La cellisca ha tomado Madrid y las primeras páginas de los diarios. El invierno saca sus galones de frío y, pasado por la humedad, alumbra diciembre en los destellos que la nieve deja sobre la calzada para que los coches pisen con las luces encendidas. La casa de José María Merino es una isla caliente. ¿Para qué los radiadores cuando el papel es tan eficiente material de construcción y la mejor prenda de abrigo? En su despacho madrileño uno desconoce si, detrás de la biblioteca, hay pared o todo es barricada literaria. Hay volúmenes por todas partes: en la estantería, por supuesto, pero también encima del escritorio, debajo, y no sé si hasta colgando del techo. En el suelo, los ejemplares descansan en triple fila. Su voz, entre campanuda y reflexiva, no mira por encima del hombro.

 

-Su trayectoria literaria asoma ligada a la propuesta moral. ‘A veces me recorren el ánimo secuencias y añoranzas que no provienen de mi experiencia extraliteraria, sino que tienen su raíz en lecturas que, ya olvidadas, identifico como sentimientos propios’[1]. ¿Es posible aprender del olvido?

-A través de la literatura, interiorizamos quiénes somos y qué es la vida. También conocemos casos espectaculares, como el de un tal don Quijote de la Mancha, que modificó su comportamiento y la misma realidad para convertirse en un amadís. Es decir, por supuesto se aprende del olvido.

-En los ejemplos que cita pesa la voluntad.

-Es que, sin sacar a Freud, el olvido voluntario está ahí, como un fantasma. El otro, el involuntario, llena los almacenes del recuerdo con cosas que después gravitarán sobre nosotros, mandando mensajes. Ambos forman nuestro sustrato vital.

-En alguna ocasión ha dicho algo así como que el hombre que es está formado por una transustanciación de las historias leídas. Este lenguaje, ¿se debe a la contaminación que ha dejado la religión después de miles de años de dominio en el arte, las costumbres y los dichos o a que la creación tiene, efectivamente, conexiones extáticas?

-En realidad, la creación literaria tiene mucho que ver con el mito. En mi discurso de ingreso en la Real Academia dije que la ficción es lo que nos ha hecho homo sapiens. Ver y explicar el mundo a través de símbolos está en nuestra condición, somos animales simbólicos. Las historias convierten la realidad en símbolos. Todo, mucho antes que la ciencia, la metafísica, la filosofía y la escritura. La sustancia heredada de la ficción por la literatura es la reorganización de símbolos. Esto nos aproxima al mundo mítico y a los arquetipos.

-Pero, en origen, el mito tiene algo de religioso.

-Sí, no soy escritor místico, pero reconozco que el arquetipo religioso ayuda a vivir. Yo no creo en esoterismos, cuanto en lo mítico como sustancia de la especie humana. Los mitos religiosos no reconcilian a la persona con su condición mortal, sino que la llevan a un más allá desconocido. El mundo mítico nace cuando Jasón y los argonautas van en busca del vellocino de oro. Luego, todos buscamos el vellocino.

-Tiene, entre otros, los premios Miguel Delibes, Torrente Ballester, Castilla y León, Salambó y Nacional de la Crítica. ¿Considera su ingreso en la RAE otro premio más que un nombramiento para trabajar con la lengua?

-Que mi voz haya sido estimada de ese modo es el mejor premio que me han otorgado. Es el reconocimiento de un organismo misterioso con el que uno no guarda relación y que, de repente, te invita a hablar de palabras.

-Usted se crió en una casa con buena biblioteca. Los diccionarios y las enciclopedias le brindaron el primer contacto con el mundo de las ideas.

-Mi padre Bonifacio era un abogado republicano, abierto y liberal y le encantaba que sus hijos leyéramos. Yo era el mayor y, durante años, el lector principal. De los libros que me regalaba, conservo bastantes. Le gustaba verme consultar la Universitas y la Espasa. Y cuando le iba conque algún libro estaba en el Índice, él respondía muy serio: ‘Nihil obstat’. Y ya tenía autorización episcopal.

