A pesar de haber sido rechazado el manuscrito cinco veces por distintas editoriales, alguien apostó por él y hoy El abuelo que saltó por la ventana y se largó es ya una historia que se llevará al cine, dirigida por el actor y cineasta sueco Felix Herngren. Así es como Jonas Jonasson -tras una larga carrera como periodista y consultor para televisión- decidió darle un giro a su vida y hacer lo que de verdad quería hacer: escribir una novela.

Muchas son las sorpresas que nos da Jonasson en esta novela, pero la más impactante es la fuerza y la capacidad de decisión que muestra Allan Karlson, su protagonista, tanto a  los veinte años como a los cien, él siempre fue así. De joven lo tenían por tarado, incluso pasó una temporada hospitalizado y medicado, pero cuando reconquistó la libertad se dijo: “aquí estoy yo, os vais a enterar”. Sin escrúpulos, sin melindros, sin miramientos, Allan, de profesión dinamitero, arrasa por donde pasa, incluso en la casa del lector o la lectora.

Este personaje centenario es el eje central y el verdadero regalo de una historia extremadamente audaz e ingeniosa, capaz de aturdir a más de un lector. Allan es un hombre de un maravilloso sentido común, un anciano sin prejuicios que no está dispuesto a renunciar al placer de vivir, cueste lo que cueste. Quizá por ello el autor, Jonas Jonasson (Växsjö, 1962), no se casa con nadie, no juzga moralmente a sus personajes, al menos a los protagonistas, sino que los expone ante el mundo y el lector, para que ambos decidan y valoren.

Comenta el autor que la novela surgió entre una veintena de historias con un tono humorístico y satírico alrededor de la incomunicación entre los humanos. Hoy, con casi dos millones de ejemplares vendidos -de los cuales más de un millón en Suecia, donde fue Libro del Año y Premio de los Libreros y su gran éxito en otros países- podríamos decir que no son garantía para un lector exigente, sin embargo, en este caso el éxito del libro no es exagerado porque entre otras, tiene la virtud de hacernos reír ante la estupidez y la idiotez del mundo y de las personas.

¿Y de dónde semejante éxito? Pues quizá porque no es una obra densa, con descripciones sublimes, ni momentos poéticos, sino más bien una novela de acción y reacción, de pocos adjetivos y muchos verbos, de diálogos breves e incisivos, una road novel, una obra que se lee suavemente, si no te cuestionas ninguna de las barbaridades y excentricidades que estás leyendo. Sus oportunos toques de humor y el desprecio hacia la vida humana en momentos puntuales son fascinantes, al margen de prejuicios y juicios, tanto como la camaradería y la complicidad entre los miembros del grupo que acaba aunando la figura de Karlsson. Unos personajes estrambóticos que dan conexión a la historia.

El abuelo que saltó por la ventana y se largó  es  un thriller al borde de la muerte con dos historias paralelas. De un lado, la de hoy, la que tiene en vilo al país y a los medios de comunicación, la insólita e increíble historia de Karlsson huyendo por la ventana y liándola gordísima, y de otro, la vida de Karlsson vista en retrospectiva a través de "las miserias de la humanidad" del siglo XX.

Si el título y la portada son, cuando menos, curiosos y surrealistas, no menos estrambótica es la historia de su protagonista, Allan Karlsson, un anciano que el día de su 100 cumpleaños decide escapar de una vida que no va con él y se ve envuelto en mil aventuras, siempre guiado por un despierto sentido común y un escaso temor a la muerte y al crimen. A partir de aquí se van sucediendo una serie de rocambolescas situaciones que nos llevan a conocer a fondo al personaje. Un hombre que toma las cosas tal como se le presentan. El azar, admite el autor, resulta vital en esta novela fluvial en la que Karlsson -además de encontrar en un lío tremendo- tropieza con personajes históricos como Franco, Truman, Churchill, Stalin, Mao Zedong o De Gaulle, tratados desde el histrionismo.

Trepidante relato directo, sin ambages, El abuelo que saltó por la ventana y se largó se construye sobre una rocambolesca huida con robos, muertes, equívocos por doquier y mucho sentido del humor que en 400 páginas trata de las mentiras, del bien, de la soledad y del poco interés por la política y por lo humano. Una mezcla que deja al final cierto amargor porque quizá, como dice el autor,una de las contradicciones de amar a Allan Karlsson, nuestro héroe, es que es un idiota político, una máquina de matar, un hombre sin moral, no es un hombre común. Dejo que sea el lector el que decida si es bueno o malo. No creo que sea una buena persona”.

De hecho, Karlsson es aquel individuo ignorante que parece ser ciertamente el único que sabe disfrutar de la vida con un optimismo innato y encontrar razones para vivir, incluso a los cien años. Es un personaje con entidad propia y de verdad que cuando se escapa del pueblo en un autobús de destino incierto, con una maleta con 50 millones de coronas robada casi por accidente, no imaginamos la riqueza de la historia que nos espera. Y sin embargo, voilà.

Una historia que revisa también aspectos turbios para la memoria colectiva de Suecia, como las castraciones selectivas, lejos. Un aspecto que muchos suecos de hoy no conocen, pero que no fue nada raro en su momento, fruto de un contexto racista. Historias vergonzosas que sucedieron desde la década de los cuarenta hasta la de los ochenta, y que ahora, “una vez conocidas y tras que el Parlamento se haya disculpado con esas personas maltratadas, es el momento de contar la verdad”, considera Jonasson.

El abuelo que saltó por la ventana y se largó es sobre todo un viaje surrealista y un ejercicio de invención admirable. Su argumento, perfectamente hilado, en el que no se escapa detalle a pesar de su complejidad, sorprende constantemente con giros inesperados que dejan al desnudo la estupidez humana, que nos demuestran que las ideas absolutas conllevan miseria y destrucción y que algunas sociedades no aprenden de sus errores. Giros que nos descubren también que la risa es un arma infalible y que está al alcance de todos.

 

Jonas Jonasson, El abuelo que saltó por la ventana y se largó, traducción Sofía Pascual Pape, Barcelona, Salamandra, 2012.