacia la poesía social ni militó en ningún partido, como sí hicieron, pues que sé yo, Celaya y Blas de Otero. Eso, en aquel momento, era determinante. En efecto, Castellet no lo incluyó en su antología Veinte años de poesía española.  El otro día me regalaron un libro sobre los poetas de posguerra y ahí sí que meten a Miguel. Quién sabe, a lo mejor es el principio para sacarlo de ese olvido. La verdad es que él nunca se preocupó de ir a Madrid a hacer corte. Iba a ver a sus amigos, que eran (se ríe) una cuadrilla de desarrapados: Carlos Edmundo de Ory, Antonio Fernández Molina, Novais y todo ese grupo que no tenía ningún poder en el mundo literario.

La relación del José Antonio adolescente con su hermano Manuel  (1923-1983) fue menos decisiva, porque éste contrajo matrimonio muy joven y abandonó la casa familiar, mientras que Miguel, soltero empedernido, siguió residiendo en ella. “Manolo sí que sabía cantar. Lo hacía muy bien. En eso me pasa como con Miguel en la poesía. Pero lo más importante es que era un gran realizador de cine amateur. Uno de los mejores que hubo en Zaragoza. Entre director y actor hizo casi una docena de películas. Si se hubiera ido a Madrid podía haber llegado lejos. Pero, claro, eran años muy duros y se volcó en su familia. No se podía permitir esa aventura.”

  - Usted se licenció en Filosofía y Letras y en 1958 se marchó a impartir clases de español en Aix-en-Provence. Durante los dos años que estuvo allí, descubrió a los grandes cantautores franceses pero comprobó que nuestros vecinos del Norte también aplicaban la censura.

- Es que mi estancia coincidió con la guerra de Argelia. Yo tenía muchos alumnos que eran pieds-noirs, o sea argelinos de origen europeo. Había algunos que se apellidaban Jiménez, Martínez… sin duda hijos de emigrantes y exiliados españoles. Lógicamente, los pieds-noirs estaban a favor de que Argelia continuara siendo francesa y, como la prensa censuraba las noticias relacionadas con la guerra, estos chavales me pidieron que, un día a la semana, comentáramos el ABC. Los periódicos españoles, ya se sabe, no podían informar de todo lo que pasaba en nuestro país, por eso dedicaban mucho espacio a lo que ocurría en el extranjero. Y la verdad es que en aquellas clases se creaba tensión entre los partidarios de la independencia y los que querían que continuara siendo colonia. Había ciudades muy activas, como Tolón y Marsella, de la que partían y a la que llegaban los soldados. Allí pude ver en directo a los grandes cantautores, sobre todo a Jacques Brel y Georges Brassens. El cine ya me interesó menos; eran los años de la Nouvelle vague y muchas películas resultaban un rollo. No entendías nada: Hiroshima mon amour, El año pasado en Marienbad… Se me hacían complicadas, y no sólo las de Resnais. Pero Francia, a pesar de aquella censura muy concreta y de la tensión social que provocaba la guerra, significó la libertad. Para mí fueron años decisivos y, prueba de ello, es que sigo siendo muy afrancesado.

En 1964 José Antonio Labordeta aprobó las oposiciones como catedrático de Instituto, en Geografía e Historia, y lo destinaron al José Ibáñez Martín de Teruel. El contraste entre la Europa moderna que había dejado atrás y aquella Vetusta rediviva fue tremendo. “En Teruel se podía analizar la sociedad española como en un microscopio. Tenías desde obispo y gobernador civil, hasta delegado de Sindicatos. Y te los encontrabas por la calle o durante los recreos del Instituto, cuando tomabas un café. En Zaragoza no hablabas con el gobernador y al arzobispo pues igual no lo veías en la vida. Yo, la verdad, llegué angustiado. Era una ciudad muy pequeñita (la versión académica del diminutivo suena rara en él), muy mal comunicada con Zaragoza y con Valencia, a la que llegaban los periódicos con un día de retraso. Pero, a pesar de ello, me encontré con una generación de alumnos que querían salir de la arcilla de aquella zona y sabían que el único camino era estudiar. Eso también fue un estímulo para mí. Resultaron estupendos y la prueba es que muchos de ellos hoy están muy bien colocados en la Administración, la Universidad, el mundo de la empresa y el de la cultura.