- Luis Mateo Díez, en la contestación a su discurso de ingreso en la Academia, definió a su padre como un hombre de sensibilidad y criterio, “que valoraba ese tesoro de los libros como el mejor legado para sus hijos”; ¿Le aconsejaba?

-Era buen orientador. Me decía: ‘Josemari, de esto te puede interesar tal cosa’. Yo ahora tengo una biblioteca mucho más grande, sin embargo en aquella estaba lo más sustantivo.

-¿Qué contenía esa biblioteca?

-Había muchas obras completas de Aguilar. Estaban los clásicos del siglo Diecinueve, ya fuesen españoles, ingleses, norteamericanos, alemanes o franceses. Víctor Hugo y Voltaire, completos. Había mucha poesía, una colección de Premios Nobel, la Summa Artis y ejemplares de Ciencias Naturales, Historia y Geografía que todavía conservo.

-Parece grande.

-No lo era, pero sí rica en elementos estimulantes, selecta.

-Hablando de palabras. Usted ha dicho que mantiene con ellas “una relación adictiva” y hasta de “vicio”. ¡Parece que hablara de bajas pasiones!

-(ríe) ¡Como si uno no pudiera ser vicioso de cosas nobles! No, no lo considero baja pasión, sino alta. Las palabras me encantan desde niño. El otro día una amiga argentina me felicitaba las Pascuas con una que nunca había escuchado. ¡Vaya regalo! La apunté para profundizar sobre ella. Las palabras son uno de los vicios más sanos que se pueden tener.

-Sabino Ordás sostiene que la lengua no necesita tutores: ‘Si goza de buena salud, ella sola se desarrolla y florece. Si está anémica y enferma, ningún médico podrá devolverle la vitalidad. Sin la academia, el mundo anglosajón sostiene un lenguaje en permanente renovación; con academia, el castellano peninsular se empobrece cada día más’[2]. Yo creo que debe lanzar una defensa sobre la Real Academia, ya que la mora.

-Don Sabino es terrible –sonríe-, ¡pero opinamos igual!: la Academia es como Icona, se dedica a estudiar el estado de la cuestión. Acaba de salir una Gramática ejemplar al respecto que intenta incluir el español sin acotaciones.

-¿No es, en alguna ocasión, poco rígida?

-Es que si los hablantes empobrecen el idioma, no hay nada que hacer. Felizmente, el español tiene a América. El tronco de las estructuras del idioma se mantiene gracias a los americanos. Nosotros somos el diez por ciento de los hablantes.

-No obstante, si atendemos al creciente número de países donde se estudia, posee buena salud.

-Sí, a diferencia del francés, que se ha venido abajo. La Francophonie ha desaparecido y, con ella, la ortografía, las composiciones y casi la fonética. En nuestro caso, intentamos evitarlo gracias a la actuación coordinada de las academias, que es positiva no para ahormar el idioma –porque no tiene fuerza-, sino para crear una conciencia de lengua común. Ahora, repito, si la gente joven habla cada vez peor y utiliza menos registro lingüístico y los medios de comunicación empobrecen su discurso, a la larga, haga lo que haga la Academia, el español tendrá deficientes condiciones de mantenimiento.

-¿Esa escasa fuerza que mienta es por la que sanciona vulgarismos –se acaba de aceptar sofases como plural de sofá-?

-Sí, hay algunos plurales -como jabalíes- tolerantes -con jabalís-. Yo no lo sería. Pero la Academia no tiene más remedio que asumir el lenguaje popular. A mí me horroriza móvil con sentido de celular. Durante años se logró imponer balompié, la gente volvió a fútbol y hubo que reincorporarla al flujo lingüístico. Es el caso de matrimonio: no responde a la semántica original, pero hay que asumir el significado de la calle.

-Su tesis de que el homo sapiens empieza a ser porque comienza a interpretar es un tanto revolucionaria.

