“Cuando volvimos a ver Colonia, lloramos”. Heinrich Böll describía así en uno de sus ensayos[1] la sensación que les sobrecogió a él y a su familia, y seguramente también a la totalidad de aquellos en su misma situación, cuando a finales de 1945 regresaron a una ciudad inexistente, completamente destruida por las bombas, arrasada, desolada. Böll tenía entonces 28 años y era uno de los pocos supervivientes de la devastación del conflicto bélico, aproximadamente unos 400.000, del que había sido uno de los núcleos urbanos más importantes del país. Colonia era su casa, la ciudad en la que había nacido el 21 de diciembre de 1917, y en la que había vivido hasta entonces los años felices de su infancia, la bancarrota de su familia y el terror de la políticas nacionalsocialistas. Tras haberse visto obligado a alistarse en el ejército, ser parte activa de los combates en los frentes del este y el oeste y haber estado incluso en prisión, regresaba ahora a una ciudad de escombros, fantasmagórica, destruida en su práctica totalidad, que habría de vivir los sinsabores de la reconstrucción y de todas las conmociones que experimentaría en su seno la Alemania de posguerra.

            Esta visión de su ciudad natal, unida a todo lo vivido en los años previos, constituyó, no obstante, el factor decisivo que impulsó al futuro Premio Nobel a dedicarse a la literatura con una intensidad que no había logrado desarrollar hasta entonces, debido a lo complejo de su situación vital hasta ese momento. Aun con todo, en su esbozo autobiográfico «Sobre mí mismo», redactado a finales de 1936, Böll había dejado ya claro que lo único que siempre había deseado era escribir, y que lo había intentado desde muy joven, pero no había encontrado el modo de hacerlo ni las palabras para ello hasta mucho tiempo después, precisamente tras la vivencia de tan brutales acontecimientos y, sobre todo, tras la visión de las ruinas: “Yo sabía lo que había pasado […] y no me hice ilusión alguna sobre el momento histórico de 1945. Pero siempre, a pesar de los escombros, la miseria, las dificultades, el hambre y demás, la sensación de ser libre resultó decisiva. Para mí fue un aliciente; entre 1939 y 1945 no escribí una sola línea, solo muchas cartas a mi mujer, a la que luego sería mi mujer, a mis amigos, pero después de 1945 sentí un empuje tremendo […] y empecé rápidamente a escribir” (Literaturmagazin 7,1977).

Su primer gran trabajo en prosa fue una novela con forma de diario titulada Am Rande der Kirche (Al margen de la Iglesia), que Böll redactó durante el verano de 1939, cuando presentía ya la inminencia de la guerra y esperaba ser llamado a filas en cualquier momento. La novela, que nunca llegó a ver la luz al igual que el resto de sus escritos de aquellos años, se caracterizaba por una actitud vehementemente anticlerical y antiburguesa que, con el paso del tiempo, se convertiría en el hilo conductor del conjunto de su producción literaria. Aus der Vorzeit (De los primeros tiempos), un relato muy breve, vio la luz el 3 de mayo de 1947 en el periódico Rheinischer Merkur; Der Zug war pünktlich (El tren llegó puntual), una de sus narraciones más conocidas, no se publicó hasta 1949, aunque Böll la había escrito en el invierno de 1946/47. Aun a pesar de este lento proceso inicial, a estos textos les seguiría una producción ininterrumpida a lo largo de más de cuarenta años, llenos de premios y menciones, en los que la Alemania de posguerra y del posterior milagro económico desempeñó siempre un papel fundamental en un total de más de cien relatos, diez novelas, más de veinte piezas de teatro radiofónico, cinco guiones cinematográficos y dos teatrales, un sinfín de ensayos y, lo que es menos conocido, veinticuatro poemas. Como escritor comprometido que siempre fue, Böll impartió también múltiples conferencias, y publicó un buen número de manifiestos políticos, así como prólogos, epílogos y reseñas de otras tantas obras. En total más de seiscientos textos a los que habría que añadir las versiones cinematográficas que se han realizado de algunas de sus novelas y relatos.

