El escritor holandés Cees Nooteboom se encuentra en el Frick Museum de Nueva York delante de "La lección de música interrumpida", de Vermeer. Dice sentirse como un mirón al tiempo que le embarga cierto sentimiento "nacional", algo que, bien pensado, concluye, le parece ridículo. El pudor ante la escena predomina. Es un extraño, y lo sabe. En plena observación cae en la cuenta de que le ocurre lo mismo cuando se planta delante de un cuadro de Edward Hopper: ese saberse mirón en un lugar, una escena, en las que no debería tener cabida. Al tiempo, el escritor, narrador en primera persona, observa y apunta todo cuanto acontece a su alrededor. Una compatriota atractiva que observa, como él, el vermeer. Le gustaría abordarla, pero no se atreve. Éste es, en resumen, el primero de los relatos que en torno a la pintura ha escrito Cees Nooteboom. Unos relatos en los que, además de propiciar el ensayo como eventual crítico o historiador del arte, hay la narración, el relato literario del contexto en que aquél tiene lugar.

 

Porque Nooteboom no tiene la intención de darnos lección de arte alguna (lo cual, dicho sea de paso, no quiere decir que no vayamos a aprender aspectos interesantes de algunos episodios de la pintura de los últimos cinco o seis siglos). Nos ofrece, como hemos apuntado, sus reflexiones de hombre culto y curioso por las cosas. Su particular mirada. Se reconoce, así es, como un "amante de la observación". En otro de los capítulos de este libro nos cuenta que, después de un largo viaje, llega a Amsterdam y casualmente acaba entrando en una exposición de grabados de Tiépolo, del que poco o muy poco conoce. Dice incluso sentirse atraído por los títulos de los grabados más que por el contenido de éstos. Son las suyas unas observaciones inteligentes. Y cuando, como el maestro de obras del Románico, que trabaja con el método del ensayo y error, se equivoca, rectifica y llega hasta su objetivo. "Eso de percibir mal las cosas cuando las miras por primera vez tiene su lado bueno, aunque sólo sea por el hecho de que luego las ves mejor".

 

Su mirada sobre las cosas tiene, pues, su base. Una base culta, de múltiples referencias. De otro lado, sus descripciones, a menudo bellísimas, complementan el discurso a veces difuso con que a veces se nos despacha (por cierto, no menos que algunos historiadores del arte, cuyas empalagosas descripciones con frecuencia resultan indigestas). Cuando habla de Florencia (y nos saca a colación ni más ni menos que a Claude-Gilbert Dubois, especialista en manierismo) para enunciar una de sus teorías (o Florencia como "speculum historiae" de época que se reflejan las unas en las otras), dice cosas como ésta: "El sol se ha adentrado geométricamente en la Piazza della Santa Annunziata". En momentos como éste resplandece el valor literario de la obra. Que no es poco. La literatura, a menudo, ayuda a iluminar aspectos poco o nada conocidos de la historia. A Nooteboom le divierte imaginar de qué manera llegó Leonardo a Milán. Por ejemplo.

 

Otro de los momentos culminantes de este pequeño libro es el capítulo que Cees Nooteboom le dedica al pintor Caspar David Friedrich. En éste nos cuenta cómo a través de László Földényi -del que, nos dice, había apreciado mucho con anterioridad su "Tratado sobre la melancolía", en el que se tratan de igual manera temas pictóricos- intenta introducirse con otra de sus obras -dedicada al pintor- en el mundo cerrado, abierto sin embargo a interpretaciones, de Friedrich. La imposibilidad de retratar a Dios, a un Dios que ha abandonado el mundo, da pie al escritor holandés para cavilar sobre este aspecto de su pintura. Un lado oscuro que, como la pintura de Edward Hopper, representa el otro lado, el polo contrario, de uno de los temas principales de la pintura, y, también, de las interpretaciones de Nooteboom: la luz.

 

La pintura de Edward Hopper le sugiere "angustia, silencio, una gran melancolía". Y sin embargo, como a tantos y tantos espectadores de su obra, le fascina. En estos hallazgos en apariencia nimios es donde el lector siente como suya la escritura de Nooteboom (algo sin duda mucho menos frecuente cuando leemos a los historiadores o a los críticos de arte; raro es el caso: si acaso Duby, Gombrich...). De ahí el interés, menos académico cuanto literario, es cierto, que estos escritos sobre la pintura tienen. Es más probable que uno recuerde con el paso del tiempo la descripción que Nooteboom hace de las calles de Leiden que vieron crecer a Rembrandt y sus primeros autorretratos que la de cualquier avispado especialista falto de chispa e ingenio literarios. Su lectura, pues, resulta amén de fructífera, gratificante, y de un rigor muy personal.- RAFA MARTINEZ.

 

 

Cees Nooteboom , El enigma de la luz. Un viaje en el arte, traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal, Madrid, Siruela, 2007