-He leído a multitud de lingüistas y siempre van por el mundo del lenguaje, no por el de la ficción. Mi teoría es que lenguaje y capacidad de comunicación tenemos todos los seres vivos, empezando por los virus y las bacterias. No hay más que ver a las hormigas, las flores o los delfines. Los gatos, por ejemplo, están transmitiendo continuamente información: poseer lenguaje no nos diferencia. El hecho raro, no sé si patológico, es que nosotros utilizamos el lenguaje para organizar ficciones. Está en nuestra naturaleza. El Neanderthal tenía lenguaje y sabía fabricar herramientas igual que los antropoides y algunas aves –el uso de la herramienta no es algo específicamente humano-. Lo innovador es que nuestra especie utiliza el lenguaje, a diferencia de los delfines –que, además, son sofisticados-, para organizar esas ficciones y, a través de ellas, contar el mundo.

-O sea: por encima de la voz y de la palabra, la ficción.

-Exacto. Publiqué un artículo[3] en el que digo que si Linneo nos volviese a clasificar no nos llamaría Homo sapiens, sino Homo narrans. Somos la especie que cuenta historias.

-Usted constata el declive del cuento[4], después de que, en el primer tercio del Veinte, no quedara periódico o revista sin uno por número. ¿A qué se debe? ¿Es culpa del gusto cambiante de los lectores?, ¿de la simple moda literaria?, ¿del concepto comercial del periodismo de hoy?

-Llegó el cine. Trastocó el formato del divertimiento masivo, exactamente igual que ahora pasa con la televisión y, no digamos, con los videojuegos. Lo curioso es que, a pesar de que en los últimos años, el lector común –no me gusta decir vulgar- prefiere el best seller, el cuento ha renacido entre los autores y con un nivel sorprendente[5].

-¿El cuento es, como se dice, capaz de requerir más trabajo que una novela?

-Requiere más trabajo, pero menos tiempo. La novela es una exploración en terreno selvático: vas con un machete y sabes que, a dos kilómetros, hay una casita donde vive Fulano, que tiene un primo enamorado de una señora que vive en otra casita. No sabes más. Y empiezas a descubrir sendas. Al final, la casa no es la que esperabas y el primo no vive donde creías… El cuento es al revés: una iluminación. Has de tener la idea desde el principio. Empezar un cuento sin saber adónde vas es imposible.

-¿Empieza las novelas a ciegas?

-No, pero se puede. Lo común es querer ir a un sitio y acabar en otro. De vez en cuando me ocurre y no me sorprende. Frente a esto, la dificultad del cuento es saber dónde quieres ir y lograr llegar. Ah, y depurarlo constantemente.

-¿Nunca le ha sucedido, al contrario, empezar un cuento y ver que la historia se ensancha?

-Es gracioso, me está sucedido últimamente. Escribo mini cuentos, los miro y me digo: ‘Merino, esto no es un mini cuento. Te está pidiendo más páginas’. Me dice que lo deje respirar. Hay cuentos que me han estado engañando durante años. Verlo es cuestión de oficio.

-¿Habla con sus creaciones?

-Sí, miro al bicho y escucho. Es exactamente lo que me pasó con El lugar sin culpa, el típico cuento guardado en un cajón. No lo saqué hasta descubrir qué me pedía. Nació como cuento, luego me dijo que era una novela enorme y, finalmente, resultó de menos de doscientas páginas.

-El lugar sin culpa transcurre en una isla que define como “arquetipo de la naturaleza que no puede conocer la angustia, ni la nostalgia, ni ninguna forma de desasosiego”. No lo he visto referido en ningún lugar, pero para mí El lugar sin culpa viene a ser una utopía, un género poquísimo frecuentado. Encaja por lo filosófico -por la propuesta identitaria y de organización social- y por lo que tiene de no-lugar, atendiendo a la etimología eu-topos. ¿Lo tenía previsto?, ¿contempla la opción?

-Pues en realidad, sí,… es una utopía… Por partes -para explicar la propuesta-: yo soy conservacionista y reputo que el calentamiento global agrava las injusticias básicas de nuestro mundo. La reunión de Copenhague[6] es una demostración de que no somos naturaleza. ¿Problema de nuestros políticos? No lo sé. Pero nosotros no somos naturaleza. Es más, somos su gran enemigo. Sufrimos, pensamos y soñamos, pero somos un elemento enemistado con la naturaleza.