            A pesar de tan ingente producción, así como de las cuatro décadas a través de las que se extiende toda ella, la obra de Böll mantiene siempre un hilo común en el que se engarzan temas y motivos que se desarrollan y varían de múltiples maneras: el amor, la vida en comunidad, lo personal y lo cotidiano, es decir, todo lo que lleva al individuo a un compromiso consigo mismo y con la sociedad, toda una “estética de lo humano”, tal como él mismo la definiría posteriormente en las lecciones de poética impartidas en la Universidad de Frankfurt en 1964. Los sucesos de la vida diaria, las pequeñas cosas que acontecen al individuo en su día a día, fueron siempre para él la base y el único punto de partida para sus escritos, en los que veía imposible una separación entre moral y estética, una concepción definida de entrada por sus fuertes convicciones religiosas. Y ello porque Böll concibió siempre el hecho de describir el momento presente como una obligación que conllevaba a su vez la necesidad de escribir de principio a fin con un trasfondo evidentemente social. De ahí que sus primeros textos, relatos breves al estilo de la short story americana, un género puesto de moda durante los años de la posguerra por escritores como Ernest Hemingway y continuado después en territorio alemán por otros como Wolfgang Borchert, tuvieran como protagonistas a individuos enfrentados a su cotidianeidad, ya fueran soldados en el campo de batalla o ciudadanos en medio de lo que había quedado tras la guerra, en medio de los escombros: “[…] los individuos de los que escribíamos, vivían entre escombros, venían de la guerra, hombres y mujeres heridos de igual manera, también niños”, escribe en su ensayo Zur Verteidigung der Waschküchen (En defensa de los lavaderos, 1952). Böll ve la necesidad de encontrar entre las ruinas dejadas por el Tercer Reich un nuevo comienzo, para lo cual es necesario poner al descubierto todas las dificultades sociales, familiares y, sobre todo, las secuelas psíquicas que ha dejado el conflicto entre todos aquellos que conforman el panóptico de la sociedad alemana del momento. Por eso escribe sin más sobre individuos corrientes, cotidianos, sobre individuos cuyo presente se explica a través del trauma de los acontecimientos vividos en la guerra. Y así, a pesar de las dificultades que ello conllevaba tras la desolación de aquellos espantosos momentos, fijar la realidad en los textos literarios se convirtió para el escritor en ciernes en un objetivo claro, en una “obligación”, en la única forma de dar voz a aquellos que no la tenían, en la única forma de hacer que los escombros cobraran vida. Esto es, por tanto, lo que el lector encuentra en las historias del volumen Wanderer, kommst du nach Spa… (Caminante, si llegas a Espa.., 1950), en las que el tema de la supervivencia en los años de la posguerra se convierte en el hilo conductor, exactamente igual que en la novela Wo warst du, Adam? (¿Dónde estabas, Adán?, 1951). Böll describe aquí vivencias de la guerra a través de las experiencias individuales de un grupo de oficiales que regresa de Rumanía a Alemania, haciendo uso de un lenguaje parco, carente de todo adorno, que abre los ojos al lector a todas aquellas posibilidades que existen para escapar a la tristeza de la realidad cotidiana, aunque la guerra llegue incluso a servir de coartada para ello, una realidad que se concibe ya incluso en el propio título de la obra inspirado en una de las citas más conocidas del escritor católico Theador Haecker (1879-1945): “Una catástrofe mundial puede servir para ciertas cosas. También para encontrar una coartada ante Dios. ¿Dónde estabas, Adán? ‘Estaba en la guerra mundial’” (Tag- und Nachtbücher, 1949). Feinhals, el soldado protagonista, logra llegar a su casa, pero justo en el umbral le estalla una granada detonada por soldados alemanes y muere con la bandera blanca, símbolo de la paz, cubriéndole el rostro. Aunque este final fue un tanto criticado por lo que, en efecto, tiene de melodramático, lo cierto es que Böll no pretende aquí más que ejemplificar en la persona de Feinhals la tiranía reinante en todos los órdenes jerárquicos que es, al fin y al cabo, la que ha conducido al conflicto.

