Hay mañanas
—generalmente muy frías—
en las que ensaya la esperanza
su arquitectura de promesa,
su apetito de suficiente lejanía.
Así lo siento en esta plaza,
en el perro que persigue palomas
sin intención de atraparlas;
en las luces que a estas horas de luz
siguen encendidas sin necesidad.
Todos actuamos hoy como si esa promesa
pudiera cumplirse, sabiendo que es
su incapacidad lo que hoy nos confirma,
que nuestra renuncia es su tratado.
Será verdaderamente humana la espera
cuando el tiempo pase así,
sobre esta silla de metal helada
como si fuera una piedra
que me protege de un río
y que me ofrece un río.
Tenme en cuenta aquí, Señor,
aunque me niegues el jardín y el huerto,
la lucha contra la mosquita que arruina el tomate.
Tenme presente en la piedad
con que esos críos inician la cuenta atrás,
en los sudores fríos de esta pausa.