-No obstante, la necesitamos.

-La necesitamos para sobrevivir porque, aunque no la seamos, estamos compuestos de ella. ¿Cómo vamos a resolver la contradicción? Es utópico pensar en un mundo de vida armónica. Incluso, ¿por qué no van a tener los chinos derecho a decir: ‘Ustedes, europeos, están muy bien; ¿ahora nosotros tenemos que hacer el doble de esfuerzo para desarrollarnos sin contaminar?’. Evidentemente, no somos naturaleza. Eso como introducción. Respondiendo directamente: no lo había pensado, pero, evidentemente, es una utopía. El lugar sin culpa, en el fondo, es un mundo de realización perfecta e imposible donde el ser humano no sufre y no recuerda.

-Como Moro o Campanella, usted también se sirve de una isla. Es decir, cumple también el componente espacial.

-Sí, sí, para crear el entorno perfecto sin contaminación. Aunque, ojo: ni siquiera la doctora Gracia se encuentra a gusto dentro y tiene que volver a civilizarse. Los seres humanos tenemos sentimientos, memoria e intereses, o sea: redes que impiden la utopía.

-La isla es el arquetipo mencionado -un sitio equilibrado donde las lagartijas no temen a las personas, un refugio-, pero también roza la liviandad, la desmemoria, el abandono. ¿Podría interpretarse el presumible estado de perfección como arma de doble filo?

-Qué duda cabe. Al fin y al cabo, el retiro le permite a la doctora Gracia humanizarse, conocerse y valorar el compromiso. Pero… huir de la realidad… no sirve para nada. El estado magnífico en el que se encuentra es tan anormal como estar sometida a la presión de la vida diaria y a la angustia de los que la rodean. El aislamiento deja una herida en la memoria.

-En el extremo de esa desmemoria estaría el delirio senil de la madre insultando a la doctora –“Mala puta”, entre otras befas-. ¿Es la senilidad otro lugar sin culpa?

-Efectivamente, el alzheimer es un lugar tremendamente inocente. ¿Podemos juzgar a un imbécil que trabajó en Auschwitz? Desgraciadamente, no. La propia vida le ha quitado la culpabilidad. Esta inocencia no tiene que ver con la de la infancia, que es jubilosa hacia el futuro. La vejez es la inocencia triste y dolorosa, la inocencia del final, de la desintegración.

-He leído que, con esta novela, abre una trilogía sobre espacios naturales, pero luego ya no si La sima es la segunda parte.

-Iba a serlo. No lo es y estoy atascado gravemente. He hecho viajes y tomado notas [muestra una libreta pequeña de anillas con cuatro o cinco páginas escritas y dibujadas], pero necesito más tiempo.

 

La sima, su última novela, tiene la Guerra Civil de fondo. No parece sorpresivo, pero sí los hechos que la motivaron. El volumen es producto de su desazón como ciudadano a la vista de la obstrucción del Partido Popular después de los atentados del 11-M -“Una crispación, a estas alturas de la democracia, inaceptable”-. En realidad las convulsiones vienen de antiguo. A lo largo del Veinte se tiñó el mapa de sangre y no digamos durante la Reconquista. Merino atisba “un comportamiento  irreconciliable en nuestros políticos”. Gustavo Martín Garzo escribió una tribuna, a propósito[7], en la que decía que la República “pudo ser el comienzo un país distinto, tolerante y amable”. Sin embargo, acaba compartiendo con el protagonista de La sima que nuestra historia “es una sucesión ruidosa de desencuentros y turbios ajustes de cuentas: pura memoria del rencor”. La portada del libro reproduce una foto de Agustí Centelles titulada Juego de niños[8]. En ella unos muchachos simulan un fusilamiento con palos y escobas. Es una metáfora que, al revés de lo habitual, viene del pasado al presente. Al autor le intranquiliza el radicalismo. Entiende ese camino no trata tanto de ideas políticas, cuanto de comportamientos y sentimientos. “Me preocupa la mala uva de los españoles”.