            Las ruinas son también el escenario en el que se desarrolla la novela Der Engel schwieg (El ángel calló), terminada ya en 1949 y rechazada para su publicación por varias editoriales, probablemente porque los editores no consideraban la vida entre los escombros como tema adecuado para el momento que se estaba viviendo, un momento en el que se necesitaban altas dosis de optimismo y no de realidad. Pero si por algo destaca esta novela en el conjunto de su producción es precisamente por el hecho de que su protagonista, Hans Schnitzler, presenta unos clarísimos rasgos autobiográficos, algo que no es frecuente encontrar en ninguna de sus obras. Tras haber completado una formación profesional como carpintero y otra como librero, Hans es llamado a filas y regresa el día de la capitulación, el 8 de mayo de 1945 a una ciudad absolutamente destruida, que fácilmente puede identificarse con Colonia. Hans, desertor del ejército, había tenido que adoptar una nueva identidad; para ello se había deshecho del uniforme y se había puesto un abrigo, una valiosa pieza en aquellos años de hambre, con la intención de devolvérselo a su propietaria, cuya dirección había encontrado cosida en la prenda. Es así como la guerra acaba uniendo a Hans y a Regina Unger, que ha perdido a su marido y a su hijo recién nacido en la guerra, primero solo por una noche, luego por más tiempo: la entrega y el amor van creciendo entre ellos, un amor que los lleva a compartir lo poco que tienen, así como la escasa comida que pueden conseguir en el mercado negro. Hans visita también en una ocasión a la esposa del hombre que dio la vida para salvarlo a él, ahora enferma de muerte. Cuando va a verla por segunda vez, acaba de fallecer y los herederos ávidos de dinero que la están velando aparecen descritos como el contrapunto perfecto a todos aquellos que han sabido prestarse ayuda desinteresada durante el conflicto, sobre todo en la contraposición del abogado asesor del cardenal y el sencillo capellán que casa a la pareja incluso sin el certificado de matrimonio oficial.

            Los temas amor y religión, cardinales en toda la producción de Böll en sus más diversas variantes, aparecen aquí ya entre los escombros, en un escenario de ruinas en el que con frecuencia hay un hombre solitario que busca a otro que pueda liberarlo de su soledad. Este es, por lo general, el punto de partida de muchas de sus obras, unas obras que hablan de la posguerra, de la vuelta del infierno, de una vuelta a la vida, a la que todos se aferran. A pesar de los comentarios negativos de algunos críticos, que le achacaban cierta insistencia en dibujar a todos los personajes de sus novelas a partir de este esquema, sin ir más allá, es necesario poner de relieve que todas ellas se caracterizan precisamente por representar esa “estética de lo humano” a través de la cual el autor pone de relieve la defensa de los valores éticos, positivos, que aquí se ven con toda claridad en la actitud del protagonista y la mujer a la que ama, fijados incluso en el marco de una relación extramatrimonial que, evidentemente, no era vista con buenos ojos por la sociedad de posguerra. Esta es la sociedad decadente que Böll cuestiona, y que aparece representada aquí en la figura del abogado. El autor solo pretende poner de relieve las necesidades vitales, las experiencias y los deseos de la gente humilde, la que en esos momentos está viviendo la realidad de los escombros. Y precisamente la fijación en esos personajes y en esos detalles es lo que acabó dando a sus textos validez universal, más allá del momento en el que y para el que fueron compuestas.