- La tertulia del café Niké,  fundada por su hermano Miguel, acogía a la disidencia intelectual de Zaragoza. Una gran ciudad, en resumidas cuentas. Sin embargo, ¿cómo se explica que el Ibáñez Martín o el Colegio Menor San Pablo pudieran ser islas de libertad en aquel Teruel de prietaslasfilas y avemaríapurísima?

- Yo creo que, dentro de ese conservadurismo a ultranza, no entendían lo que hacíamos. Fíjate que allí estrenamos La zapatera prodigiosa y quedamos los segundos de España en un certamen de teatro escolar, también representamos una obra de Mrozek, En alta mar, y dimos bastantes recitales. La ciudad seguía tan cerrada que no entendía que hubiera gente dispuesta a poner en duda su sistema político y cultural. Por lo tanto, no es que nos dejasen, es que no se enteraban.

En el claustro de profesores estaban Eloy Fernández Clemente, José Sanchís Sinisterra y Eduardo Valdivia. Entre los alumnos ya apuntaban maneras Manuel Pizarro, Federico Jiménez Losantos, Carmen Magallón, Joaquín Carbonell y Gonzalo Tena. “Sigo teniendo relación con la mayoría de ellos. Tiempo atrás nos reencontramos en una fiesta de los antiguos alumnos del San Pablo, la generación paulina como la llamaban. A Manolo Pizarro le veo de vez en cuando. No me dedico a molestar, pero cuando quiero charlar con él pues quedo y hablamos sin prisas. Quizá con el que no tengo mucha relación es con Federico, porque estamos cada uno en una punta. Bueno yo no llego al extremo, él sí.  En alguna ocasión dijo que no criticaba mis intervenciones como diputado por el viejo afecto que me tiene. Y hablaba de corazón. Cuando Félix Romeo recopiló textos míos dispersos en Tierra sin mar escribió un prólogo muy emotivo.”     

José Antonio Labordeta llegó a Teruel recién casado con la también profesora Juana de Grandes. “Entonces, y siempre, ha sido fundamental en mi vida porque es como un tanque. De una seguridad tremenda. Y la gente tan insegura como yo necesita tener a su lado a una persona que te marque pautas, porque muchas veces he metido la pata y ella me ha hecho ver las cosas claras.” Sus tres hijas, Ana, Ángela y Paula, han encauzado también sus vidas por el lado creativo. “Ana se hizo actriz y hace poco estrenó en Madrid Noviembre, de David Mamet; Ángela es novelista. Y me ha salido muy marinera. Cuando ve el mar yo creo que rejuvenece treinta años. Así que, aunque sigo siendo muy pirenaico y mantengo la casa de Villanúa, ahora paso temporadas en Altafulla; Paula, la pequeña, era cámara de televisión pero tuvo un accidente y lo ha tenido que dejar. O sea que yo, que venía de una familia de cinco hermanos, todos chicos, me encuentro con mujer, tres hijas y dos nietas. Bueno y mi suegra, hasta que falleció el año pasado, también vivía con nosotros. Por eso, cuando hablan que si tal que si cual de las mujeres, no lo entiendo. A mí me ha resultado muy fácil la convivencia.”

- Cuando llegó a Teruel ya había publicado su primer libro de poemas Sucede el pensamiento (Colección Orejudín. Zaragoza 1959), y parecía tener muy claro que ése era su camino. Pero allí nació el cantautor. Un oficio complicado para los tiempos que corrían.

- Y tranto. Aunque tuve la suerte de no acabar nunca en el cuartelillo. Una vez que cantaba en Echo los que terminaron ante ante la Guardia Civil fueron dos personas que estaban repartiendo Andalán en la puerta. Por cierto que, con la llegada de la democracia, a uno de ellos lo nombraron gobernador civil de Huesca. Pero a lo que vamos: yo había visto en Francia que los cantautores ponían música a los grandes poetas y me rondaba la idea de hacer algo parecido en España. Sin embargo, al llegar a Teruel, Pepe Sanchís me descubrió los discos de Paco Ibáñez y de Raimon y, sin desterrar del todo la idea que traía, me dije que a lo mejor había que empezar por aquello. Así es como, en 1968,  grabé el primer disco que sólo tenía cuatro canciones. Recuerdo que, durante los recreos, almorzábamos en el bar La Amalia, que está entre el Instituto y la estación de tren; había una máquina de discos y los alumnos, en plan cabrón, se dedicaban a ponerlo todos los días. Era de auténtico martirio. Le tuve que pedir a la dueña que lo quitara porque estaba harto de leñeros y de arcilla. Aquel disco fue una especie de diversión para mí, no pensaba grabar ningún otro. Pero ya ves.