-El otro día uno de la oposición le dijo a su contrincante: ‘Usted lo que quiere es recogerme con una furgoneta y pasearme’. ¡Caramba!, en el año 2009 no debería caber ese lenguaje político. Sin renunciar a las ideas, debería haber cierto espíritu de concordia. La República, sí, replanteó la Historia de modo reformista y optimista. Garzo tiene razón al hablar de ella como un horizonte extraordinario, pero lo sorprendente es que, en ella, sólo creían los republicanos. Al final fueron los movimientos totalitarios de raíz fascista los que la derrocaron, pero la República había sido desbordada desde el primer momento por radicalismos. Es una pena: vivió acosada por un lado y por otro. Por lo que respecta a la actualidad, sólo espero que nuestros políticos reflexionen y rebajen el tono dialéctico. No creo que vuelvan enfrentamientos como aquéllos.

 

El tiempo pasa. En la calle, oculto en eso que llaman Navidad. Por su casa no veo ningún belén, a pesar de que, en Los cuadernos azules, confiesa que su madre los ponía con fervor. Las costumbres cambian. Somos tiempo. En sus libros, practica con él una curiosa taxidermia. Hay una metafísica delimitada que une El lugar sin culpa a La sima. En ésta se lee: ‘Todo lo que existe está hecho de tiempo, desde las galaxias hasta las castañas, es sólo el ritmo lo que cambia’. En otro punto: ‘Los únicos que sufrimos de verdad el tiempo somos nosotros (…) La Tierra no tiene nada que ver con el tiempo como mero accidente biológico’. Más adelante: ‘Sólo soy tiempo no geológico, no cósmico, y por eso algo tan efímero como si ya hubiese ocurrido’. En El lugar sin culpa el ser humano vuelve a ser tiempo frente a la isla, que prevalece. Dice: ‘Este espacio sólo tiene pequeñas memorias de lo concreto’. Más explícitamente: ‘De la rabia de saberse tiempo sale toda la furia, el odio es tiempo, el hambre es tiempo, el ser humano concibe el infinito en forma de tiempo que transcurre sin concluir, como el infierno para nosotros es tiempo, tiempo de sufrimiento que no se agota, somos incapaces de imaginarnos fuera del tiempo (…) Doscientos años son para la isla igual que doscientos siglos’. Pronunció Antonio Machado: “Los que buscamos en la metafísica una cura de eternidad, de actividad lógica al margen del tiempo, nos vamos a encontrar definitivamente cercados por el tiempo”. Merino sabe, como el autor de Soledades, que al poeta no le es dado pensar fuera del tiempo. Piensa que este concepto, tiempo, está más presente en la última parte de su obra porque ahora se le escurre más rápido. Transcribe su mirada limpia y su estilo preciso en islarios convertidos en obra atemporal.

 

-Cuando se plantea metafísicamente el mundo, es posible que existan a la vez el tiempo y el no tiempo. Como dijo el filósofo: ¿por qué existe el no ser y no la nada? Yo creo que son términos antitéticos. Igual que las personas o somos tiempo o somos no tiempo. Todo lo que nos rodea lo es, pero, ¿sería posible que una computadora dijera cuánto llevamos en la Tierra?... Prácticamente no existimos en el tiempo del cosmos. Las montañas están formándose, pero, para nosotros, es imperceptible. Su ritmo no tiene que ver con el nuestro. Cuanto nos rodea es eternidad e infinitud frente a nuestra fugacidad. Deberíamos pensar, alternativamente a la religión, que somos efímeros y morimos. Los pensadores antiguos ya se preguntaban a qué conduce tanta pasión, tanto dolor, tanta furia. Tenemos la maldición de olvidar nuestra esencia. ¿Por qué no sacamos, de lo efímero, la felicidad de la especie?, ¿por qué no, del mundo, un lugar confortable? Pienso en ello porque estoy en eso que llaman Tercera Edad. ¡Si lo pone hasta en mi carnet de metro!

-A pesar de lo frágiles que somos, hemos conseguido injerir en la todopoderosa naturaleza. En los últimos cincuenta años el hombre ha destruido más Medio que en los miles anteriores.