            En 1951 Böll participó junto con otros 24 autores en una lectura pública del ya famoso Grupo 47, un foro creado por Hans Werner Richter para dar salida a la voz de  los jóvenes escritores en tan difíciles momentos. En aquella sesión Böll leyó una historia, breve pero mordaz, Die schwarzen Schafe (Las ovejas negras), por la que obtuvo un premio dotado con mil marcos, patrocinado por una compañía de publicidad estadounidense. Poco antes, se había quedado sin trabajo, con lo que el premio no solo le ayudó a darse a conocer como un narrador brillante y con un elevado sentido del humor, sino que también le permitió sobrevivir un tiempo, a la vez que contribuyó a hacer realidad su decisión de dedicarse única y exclusivamente a la literatura, pues cada vez con más frecuencia fue recibiendo invitaciones para pronunciar conferencias, así como para participar en programas de radio, un medio para el que también compuso un buen número de obras.

            A comienzos de los años 50 aparecieron dos nuevas novelas: Und sagte kein einziges Wort (Y no dijo una sola palabra, 1953) y Haus ohne Hüter (Casa sin guardián, 1954). El tema, una vez más, lo conforman las necesidades materiales y personales de los individuos que viven los tímidos inicios del milagro económico. El éxito de ambas obras quedó testimoniado sin más en las traducciones que de ellas se realizaron en diferentes idiomas, hasta el punto de que a mediados de los años 50 Böll era ya un escritor de reconocido prestigio internacional. En la primera destaca el papel desempeñado por la Iglesia, la de representación oficial (que permite que haya casas vacías mientras sigue aún habiendo gente sin hogar) y la de los creyentes practicantes (la esposa que intenta dar un sentido a su vida y superar las humillaciones gracias a la oración), que el lector percibe a lo largo de toda la obra a través de los monólogos de un matrimonio fracasado y sin perspectivas de futuro, en los que confluyen recuerdos, reflexiones, sentimientos y fluidos de conciencia que alejan el texto de toda posible objetividad; en la segunda, Böll desarrolla la típica situación que hubieron de vivir un sinfín de mujeres con hijos, cuyos maridos habían caído en el frente, una realidad que no dejó de suponer enormes dificultades tanto para las viudas como para los huérfanos en el entorno pequeñoburgués de la época. Los acontecimientos se relatan aquí desde el punto de vista de diferentes personajes, en el centro de los cuales se hallan dos amigos de doce años de edad, Heinrich y Martin, que no han conocido a sus padres, y sus respectivas madres. Los dos han de contemplar cómo ambas tratan de sobrevivir a toda costa en situaciones bien diferenciadas: una intentando siempre tener a su lado a un hombre capaz de suplir al marido y padre muerto, otra intentando dejar a un lado sin lograrlo el odio hacia el oficial que envió a la muerte a su esposo. Los dos amigos viven estos acontecimientos precisamente en un momento en que, a nivel personal, se encuentran en un momento decisivo para su desarrollo personal y físico, el del despertar de su sexualidad y de una nueva forma de entender la vida, para uno, Martin, en un mundo sin dificultades económicas, para otro, Heinrich, en medio de la más amarga pobreza.

            En ambas obras la superación del pasado se constituye también en tema central, un presupuesto fundamental para Böll en el proceso de adaptación a las dificultades del nuevo presente, y lo único que permitía a los individuos encarar el futuro con cierto optimismo, con una orientación clara, en el seno de la nueva sociedad de clases que estaba naciendo al hilo del milagro económico. Tras la publicación de estas primeras obras, Böll fue dedicándose cada vez con mayor intensidad a los temas de actualidad política, no solo en la radio, sino también en la prensa escrita. A través de ellos, el escritor trató siempre de hacer ver a sus conciudadanos que no debían tener miedo de enfrentarse al pasado reciente y mirar la realidad con ojos críticos, sin tratar de evitar temas tan difíciles como el antisemismo o el rearme. Para él era necesario que los alemanes fueran conscientes de su responsabilidad histórica, una cuestión que fue cobrando cada vez mayor peso en su obra a lo largo de la década de los 60. La crítica social se había hecho patente ya en el relato Das Brot der frühen Jahre (El pan de los años mozos, 1955), en el que volvía a enfrentarse al hambre de los años de posguerra a través de una historia de amor. Böll, a pesar de ser católico practicante, no veía con buenos ojos la actitud de la Iglesia y tampoco la de muchos creyentes, lo que desató un buen número de polémicas que acabarían años después con su solicitud de apostasía. Además, los numerosos viajes que empezó a realizar al extranjero ya a finales de los años 50 le hicieron cobrar cada vez mayor distancia de su país.