-  Andros II, que así se titulaba, fue retirado por orden gubernativa al año siguiente. Y choca que, también en 1969, hiciera ya una gira por varias universidades de Suecia.

- Es que tenía amigos allí. Me sentí muy raro porque, aunque les tradujeron las letras, me preguntaba si aquella gente se enteraba de algo. La resistencia antifranquista era tan fuerte en Europa que cualquier cosa que cantaras, aunque fueran poemas de amor, la interpretaban como de lucha.

Después, José Antonio Labordeta grabó una docena de discos más, entre los que destacan Cantar y callar; Tiempo de espera; Cantata para un país; Qué queda de ti, qué queda de mí y Trilce. Había depositado muchas ilusiones en este último y sus seguidores, de natural entregados, no lo comprendieron.  En 1986 pidió la excedencia  para dedicarse de lleno a la canción. Pero tenía que ejercer de empresario y aquello no iba con él. “Sobre todo porque se multiplicaba el papeleo del IVA, las declaraciones de Hacienda y todo eso. Además ya no era yo sólo; llevaba unos músicos y, como los ayuntamientos y las diputaciones te pagaban con tres y hasta cuatro meses de retraso, hacía falta una línea de crédito en el banco. Resultaba tan engorroso que un día lo dejé. Cuatro años más tarde, unos emigrantes aragoneses en Santa Coloma de Gramanet me pidieron que fuera a cantar a su barrio. Les puse como condición que no buscaran un sitio muy grande porque iba yo solo con la guitarra. Cuando llegué,  los muy cabrones me llevaron a un polideportivo. Sin embargo funcionó muy bien y, desde entonces, no he parado de actuar con la guitarra.”

- Antes ha citado Andalán. Usted intervino en su fundación, el año 1971, y escribió en esa revista que despertó tantas conciencias en el Aragón del tardofranquismo y la Transición hasta que desapareció en 1987. He oído contar que la idea le surgió a Eloy Fernández Clemente durante una ascensión al Javalambre. ¿Cómo recuerda aquella aventura ?

- Lo del Javalambre es verdad y, visto desde nuestros días, creo que hoy resultaría imposible hacer algo parecido. Eloy tiene un culo muy gordo y es capaz de sentarse en un sillón, de la mañana a la noche, para sacar adelante un proyecto. La cosa es que nos embarcó a unos cuantos. Entonces todos teníamos muy claro contra qué había que luchar y no había diferencias partidistas. Para redactar cada número, nos reuníamos diez o doce personas a las nueve de la noche y salíamos a las dos o las tres de la madrugada. Todo por el alma de la abuela, porque allí nadie cobraba nada. Como decía Guillermo Fatás: “Aquí ni ganamos dinero ni ganamos fama”. Pero fue una aventura estupenda. Con el tiempo te das cuenta de que, si quieres conocer la historia real de Aragón en aquellos años, tienes que ir a Andalán. Allí está el redescubrimiento del habla aragonesa, de la Franja catalana, la puesta a punto del Derecho civil aragonés, la lucha sindical… todo. Luis Granell escribía artículos medio clandestinos, porque, claro, había censura, y en París los ponían como ejemplo de defensa de la lucha obrera en un régimen dictatorial…. Y tantas cosas más.