-Claro, porque somos naturaleza consciente incapaz de lo positivo. Como señalan las novelas fantásticas, tan precursoras, acabaremos constituidos por una parte importante de maquinaria. Stephen Hawking dice: “El ser humano tiene futuro fuera del planeta Tierra”. ¡Él, como la ciencia, es optimista! Pero la inteligencia nos convierte en dañinos. Falta armonía. Vuelvo a la reunión de estos días en Copenhague: es casi un cuento, su significado es simbólico. Bien, pues nuestra inteligencia puede acabar hasta con la Especie.

-Otro paralelismo: los zanjones y los enterramientos. ‘Los cuerpos humanos somos al fin y al cabo un depósito de minerales, de elementos que la tierra reutiliza sin asco ni respeto, con la naturalidad del jardinero que prepara el compost con los restos orgánicos para abonar luego sus plantas’ -El lugar sin culpa-. En La sima esto es trágico porque hay una Guerra Civil de por medio, pero el componente orgánico de la persona y su destino bajo tierra están igualmente presentes.

-Pues tampoco lo había pensado, pero sí. Hay paralelismos indiscutibles... En La sima he debido de profundizar inconscientemente en los aspectos fundamentales de El lugar sin culpa. Pero es que la trilogía quiere ir por ahí: por la naturaleza y sus espacios. Y la tierra es uno. La segunda ha de transcurrir en un río. Quiero resaltar el agua como el valor cada vez más preciado de un planeta con el que no sabemos relacionarnos.

-La sima, como elemento físico y simbólico está presente desde el Inicio.

-La historia del homo antecessor empieza en una sima, eso está claro. Pero lo que me interesa apuntar es que el mundo sigue lleno de simas, de enormes cuevas donde se arrojan cuerpos. Yo he tenido siempre la idea de que la materia se transforma, no se destruye; la noción de que somos materia orgánica en continua renovación. Cuando se hayan recuperado los cuerpos de toda los desdichados ajusticiados por el franquismo y no queden ni sus nietos, ni sus tataranietos, ni sus choznos, todo habrá vuelto al humus originario y, con él, se harán vasijas y fertilizantes para los tomates.

-¿Por qué la montaña?

-Yo quería situar la novela en la montaña occidental de León, concretamente, que es la que más me gusta y a la que más voy -por supuesto, en verano-. Desde la cordillera norte las cumbres son abruptas, pero las meridionales tienen tono humano.

-Entiendo que visita pueblos y también sube montañas.

-Sí, hago excursiones. Me gusta ir andando, ascendiendo suavemente, y darme cuenta de que no necesito ser escalador ni tener cuerdas para llegar arriba. Por el camino te puedes encontrar hayedos, bosques de tejos, de todo.

-¿Qué se cruzó, entonces, entre su plan y el resultado?

-El problema de las guerras. Yo quería hablar de alguien que se retiraba a escribir una tesis. Y quería mezclar el proyecto de esa persona, relacionado con la Historia, con el medio natural. Deseaba trabajar en la misma línea que en El lugar sin culpa. Pero se me cruzaron la Guerra Civil y la Memoria Histórica, por una parte, y la reacción de la oposición conservadora a raíz del 11-M, por otra. Pasó de ser una novela sobre naturaleza a sobre Historia. También iba a ser corta y se fue a las cuatrocientas y pico páginas. No puedo incluirla en los espacios naturales me ponga como me ponga.

-¿Cómo hacer ver que la Memoria Histórica busca justicia y no reabrir heridas?

-Es sencillo: que los seres deban estar bien enterrados no responde a un derecho, sino a un Mandamiento. Por lo que, si la persona, encima, es creyente, deberá entenderlo mejor. Es la sepultura de los muertos. La Memoria Histórica pertenece a lo humanitario y a lo religioso.

-¿En qué varía esta guerra de las anteriores?