            1959 fue un año crucial, no solo para Böll, sino para la literatura en general, pues en él tuvo lugar una clara cesura que marcaría los límites entre la literatura surgida de los escombros y lo que habría de venir en paralelo a la recuperación económica y social. Ese año se publicaron tres novelas que supusieron tres hitos literarios y que definieron nuevas vías de expresión para la realidad alemana: Die Blechtrommel (El tambor de hojalata) de Günter Grass, Mutmaßungen über Jakob (Conjeturas sobre Jakob) de Uwe Johnson y Billard um halbzehn (Billar a las nueve y media) de Böll. Utilizando recursos narrativos enormemente novedosos los tres autores se enfrentaban con el pasado desde perspectivas diferentes: Grass a través de la perspectiva de un niño deforme cuya infancia transcurre en los años del nacionalsocialismo, Johnson a través de los acontecimientos de la RDA, de la que él mismo había huido hacía poco, y Böll a través de la vida de tres generaciones de una familia de arquitectos entre los años 1907 y 1958. También aquí, al igual que en obras anteriores, los monólogos interiores y los fluidos de conciencia de los diversos personajes confluyen de forma sincrónica para configurar la realidad histórico-social del país a manera de retrospectiva, desde el 6 de septiembre de 1958, el día en el que el cabeza de familia celebra su 80º aniversario.

            A partir de este momento la literatura alemana experimentó una eclosión que conllevaría la necesaria revisión y el necesario análisis del pasado reciente que Böll tanto había demandado, al tiempo que abriría nuevas vías de expresión a los escritores que habían permanecido en silencio tras el conflicto, así como a voces noveles. Fueron años de importantes acontecimientos históricos: la construcción del Muro de Berlín en 1961, el fin de la época de Konrad Adenauer en la cancillería en 1963, la formación de la Gran Coalición entre Helmut Kiesinger y Willy Brandt en 1966 o las grandes manifestaciones de protesta de los años 1967 y 1968. Todos ellos fueron producto de un momento histórico marcado por la necesaria reorientación política y por la creciente actitud y necesidad de protesta de los jóvenes, y especialmente importantes también por lo que a la literatura se refiere, pues voces de gran calado proclamaron de manera definitiva la “muerte de la literatura”. En 1967 tuvo lugar la última reunión del Grupo 47, seguramente como consecuencia de la “impotencia descriptiva” con la que el escritor austriaco Peter Handke había definido la literatura contemporánea en el congreso celebrado en los Estados Unidos ese mismo año. Handke veía imposible una separación clara entre literatura y política, que permitiera al escritor actuar libremente, y tampoco podían seguirse manteniendo en modo alguno conceptos obsoletos de lo que había de entenderse por “literatura”. A partir de este momento, ciertamente, la relación de los escritores con la política entró en un proceso de cambio progresivo en un escenario en el que ya alzaba la voz una generación para la que la posguerra y el milagro económico, y ya no la guerra ni el régimen nacionalsocialista, habían constituido su realidad vital. El compromiso político de la práctica totalidad de intelectuales fue haciéndose cada vez mayor: algunos se incorporaron a las filas de la oposición extraparlamentaria, y los que no lo hicieron no dejaron nunca de expresar en público sus puntos de vista y opiniones al respecto. Este avance en el compromiso político vino de la mano de una marcada experimentación en el campo lingüístico y en las técnicas narrativas, de manera que la realidad se convirtió en obra de arte por sí misma.