En las elecciones generales del año 2000 Labordeta obtuvo un escaño en el Congreso de los Diputados por la Chunta Aragonesista, que revalidó en 2004. Sin embargo, renunció a encabezar la candidatura de 2008 para poder dedicarse enteramente a los suyos y a la literatura. Poco  después, anunció que padecía un cáncer de próstata y afrontó con ánimo esa lucha. Aunque sus discos hablan de pérdidas y derrotas, los títulos invitar a resistir: Que no amanece por nada, Aguantando el temporal, Qué vamos a hacer… Quienes lo conocían sólo por sus canciones y  programas de televisión pensaron que al cantautor le había entrado el sarpullido de la política. Ignoraban que ya había sido candidato al Congreso de los Diputados en las primeras elecciones democráticas por el Partido Socialista de Aragón, (PSA) diluido después en el PSOE. Más tarde volvió a repetir en las listas del Partido Comunista de España y por Izquierda Unida. Podrá parecer un culo de mal asiento pero nunca dio bandazos incomprensibles. “He estado siempre en el mismo sitio. El PSA, con la perspectiva que da el tiempo, fue el anticipo de CHA; en la Izquierda Unida que yo apoyé también estaban todos los colectivos que el año 1977 se identificaban con el Partido Socialista Aragonés y, cuando ya Izquierda Unida volvió  a quedar en manos del PCE, mucha gente, recuerdo ahora a Pedro Arrojo, salimos cada uno por nuestro lado.”

- Llegaba a la Carrera de San Jerónimo con el bagaje de haber sido diputado en las Cortes de Aragón. Cosa que algunos no saben.

- Y tampoco saben la tensión que pasé allí. Me atosigaba mucho. El año 2000 la CHA vio que teníamos la posibilidad de sacar un diputado y Bizén Fuster se resistía a ir a Madrid para no alejarse de sus hijos. Como yo a las mías las tenía criadas, acepté encabezar la lista. Bendita la hora, porque ya digo que me agobiaba en las Cortes de Aragón. Y no es que en el Congreso trabajara menos. La primera legislatura hubo poco que hacer, porque las mayorías absolutas son así. No pintabas nada; si acaso en los movimientos extraparlamentarios contra la guerra, los trasvases y demás. En la segunda, ahí sí que se trabajó duro. La tensión en las Cortes de Aragón yo creo que, en buena medida, venía del propio partido. La Chunta estaba con demasiadas angustias: que si somos nación o no somos nación…

- Y usted no comulga con los nacionalismos.

- Por supuesto. Soy muy internacionalista. Me interesa lo que pasa en Aragón, pero también en el resto de España y en el mundo. No quiero poner fronteras a ese interés. Y tengo muchas reticencias hacia la Chunta porque, a veces, le entran obsesiones demasiado localistas y le haría falta más amplitud de miras. Yo creo que, en eso, el PSA era más abierto.  

José Antonio Labordeta presentó casi tres mil proposiciones no de ley durante su etapa de diputado. Por eso le resulta un poco triste que para algunos sólo quede el “¡Hala a la mierda!” con el que despachó a los diputados del Partido Popular que le interrumpieron cuando preguntaba al ministro de Fomento por las infraestructuras en Aragón. “Por desgracia, lo que prevalece es la anécdota. Pero en el hemiciclo deberían poner micrófonos de ambiente; así los que presenciaron por la televisión y la radio mi cabreo habrían escuchado también cómo se cachondeaban de mí, segundos antes, cinco o seis diputados del PP. La  sesión de la tarde había sido muy dura, porque estuvo dedicada  a la guerra de Irak, y me tocó esa interpelación a Álvarez Cascos sobre las once de la noche. Entonces empezaron a decirme: ¡Cállate ya, cantautor de las narices! ¡Vete con la mochila! y cosas por el estilo. Por eso los mandé a la mierda. Claro, quien no escuchó a los otros, pensaría que me había vuelto loco.” 

- Usted llegó al Congreso, como dice el título de su libro, igual que un beduino. Sin saber donde se metía ¿Se marchó decepcionado?

- Pues no, aunque para seguir allí hace falta, yo no diría ambición de poder, pero sí más conchas que un galápago. Porque descubres que gente muy sana y trabajadora, en la siguiente legislatura, desaparece de las listas o la mandan al Senado que, en muchos casos, es la forma de que no moleste. Y eso hay quien lo aguanta porque su oficio es ser político. Pero yo, que no tenía ninguna ambición de nada, decidí que me iba a mi casa.”

- La Chunta fue el único partido que votó contra el proyecto de  reforma del Estatuto de Autonomía de Aragón cuando se debatió en el Congreso. ¿Cree que se entendió su postura?

- No sé, pero algunos que no la entendían ahora me dan la razón. El PAR se queja de que el Gobierno central manda poco dinero y Marcelino (Iglesias) no abre la boca. Como dice Jiménez Losantos, “el aragonés es muy mirao”. Tú fíjate el follón que han armado los presidentes de las demás autonomías con sus estatutos. Efectivamente, somos muy miraos.

