Aunque el siglo XX haya sido muy fértil en sus reflexiones sobre el lenguaje, no resulta fácil encontrar experiencias como la de Clarice Lispector. La escritora brasileña se adentró en los parajes mudos, buscó lo que alienta bajo el manto del silencio. Allí se asientan praderas y praderas de seres y sentimientos nunca mencionados, e imposibles de nombrar, no porque no existan, sino porque las palabras son incapaces de orientarse en ese flujo de vida, de latidos y presencias que no se dejan atrapar por el lenguaje. La palabra ha de actuar como anzuelo para atrapar lo no dicho y, tal vez así, tampoco lo consiga, y sólo pueda obtener un rumor, un aroma, un vago presentimiento. Pocos escritores han luchado tan duramente con el lenguaje como lo hizo Clarice Lispector y quizá uno de sus logros, una de sus obras más herméticas, pese a lo trasparente de su léxico y de sus imágenes, sea justamente Agua viva.

El libro se publicó en 1973, pero lo que el lector tiene en sus manos es apenas un resumen de una obra que triplicaba el número de páginas, cuya redacción llevó a su autora varios años y que recibió, a lo largo de ese periodo, distintos títulos como “Detrás del pensamiento: monólogo con la vida” u “Objeto gritante”. Sólo tras una exhaustiva reducción el libro terminó denominándose Agua viva con el doble significado de “manantial” y “medusa”, pues recibe ese nombre en Brasil un tipo de celentéreos trasparentes que abundan en sus playas. La obra no tiene la denominación de “novela”, sino de “ficción”, tal vez porque su autora no consiguió darle la coherencia que consideraba necesaria para ese género literario. Así, pues, estamos ante un libro u obra de ficción, que no alcanza el rango de novela y que describe el día a día, los apuntes, de una artista plástica que podría ser la propia Clarice Lispector. Es sabido que, en aquellos años, la escritora brasileña se interesó por la pintura y la fotografía. De hecho, se han catalogado un total de veintidós obras, la mayoría en técnica mixta sobre madera, de las cuales dieciséis están fechadas en 1975 y una en 1976. Las restantes son, sin duda, anteriores.

Sin embargo, el tema de Agua viva es la vida, el instante, o la instantánea, pues también estamos hablando de fotografía. Pero es además un libro musical con su melodía de fonemas y palabras, donde también suena el silencio o, al menos, éste deba ser escuchado.

Se trata, por tanto, de las anotaciones de una mujer que se sirve de todos los lenguajes artísticos para expresar lo que denomina lo “it”, lo neutro que constituye el núcleo del ser, lo anónimo que habita en la vida, ya que, semejante a una corriente imparable, ésta circula confundiendo las aguas y puede desembocar tanto en la muerte como en la divinidad. El libro es también un pequeño tratado metafísico, un conjunto de aforismos, de visiones nocturnas, de clarividencias de una escritora que, en todo momento, quiere transcenderse a sí misma, alcanzar un estadio en el que los lenguajes pierdan su sentido o, tal vez, lo tengan justamente en su total acabamiento.

Agua viva murmura como una fuente, pero no parece tener huesos ni nervios, como una medusa, que nos atrapara para absorbernos poco a poco. Es un libro para leer y releer en un continuo que nunca acaba y que tampoco tiene un principio. Es cierto que muchos de los párrafos que se incluyen en él fueron escritos a vuela pluma y publicados en la columna que la escritora tenía en el Jornal do Brasil en el que colaboró entre 1967 y 1973. Aquellos textos fueron luego incorporados a sus libros Agua viva y Un aprendizaje o El libro de los placeres como también a cuentos y relatos de esos años. Se entiende así la aparente inconexión de los fragmentos que no siguen un hilo narrativo, pero que tienen un denominador común, un pathos, que son esas reflexiones de una escritora, artista plástica y compositora mental, que está angustiada por la soledad y el abandono, obsesionada por una divinidad ausente a la que continuamente apela, desasosegada por el significado de la vida y por su propia identidad. ¿Quién habla en este escrito? ¿Quién es ella, la que nunca se nombra a sí misma, que se dirige al lector como a un amigo, con un “te”, que en portugués implica un importante grado de complicidad? Todo hace pensar que se trata de la escritora, autora del libro, que, en este caso, no necesita enmascarase bajo unas siglas como en La pasión según GH u otros nombres como Macabea o Ángela, protagonistas de sus novelas La hora de la estrella o Un soplo de vida. Quizás por esta falta de simulación, por este hablar cara a cara con el lector, como lo haría en sus columnas periodísticas, sea por lo que no califique el libro de novela, aunque ¿porqué denominarlo ficción si tiene más que ver con un diario?

Diario o ficción, Agua viva presenta algunos de los textos más sugerentes de la obra clariceana: el catálogo de las flores, por ejemplo, que podría describir su peculiar, y poética, forma de aproximarse a un ser vivo ya sea animal o vegetal. O también la descripción del espejo—su calidad de objeto enmarcado le permite asemejarse a un cuadro—, que se convierte en puro destello, en un “vacío cristalizado”, en el “espacio más hondo que existe”, pues brilla con todos los reflejos, absorbe todas las luces y las imágenes, es el retrato de quien lo mira y vibra como un cuerpo palpitante: Se quita su marco o la línea de su bisel y crece como el agua que se derrama. Es, en consecuencia, agua viva.

Entre las curiosidades que se podrían mencionar acerca del libro están las anotaciones de Clarice en el manuscrito previo con el que trabajó ya sea suprimiendo, reorganizando o añadiendo textos. En éste, que lleva por título “Objeto gritante”, sintetiza en tres frases sus pretensiones: esperar el argumento, escribir sin apremio y abolir la crítica que seca todo. Sabemos que el argumento nunca llegó, o mejor, estaba ya implícito en el original, por lo que no fue necesario inventarse otro. En lo que respecta a las otras dos pautas, al parecer, tampoco fue tan estricta como pretendía. Su biógrafa, Nadia Batella Gotlib, afirma que trabajó en este libro desde 1971 y que, llena de inseguridades, consultó a diversos amigos por la calidad y coherencia de su obra. Finalmente, en 1973, decidió imprimirla. Sin embargo, en el manuscrito mencionado hay una anotación curiosa: “Rever (y volver copiar lo que fuera necesario) cambiándolo a 1974 o 1975, hasta fin de año, diciembre inclusive.” Es decir, que, al formalizarse este original, a comienzos de 1972, Clarice consideraba que tendría que trabajar en el libro por lo menos hasta el 75, que fue justamente el año en el que produjo la mayor cantidad de sus obras pictóricas. Una razón más para testimoniar la actividad interdisciplinar de la escritora brasileña y su necesidad acuciante de expresarse.

Hay que celebrar la reedición de este libro y destacar la espléndida traducción de Elena Losada que, como le caracteriza, es ajustada y meticulosa. Como debe ser.- ANTONIO MAURA.

 

Clarice Lispector, Agua viva, traducción de Elena Losada, Siruela, Madrid, 2014.