            Aunque Böll participó de estas nuevas tendencias de una forma un tanto indirecta, no puede pasar desapercibido el hecho de que sí supo recoger la nueva actitud ante la situación del presente sociopolítico tanto en su obra ensayística, que fue variando desde el comentario pesimista del presente hasta la implicación política, tal como puede leerse en sus novelas Ansichten eines Clowns (Opiniones de un payaso, 1963), uno de sus mayores éxitos a nivel internacional, y la que la seguiría años después, Gruppenbild mit Dame (Retrato de grupo con señora, 1971), en las que retrató personajes emblemáticos representativos de los más diversos sectores de las clases medias, ocultos en su mayoría tras la máscara de la comodidad del aburguesamiento. El protagonista y yo-narrador de la primera novela es Hans Schnier, un joven marginado, incapaz de sobrellevar la ruptura con su novia Marie. Schnier se cuestiona constantemente todo lo relacionado con la religión, pero también los principios del orden de la sociedad federal, determinados por la falsedad y el cinismo. Desde un principio la novela fue interpretada como un ataque contra la Iglesia católica, hasta el extremo de que su venta se boicoteó en todas las librerías religiosas; pero las críticas no quedaron ahí, puesto que, al haber elegido la ciudad de Bonn como escenario de la acción, el texto se entendió también como una confrontación directa del autor con la clase política. Retrato de grupo con señora supuso “un avance y un desarrollo”, en palabras del propio Böll, respecto de trabajos anteriores, pues en ella se percibe de algún modo la influencia de la literatura anglófona del momento, a algunos de cuyos autores más prestigiosos, tanto ingleses como norteamericanos, habían dado voz en alemán tanto él como su esposa Annemarie: Kay Cicellis, Eilis Dillon, O. Henry, Paul Horgan, Bernard Malamud, Jerome D. Salinger y Patrick White entre los narradores, Brendan Behan, George Bernard Shaw y John M. Synge, entre los dramaturgos. Joyce, Faulkner y Hemingway, además de Sartre y Camus, se cuentan también entre sus autores más leídos. En cualquier caso, la novela, siguiendo el modelo de la prosa documental, desarrolla una sencilla historia de amor que se complica por culpa de las circunstancias externas: la historia de una mujer alemana y un prisionero de guerra ruso y las consecuencias que esa relación ha tenido para ella hasta el momento presente. Una vez más consigue Böll aunar en torno al eje central del amor todas aquellas problemáticas sobre las que gira el conjunto de su obra, desde la marginación hasta el clasismo, desde la falta de principios hasta la entrega más generosa, desde la superación del pasado hasta el enfrentamiento con la realidad del presente.

            En el periodo comprendido entre ambas novelas aparecieron también diversas narraciones. Una de las que llegó a alcanzar mayor número de lectores fue la titulada Ende einer Dienstfahrt (Fin de un viaje de servicio, 1966), en la que el aburrimiento de los integrantes del ejército, con sus constantes idas y venidas en vehículos militares o en ferrocarriles, uno de los motivos favoritos en la prosa de Böll, se plasma aquí al hilo de las evocaciones de este leitmotiv. Una vez más, ese constante ir y venir de las gentes, sean del grupo social que sean, aparece retratado como uno de los eventos más absurdos que acontecen al hilo de una guerra, en la que los individuos están constantemente cambiando de lugar, toda una cadena de movimientos que, en definitiva, no dejan de provocar cierta expectativa respecto de ese algo que va o que viene, de ese alguien que va o que viene. En torno a este motivo, Böll construye una historia antibelicista, en la que con mucha ironía se critica el sinsentido del ejército y lo absurdo del sistema judicial. Tal vez fuera esta idea la que progresivamente fue haciendo germinar en él cada vez más con más fuerza la idea de tomar partido en la vida política, y así, en 1969, se comprometió públicamente con Willy Brandt, el canciller de la gran coalición, y con su reforma política, tras lo cual participó de forma activa en la campaña de 1972 a favor de su reelección. A nivel internacional, Böll desempeñó también una importante labor solidaria como defensor de las minorías sociales, en especial de los escritores perseguidos, sobre todo a partir de su discurso de inauguración de la Semana de la Hermandad en marzo de 1970. Aunque su nombre venía sonando ya desde 1958 como candidato para el premio, no sería hasta dos años después, en 1972, cuando Böll recogería en Estocolmo el Nobel de Literatura, el mayor galardón obtenido por el escritor tras el Georg Büchner que su país le había otorgado en 1967. Un año antes, en septiembre de 1971, había sido elegido presidente del PEN-Club internacional.