Por encima de siglas y partidos, José Antonio Labordeta se ha convertido en referente de la cultura aragonesa de los últimos cuarenta años. Pero si cargaba impasible con la mochila en televisión, porque se la rellenaban de periódicos, este equipaje es aún más llevadero. “Lo fundamental es no creértelo, seguir con los pies en la tierra. Eso de la fama son cosas pasajeras. Y tengo que volver a Federico. Cuando salí diputado me dijo: “Ten cuidado porque en la política, igual que te suben, un día te pegan una hostia y te tiran al suelo. Y la caída es muy dura.” Por eso yo sigo trabajando en lo mío y sin considerarme un pope. Los popes se crean muchos enemigos y ya no está uno en edad de pelearse con unos y con otros.”

Aunque se resiste a ser icono de nada ni de nadie, el Canto a la libertad de José Antonio Labordeta se convirtió en uno de los emblemas de la Transición. El Partido Aragonés Regionalista propuso convertirlo en himno oficial de Aragón y fueron, precisamente, sus antiguos correligionarios socialistas y comunistas los que dijeron que no. Le encargaron la música a Antón García Abril y una comisión de poetas designó a Ildefonso Manuel Gil, Rosendo Tello, Ángel Guinda y Manuel Vilas para escribir la letra. No se discutieron nombres ni trayectorias pero, veinte años después de su aprobación, resulta notorio lo que muchos criticaron en aquel momento: la obra carece de arraigo popular. “Son cosas de la política.  Hablé con algunos del PCE y me vinieron con evasivas. El himno que se aprobó está muy bien sinfónicamente, pero no hay dios que lo cante. En cambio, mi estribillo se lo sabe todo el mundo. Remarco lo de estribillo, porque el resto de la canción ya es mucho decir.”

- Usted nació en Zaragoza pero está ligado, por la rama paterna, a dos pueblos de la provincia. A cada cual más duro: La Almolda y Belchite.

- Y pude tener un tercero, Azuara, de donde procede la familia de mi madre. Allí hay más agua, y hasta arboleda, pero mi padre nos encerró a mí y a mis hermanos en el amor a Belchite, donde, por cierto, subí por primera vez a un escenario. Eran las tres de la mañana de una nochevieja y canté la canción de Sólo ante el peligro. Cuando bajé, un hombre del pueblo, el tío Charló, se acercó y me dijo: “Maño, no vuelvas nunca a cantar que eso es cosa de maricones.” Lo de tener una abuela de La Almolda, al principio pensé que se lo había inventado mi padre, porque yo no la conocí. Hasta que un día fui a pedir un certificado de nacimiento al Ayuntamiento de Zaragoza y, efectivamente, hablaba de Josefa Palacios, natural de La Almolda, como abuela paterna. Ese sí que es un territorio acojonante. Desde el pueblo ves todo el secano de Los Monegros  y, sin embargo, la gente de allí es muy vital. Las fiestas duran una semana. Belchite, al menos, tiene un olivar, aunque el río Aguasvivas, lo que es la paradoja, ya está más que muerto. Sí, los dos son terrenos muy duros.

- Por algo le he escuchado decir que Aragón no es un territorio lírico, sino épico.

- Por supuesto. Líricos serían algunos prados del Pirineo, pero siempre hay detrás una montaña que los rompe. La propia jota es muy épica. Los aragoneses cantamos fatal en coro. Lo hacemos mejor individualmente. La primera vez que oí a Bunbury, no lo conocía de nada pero dije: “Ése es paisano mío.” Y me preguntaron: “¿Cómo lo sabes?” “Pues porque canta como los joteros” (Labordeta entona unas notas marcadamente histriónicas). Esa estructura del territorio, con las montañas que cortan el horizonte, creo que también ha hecho que Aragón pariera tantos heterodoxos: Miguel de Molinos, Servet, Goya, Buñuel, Joaquín Costa.…El epitafio de Costa en el cementerio de Torrero es algo que recuerdo muchas veces porque resume nuestra forma de ser: “No legisló”. Ese horizonte interrumpido hace que la gente esté muy encerrada en sí misma. Fuendetodos, por ejemplo, queda a ochocientos metros de altura y supongo que en la época de Goya para llegar allí habría que pasarlas canutas. A mí siempre me ha impresionado La nevada, ese cuadro precioso de los cartones para tapices que está en el Prado, y recuerdo que cuando acompañamos hasta Fuendetodos al poeta sueco Artur Lundkvist, miembro del jurado que concede el premio Nobel, nos dijo: “Ése cuadro es de aquí.” Cuánta razón tenía.

