Aquella noche,
desde la parte alta de la ciudad,
entre besos furtivos y cazadores de pubis,
vimos cómo se producía la avería.
Poco a poco
todas las luces de barrio
y las luciérnagas de la Romareda,
todas, poco a poco,
como velas sopladas
por un niño delicado el día de su cumpleaños,
todas, poco a poco,
se fueron marchando.
Y pararon los sexos
y las palabras melosas,
y todos,
sin luz eléctrica,
vimos –fuera parches-
todas las estrellas mostrando a la vez
el mentiroso color nocturno
de un cielo que ya no era el nuestro.