-Todas son terribles. La desdicha de ésta fue que ganaron los que nunca habían ganado. Las guerras siempre fueron sanguinarias, pero, carlistas y liberales, después, amnistiaban y dejaban una posguerra pacífica. Ganara quien ganara. En este caso los que ganaron siguieron machacando a la gente durante cuarenta años. No hubo en ellos un ápice de reconciliación.

-¿Cómo sería su reconciliación ideal?

-Pues, aunque sea romántico y sin sentido, me gustaría que llegaran los dos bloques al Parlamento y se dijeran: ‘Nosotros somos los hijos o los nietos de los Rojos’; ‘Nosotros somos los hijos o los nietos de los Nacionales’. Que se abrazaran para escenificar, de una vez, que aquello acabó.

 

Distingue mejor la venganza en El conde de Montecristo –Dumas- y en La mansión –Faulkner- que en cualquier otro sitio de la vida y reconoce que, a veces, le ponen en aprietos si le preguntan por significados a bocajarro -“Desde que soy académico todo el mundo piensa que llevo el diccionario en la cabeza”-. Por tocar palos, ha tocado hasta el cómic[9]. Según observa, la comprensión “no proviene de un proceso racionalizador, sino de una forma alucinatoria”. Al mismo tiempo que opina que la ficción de calidad “mantiene un radical compromiso con su tiempo”, establece una analogía acuática entre la ciencia ficción y el comunismo de Estado por lo que ambos tienen de utopía racional.

Vive entre el trabajo y la familia. Su mujer es catedrática de Contabilidad en la Universidad Complutense; una hija, profesora de Derecho Constitucional; y otra, poeta, ahora en Estados Unidos enseñando Escritura Creativa.

 

Los propios parajes de extrañeza que escoge como temas de sus novelas conforman una poética tendente a la utopía de la que no se separa. Con resonancias de Cuentos del reino secreto y El centro del aire, escribe El heredero, donde excava en la identidad. Es una de sus obras más ambiciosas, pero sin trascendencia comercial –“Estoy perfectamente fuera de ese mundo”-. Sólo de El oro de los sueños, novela entre histórica y de aventuras que lleva cincuenta ediciones, se puede decir que haya vendido.

-La identidad ha sido siempre para mí un tema querido. El ser humano no está hecho de una pieza: se compone de lo que es y de lo que cambia. Tanto de los elementos originarios más puros como de los impuros y mestizos.

-¿Qué pinta la globalización en la identidad?

-Una paradoja, pues, a pesar de que somos globales, hay gente que reivindica la lengua de su comarca, que la reinventa incluso frente a la de sus antepasados. Y luego va a un McDonalds a cenar o pide una pizza por teléfono, al igual que miles de personas al mismo tiempo en todo el mundo, en diversas lenguas. ‘Entonces, ¿usted a qué llama identidad?’. Habría que decirle a la gente: ‘Oiga, sea usted un poco de todos los sitios, no sea tan-tan-tan identitario’. ¡No se puede volver a útero materno!, es imposible.

-En esa novela, El heredero, el caos aparece supeditado a la ficción. ¿Hace falta leer para encauzar la realidad dentro de un orden en la vida?

-Creo que sí. Aun aquella sociedad poco lectora, sigue empapada de literatura. El comportamiento humano, en su circulación normal, sea cual sea, ha sido acuñado por la literatura. Si somos traidores, leales o nos enamoramos, sabemos qué significa por la información inconsciente que nuestra sociedad lleva después de haberla acuñado la literatura. Si no existiera la literatura sería complicado entender la realidad.

 

Las ideas del cambio y del útero, antes aludidas, están expresadas, de otra manera, en la poesía de José María Merino. En Cumpleaños lejos de casa escribió, para la edición de mil novecientos ochenta y siete, que no pudo conjurar una sensación de extrañeza, como si él no fuera ya quien escribió los poemas, lo cual recuerda lo escrito por Auden a propósito del ser y la escritura: “Lo que todo cambia y siempre permanece, lo que soy, el rostro que busqué y el que encuentro en cada uno de mis momentos, el que se transforma pasado mañana sin perder mis rasgos, sin dejar de ser yo”.

-¿Se puede sustraer la identidad del cambio?

