En memoria de los estudiantes de las Escuelas Normales Rurales

asesinados por gobiernos y autoridades municipales, estatales

 y federales a lo largo de los años, los últimos en

septiembre de 2014

 

 

 

 

 

 

 

—En otros tiempos la fortuna era la secuela del poder. Hoy el poder es la secuela de la fortuna. Desde el Gengis Khan a Julio César, Alejandro Magno o Napoleón -pasando por los grandes señores aztecas, los hombres con mando y poder, ya fuese por herencia o por conquista, tuvieron a su alcance lo que quisieron. Usando términos actuales: eran ricos.

—Pero su riqueza era una consecuencia del poder. Su ambición fue el poder; gobernar y tener a los pueblos bajo su mando. No soñaban con el oro, aunque lo saquearan y acumulasen en sus victorias. Necesitaban el oro para pagar a los soldados, para mantener sus ejércitos y algunos reyes usaban la riqueza para impresionar a los súbditos y a los embajadores extranjeros con ceremonias fastuosas. Pero la mayoría de los grandes conquistadores pensaban más en el mando que en la riqueza.

Vio la incomprensión en los rostros de algunos alumnos y la duda en otros y añadió:

—Otro día les hablaré de Julió César, Alejandro y Gengis Khan.

Su pasión por las letras y las palabras le había dado conocimientos que estaban muy por encima de escuelas como la suya. Varias veces le ofrecieron ser profesor de una preparatoria en la capital del Estado, pero prefirió seguir con los suyos.

Sabía que nombres que se le escapaban, como Julio César o Gengis Khan, eran insólitos en las escuelas Normales Rurales, porque él mismo había sido alumno de una de ellas, la "Isidro Burgos", de Ayotzinapa. Orgulloso de su piel oscura, orgulloso de ser indio, y de facciones recias, labradas en el rostro, como las de sus alumnos y, como ellos, campesino hijo de campesinos. Pero así como algunos se apasionan por las peleas de gallos, por las carreras de caballos, por las mujeres, o por sepa Dios qué, él se apasionó por las palabras y sus significados. Pasaba leyendo o estudiando el tiempo en que otros jugaban o descansaban. Trabajó desde pequeño en el campo, como los demás niños de su ranchería, y ayudaba en la casa cuidando a sus hermanitos más chicos, Pero si tenía un tiempo libre, o uno de los cabos de vela que le regalaba un amigo monaguillo, en lugar de jugar con los demás, se concentraba en los papeles que tenían letra impresa. Un profesor de primaria, viendo su interés en aprender, le ayudó, le enseñó a utilizar las bibliotecas y le recomendó y prestó libros.

Ganó dos becas consecutivas y se graduó en la Normal Rural de Ayotzinapa (de aquellas que hizo Tata Lázaro para los campesinos) e hizo la Prepa en la universidad del Estado. Sus conocimientos estaban muy por encima del profesor rural que era. Miró a sus alumnos con simpatía, con cariño porque había vivido sus vidas y sabía lo duras que eran. Y siguió hablando:

—Al contrario de la antigüedad, hoy es la riqueza la que lleva al poder; las más grandes fortunas del mundo de hoy, que dominan y manejan a la humanidad, no lograron tan enorme poder con victorias militares, sino manipulando la ambición de unos y la necesidad de otros. Y su origen se debe a factores muy diversos y complejos, como la diferencia entre lo que cuesta un producto en materiales y mano de obra y el precio al que se vende. Pero antes de que alguien se diera cuenta de esa diferencia, los que hacían, (con su trabajo personal y ayuda de algunos familiares o vecinos) las cosas que se necesitaban para vivir, como casas, ropa, muebles, sillas de montar, carretas, espadas y mil cosas más, se cansaron de ser propiedad de los amos, los "nobles", como si fuesen cosas o animales. El abuso del poder creó la ira de los artesanos y sus obreros contra la injusticia. Y estalló y triunfó la Revolución Francesa.

Un alumno había levantado la mano en una de las primeras filas:

—Profesor usted nos habló del mando como orígen de la riqueza. Y en México de hoy, ¿Cuál es el origen de la riqueza?