            A pesar de tan importantes reconocimientos públicos, las críticas de Böll no cesaron, sino que, muy al contrario, le empujaron a hacer uso su palabra, tanto verbalmente como por escrito, para denunciar toda situación de injusticia posible. Así fue como también tomó partido públicamente en contra del consorcio de prensa Springer que había iniciado una campaña para acabar con el movimiento de extrema izquierda dirigido por Andreas Baader y Ulrike Meinhof. Böll manifestó con rotundidad su opinión respecto al asunto, haciendo ver que ambos habían sido prejuzgados ya de antemano dada la fuerza que el consorcio ejercía sobre la opinión pública, hecho que conllevó una dura campaña de críticas contra su persona y su ideología. A pesar de ello Böll continuó reflexionando en numerosas ocasiones sobre el papel del poder, que, en su opinión, no estaba relacionado únicamente con el armamento, sino sobre todo con la voz de la prensa, capaz de calumniar a todo aquel a quien le interesara destruir. El punto álgido de esta gigantesca polémica lo constituyó la publicación en 1974 del relato Die verlorene Ehre der Katharina Blum (El honor perdido de Katharina Blum), a través del cual Böll demostró con claridad meridiana cómo el lenguaje es un recurso enormemente eficaz para ejercer una ingente fuente de poder sobre el individuo y causar su destrucción. El núcleo central de la historia lo constituye la relación de la joven Katharina, cuya existencia se ha caracterizado hasta ese momento por una actitud absolutamente apolítica, por su corrección y su laboriosidad, con Ludwig Götten, un joven vigilado por la policía. A causa de esta relación, Katharina empieza también a ser vigilada hasta el punto de que la prensa amarilla se entera y publica un buen día un artículo sobre ambos jóvenes. Katharina, herida en su honor, no ve otra solución para limpiarlo que asesinar de un disparo al periodista que lo había redactado. El éxito de esta obra, que presenta todas las características propias de una nouvelle de corte clásico, no se hizo esperar y el texto no solo vio numerosas ediciones en alemán, sino que rápidamente fue traducido a otras lenguas e incluso llevado al cine por Volker Schlöndorff. El tema de la destrucción de la vida privada por la intromisión de agentes externos, llámense como se quiera, fue también el eje central de otra novela posterior: Fürsorgliche Belagerung (Asedio preventivo, 1979).

            Para el propio Böll, sin embargo, ello no significó en absoluto una aceptación generalizada de su posición por parte del público, sino que los ataques y las calumnias continuaron cebándose en su persona y su obra como venían haciéndolo ya desde hacía años; sin embargo, no cedió y siguió implicándose en la vida política tal como lo había hecho hasta entonces, en forma oral y escrita, y dando pie a polémicas cada vez más feroces, que se encendieron sobre todo cuando, a finales de la década de los 80, como pacifista convencido que era, protestó contra el rearme declarado por la OTAN en 1979. En 1981 fue uno de los oradores principales en la manifestación a favor de la paz y contra la amenaza nuclear que tuvo lugar en Bonn, una de las mayores que se habían convocado hasta ese momento en la República Federal; dos años más tarde participó también en las protestas contra el estacionamiento de misiles de medio alcance en suelo alemán, así como en el bloqueo de la entrada a la base americana de Mutlangen.