-No. Y como muestra, escribí un poema en homenaje a Frankenstein[10], un ser fabricado con retales de otros.

-Y hay que reconocerse en lo ajeno.

-Por supuesto. La brutalidad identitaria llega cuando no nos reconciliamos con las partes de las que estamos hechos.

-‘La identidad ya sólo existe en las ensoñaciones de los ayatolas, de los aberchales, de gente así. Aunque parezcan irreductibles, son puras figuraciones, delirios. Realmente ya no hay nada que mantenga el alma igual, día tras día. Desgraciadamente ya no está loco quien cambia sino quien es capaz de incorporarse a la última mutación de todo.  De ahí la imposibilidad de la memoria’[11]. Sin embargo, frente al alzheimer del que hablábamos antes, y que nos deshabita por dentro, la memoria es un apoyo fundamental para la existencia.

-Claro, nos salva de la imbecilidad…

-… Pero usted dice: “La imposibilidad de la memoria”.

-Hay que entenderlo, es un cuento metafórico sobre radicales que han perdido las creencias. Al extraviar la memoria, nos borramos. En literatura, dos más dos no son cuatro y no debemos aproximarnos a la remembranza desde una mentalidad exclusivamente científica. He hablado de la identidad de muchas formas y, algunas veces, contradictoriamente. Es normal después de una vida escribiendo.

-Por último, ¿qué pasó con la poesía?

-Eso digo yo: ‘¡Qué le pasó a la poesía conmigo!’… Yo creo que, cuando Luis Mateo Díez, Agustín Delgado y yo escribimos Parnasillo provincial de poetas apócrifos, a Luis Mateo y a mí la poesía nos dijo adiós: ‘No me habéis tomado en serio, ya nunca más os miraré a la cara’. Yo creo que fue así.

-No la debe de echar de menos, a juzgar por su prosa.

-¡Cómo no la voy a echar de menos…! Mucho… Lo que pasa es que creo que simplemente soy un narrador. En realidad, casi todos mis poemas, releídos, son relatos. Derivé naturalmente a la narrativa porque, aunque la poesía me enseñó, lo mío no era la lírica.

-Escribió: ‘Pero sólo en la ruta de mi destino / mejor el planto que el rebuzno. / Mejor sentir que en la hoguera de algún verso / se quemará mi sangre cualquier día’.

-Es un homenaje a un tango. Date cuenta de que soy un admirador de la literatura popular, no sólo oral. Me gustan los tangos, los boleros, los corridos, las rancheras, la copla,… ¡Hay letras y músicas preciosas! No sabría vivir sin mis discos. Ese poema al que te refieres es el último: en la hoguera de algún verso, se quemó mi sangre y no volví a escribir poesía nunca más.

 

Don Cándido -personaje- dispone que la escritura “es un modo de materializar el pensamiento, pues el puro pensamiento es evanescente”. El pensamiento es humo y la escritura, materia. Vale. Pero no sólo la palabra escrita. También la pronunciada. Lo demuestran, pasadas al papel, las respuestas de José María Merino, llenas de arena y mar, esto es, de isla.

 

 

 

 



[1] Introducción a Cien títulos, de Juan Cruz Martínez

[2]  Capítulo Inutilidad de la academia, página 101 de Las cenizas del Fénix, editorial Calambur.

[3] Revista Ficción Continua.

[4] Antología Los mejores relatos españoles del siglo XX, seleccionada, prologada y anotada por José María Merino.

[5] Artículo titulado David y Goliat para la revista Mercurio

[6] Celebrada a mediados de diciembre de 2009 para afrontar el Cambio Climático.

[7] La hermosa charla, El País, 19 de diciembre de 2009

[8] En fechas precedentes a la entrevista salta la noticia de que esa foto de Centelles, el Robert Capa español, ha sido adquirida por el Ministerio de Cultura y la depositará en Salamanca junto al resto de su legado.

[9] El mar dulce, junto a M. A. Nieto. Planeta Agostini.

[10] En Cumpleaños lejos de casa, Seix Barral.

[11] El viajero perdido, Alfaguara.