—Salvo muy pocas excepciones aquí en México es la corrupción, la sucesiva corrupción de los gobiernos posteriores a la Revolución, la base de la riqueza. Aquí se llega a un puesto político como clase media baja y se sale millonario. Unos roban directamente del dinero del erario y otros de manera indirecta, dando contratos de obras públicas a empresarios que les dan su parte de lo inflado de esos contratos con regalos fastuosos, como una casa en las Lomas o automóviles que valen un millón o más ded pesos. Para esa realidad que, poco más o menos, parte de la toma del poder por Calles y Obregón y llega hasta hoy (con la sola excepción de Lázaro Cárdenas) se necesita la complicidad y la aquiescencia de todo el grupo en el poder, llamese PNR, PRM o PRI, y la de un pueblo cómplice y agachado que en el fondo, aunque no lo confiese, aspira a alcanzar la fortuna mediante la corrupción. Y ese grupo, ahora llamado PRI, necesita y tiene el visto bueno del gobierno de Washington que, merced al gobierno actual, controla los recursos naturales de México, como el petróleo, la minería y otros.

Los rostros oscuros, como el suyo, de facciones recias, talladas con surcos rectos y duros, hijos y nietos de campesinos, le escuchaban con gran interés. Sus abuelos habían sido peones antes de la Revolución y fueron ejidatarios cuando Cárdenas repartió las tierras. Y ahora, esas tierras, a las que estaban enraizados, como el maíz, como el frijol, como la vid, tenían que defenderlas de engaños que les inducían a venderlas por mucho menos de su valor.

Los que no se dejaban engañar eran presionados, amenazados, o asesinados para quitarles sus parcelas y hacer centros de recreo, hoteles, o riberas, más o menos mayas, que atrajesen al turismo, o interesaran a compañías mineras. Aunque para eso fuese necesario robar el agua a los yaquis, invadir centros ceremoniales indígenas o expulsar de sus pueblos y de sus tierras a los indios para que inversionistas extranjeros ganen millones.

Cuando todavía era niño, y aprendió castellano para ir a la escuela, nació su amor por las palabras, las de su lengua nativa que le parecía muy bella, el otomí, un secreto precioso al que sólo tenían acceso sus padres, sus hermanos y los vecinos de la remota ranchería en que nació. Aprendiendo como se decía la misma cosa en castellano y en otomí comenzó su interés en las palabras y en su significado.

Y, como amante y respetuoso de las palabras, le producían náuseas los discursos de los políticos, estructurados con expresiones vacías de su verdadero significado y convertidas en vocablos sin contenido. Usaban las palabras –pensaba- con el mismo cinismo e indiferencia con que, en los mítines de sus campañas electorales, sin amor, sin empatía y sin interés humano, levantaban en brazos a niños humildes para mostrar ante los fotógrafos su gran amor por el pueblo. Las palabras de nuestros políticos no tienen valor, son mentiras, las escupen, no las dicen.

El profesor sabía mucho de las vidas humanas que jamás saldrán en páginas sociales de bodas o bautizos, y también de esos exponentes de la bajeza moral, que ocultan que su padre fue obrero y desprecian a los indios. Sabía, como sus ancestros, como sus alumnos, que para los indios la palabra "riqueza" sólo identifica hacendados, políticos o ladrones de cuello blanco.

El significado de las palabras le atrajo desde que aprendió, poco a poco, qué eran las lenguas y con frecuencia se sorprendía pensando en ello, a veces en otomí, pero más a menudo en español, porque era el idioma que estaba aprendiendo. Alguien tocó con los nudillos en la puerta del aula, la abrió y entró al salón; era un alumno de la normal rural de Ayotzinapa.

—Perdón maestro, dispense que interrumpa, pero vamos a protestar por los asesinatos de Tlatlaya y vengo a invitar a los compañeros y a usted a que nos acompañen.

México estaba indignado por la ejecución de dos estudiantes y 22 civiles por el ejército, después que se habían rendido. Se decía que eran narcotraficantes y quizá lo fueron pero, con rarísimas excepciones, los miles de muertos que el gobierno mexicano siempre atribuye al narcotráfico, son gente del pueblo humilde.