- Usted se ha definido como adusto, melancólico y nada dado a las sensiblerías. Todo muy aragonés.

- Sí. Pero olvidas algo: también soy un poco somardón. Así doy el perfil perfecto.

José Antonio Labordeta ha vencido ese carácter reservado para hablar sin tapujos de la enfermedad que padece. Aunque no acusa rasgos externos, dice que le ha cambiado el cuerpo. “Lo que intento es que no me altere el ánimo ni la vida. Mi objetivo es luchar, no perder la esperanza y continuar trabajando. Ahora estoy escribiendo una novela… iba a decir policíaca, pero no pertenece exactamente a ese género, sino que la acción gira en torno a un crimen. Y me lo pasó muy bien (desde que publicó su primer libro de poemas, hace ahora 50 años, no ha dejado de escribir. Su bibliografía como narrador y poeta rebasa los veinte títulos). También tengo proyectos musicales: a lo mejor este otoño grabo un disco con versiones de canciones viejas y hay seis o siete nuevas que me gustaría incluir. Hombre, la enfermedad me ha cambiado porque me siento capitidisminuido, limitado; llevaba casi un mes sin salir de casa y ayer, por primera vez, bajé andando desde el hospital Miguel Servet. No me había atrevido a hacerlo desde hacía semanas porque  estaba un poco acojonao. Esa es la palabra. Pero me voy encontrando mejor y creo que saldremos de ésta. Para eso hay algo que considero fundamental: luchar con la cabeza.”

  - Antes de terminar quisiera que me aclarara dos curiosidades. La primera es ¿de donde le viene lo de El abuelo?

  - Hay que remontarse a los tiempos heroicos de Andalán. La periodista Julia López Madrazo avanzaba en la última página las actividades culturales del fin semana. Entonces Joaquín Carbonell no habría hecho ni la mili, aunque creo que no la hizo nunca, y Eduardo Paz y Javier Maestre, los de La Bullonera, andarían por los dieciocho. Yo estaba en la edad de Cristo, los treinta y tres o treinta y cuatro años, así que Julia escribía: “La Bullonera canta en tal sitio, Joaquín Carbonell en el otro, y El abuelo aquí o allá”. Eso fue calando y ahora hay gente que no me llama de otra manera. ¿Y la otra curiosidad cuál es?

 - Le oí una vez que escribía en la mesa de su hermano Miguel. ¿Es ésta misma?

- No. Está en Villanúa. Paso muchas horas en ella y, como no sé escribir, y menos aún hacer las correcciones, si tengo música de fondo, lo hago en completo silencio. Me distrae hasta la clásica. Beethoven, al tratarse de un compositor heroico,  me pone buff, nervioso perdido; Bach está bien pero, lo que voy a decir quizá sea una heterodoxia muy grande,  no termino de encontrarle emoción ni lirismo. Supongo que, como es tan matemático, esa estructura matemática anula el sentimiento. Así que me quedo con las melodías de Mozart. Las disfruto mucho. Pero, para escribir, silencio total. Lo único que suena es la silla de Miguel, que está medio descuajeringada, y, cada vez que me echo para atrás, hace crack-crack. Algún día me mataré.

Como los presocráticos, José Antonio Labordeta explicó con cuatro elementos la naturaleza de Aragón: polvo, niebla, viento y sol. Han dado las doce en la cercana iglesia de Santiago el Mayor y me despido de él bajo esa boira que aún ablanda las calles de Zaragoza, alicatadas con nombres de obispos, heroínas y alféreces provisionales. De pronto, se me cruza la letra de La sabina y no dejo de tararearla camino de la estación: “Allí permanece quieta/ igual que la soledad,/ pasa el tiempo por sus ramas/ y no las puede truncar./ Soporta la ira del cierzo/ igual que un barco en el mar,/ y bajo la densa niebla…”. Propongo un subtítulo: Autorretrato.