            A pesar de su quebrantada salud, Böll no dejó de escribir ni de seguir manifestando sus opiniones. Su último acto público fue la inauguración en 1985 del Coloquio Europeo de Traductores. Poco después ingresó en un hospital para ser operado de urgencia a consecuencia de unas fuertes hemorragias y falleció inesperadamente al día siguiente, el 16 de julio de 1985, en su domicilio de Langenbroich in der Eifel. En su entierro, que tuvo lugar el 19 de julio, participaron numerosas personalidades, incluido el entonces presidente de la República Richard von Weizsäcker. El parlamento de Renania del Norte-Westfalia declaró ese día de luto regional.

            Pero el legado literario de Böll no se cerró con su muerte. Poco después de su fallecimiento vio la luz una novela que bien puede definirse como un cuadro de costumbres del Bonn de la época: Frauen vor Flußlandschaft (Mujeres ante un paisaje fluvial). Las informaciones para construir este cuadro las aportan fundamentalmente políticos, diplomáticos y banqueros, pero también ocho mujeres. A través de todos ellos, de sus monólogos y sus diálogos, Böll conforma un mosaico en el que se van poniendo de manifiesto los tejemanejes políticos, un mosaico en el que hay individuos que intrigan, actas que desaparecen, negocios sucios, sobornos y demás, bendecidos todos ellos por la Iglesia católica. A pesar de que la vida política constituye el eje central de la novela, la obra no es, en realidad, una novela política, pues en ella no se analizan sus mecanismos de funcionamiento, sino que, sin plegarse a ningún tipo de doctrina, tan solo se denuncian sus resultados, tal como Böll hizo siempre a lo largo de toda su vida y confirmando con ello una vez más lo que Lew Kopelew dijera ya en una ocasión sobre su forma de escribir: “La obra de Böll es libre”[2].

A pesar del amor que Böll sintió siempre por Colonia, la ciudad no se convirtió curiosamente en material para su trabajo literario como sí lo serían las ciudades natales de otros muchos autores de su generación. No obstante, la visión de sus ruinas quedará para siempre grabada en la memoria de todos aquellos que leyeron y que lean aún hoy sus novelas y sus relatos. Como ningún otro autor alemán Böll contribuyó a sacar a la literatura de los escombros y las cenizas a las que la habían reducido las políticas nacionalsocialistas y un conflicto bélico de magnitudes desconocidas hasta entonces. Su aportación a la “literatura de los escombros” generó una visión crítica, a través de la cual el resto de autores de su generación supo encarar el enfrentamiento con el pasado y la crítica al presente, de manera que a día de hoy, transcurridos ya treinta años desde su muerte, la validez de su obra, que habla por sí sola, demuestra con rotundidad que las polémicas que desencadenaron su obra y su persona están ya más que superadas. Seguramente es por ello por lo que Heinrich Böll, “el escritor que no quiso más que representar su época en sus obras y escribió de ese modo para todas las épocas, no caerá jamás en el olvido”[3].

 



[1] Böll, Heinrich, Werke. Ed. de Bernd Balzer. Colonia: Kiepenheuer & Witsch 1977-1978, vol. 2, p. 151.

[2] Lew Kopelew, “Bölls Gedichte. Frei, geordnet, untröstlich“, en: Heinrich Böll, Wir kommen von weit her. Gedichte, Göttingen: Kiepenheuer & Witsch, 1986, p. 91.

[3] Siegfried Lenz, “Der große Kumpel”, Der Spiegel, nº 30, 22.07.1985, p. 138.