—Pués vamos todos, –dijo el maestro levantándose- no podemos aceptar mansamente que nos sigan asesinando los presidentes municipales, los gobernadores o los gobiernos federales, aunque la justicia en México es una palabra casi siempre vacía.

—Los compañeros han tomado camiones para que nos lleven a Iguala. Vengan conmigo, están cerca.

Profesor y alumnos salieron de su salón y comenzaron a caminar hacia la carretera. El maestro pensaba en las palabras mientras caminaba; sabía a dónde iba y era muy consciente de porqué iba.

Recordaba que su abuelo Herminio (que a los catorce años, había luchado con Emiliano) le contó de Benito Juárez, indio que a esa misma edad sólo hablaba zapoteco, su lengua, como la de ellos era el otomí, y que llegó a ser presidente de México.

No tenía nada contra los que no eran indios, soñaba con un México de trato parejo para todos, pero tenía una amargura ya de años: ¿de qué le sirvió tanto estudiar si las Normales Rurales no interesaban a los gobiernos, que querían acabarlas porque enseñaban sus derechos a los campesinos?

Se sabía un animal extraño: un indio enamorado del lenguaje. Hablaba bien el otomí y el castellano, pero soñaba con aprender otras lenguas, incomprensibles al principio, pero que llegaría a entender estudiándolas. Su pasión era la lingüística, el significado de las palabras, pero, ¿hasta dónde se puede llegar siendo profesor de una Normal Rural en Ayotzinapa?

Caminaba por la carretera con sus alumnos, pidiendo justicia por los asesinatos de Tlatlaya, pero también pensando en cómo solicitar un mayor presupuesto para las Normales Rurales, que carecían de todo.

Mientras marchaba iba recordando que los normalistas de Ayotzinapa han sido reprimidos muchas veces, y algunos muertos, en la interminable lista de asesinatos cometidos por los gobiernos de México que han quedado impunes. Y los fue recordando, como ejercicio de memoria:

Ignorando los del porfiriato (Cananea y Rio Blanco, por ejemplo) y hablando sólo de los más importantes posteriores a la revolución, los crímenes políticos son parte habitual de la vida en los estados.

Los presidentes municipales generalmente solapan algún homicidio cuando el autor intelectual es un diputado o senador de su paretido. En algunos estados los gobernadores ordenan eliminar físicamente a opositores demasiado imprudentes.

Pero cuando el Presidente cree que el sistema peligra, sea o no acertado su temor, no hay freno. Ese fue el caso de Diaz Ordaz en 1968 y después el de Salinas de Gortari y Zedillo.

La estructura del poder en México, pensó el maestro, está bajo el signo de Huitzilopochtli y es indiferente como el sumo sacerdote haya llegado al poder; si por la violencia y la sangre, como Victoriano Huerta, o por la ambición de mando, como Alvaro Obregón y Plutarco Elías Calles (recuerdo a Serrano y los suyos, en Huitzilac o a los vasconcelistas más tarde) o mediante la manipulación de las elecciones y el fraude electoral, como Gustavo Díaz Ordaz, Tlatelolco en 1968, de 100 muertos para arriba; Luis Echeverría, 10 de junio de 1970, 125 muertos; Zedillo, 28 junio 1995, Aguas Blancas, 17 muertos; Zedillo: Acteal, Chiapas, 22 de diciembre 1997, 45 muertos, incluyendo mujeres y niños, en una iglesia.

Y ahora, pensó, la de la de Tlatlaya por la que estamos caminando, además de los asesinatos individuales de dirigentes obreros y campesinos y periodistas de los estados.

Sacudió esos pensamientos al tiempo que, instintivamente, sacudió la cabeza. Y pasó a su pasión: los giros del idioma castellano; cómo una letra o una coma pueden cambiar el sentido de una frase. Sus amigos se reían de él diciéndole que mejor que de las palabras se enamorase de una joven bonita y con buenas curvas y gozaría mucho más que con un abecedario.

Le gustaba poner en duda si alguien dice una cosa u otra. Por ejemplo, hay una canción de José Alfredo Jiménez que dice: "Y me iré con el Sol, cuando muere la tarde". Y pensaba: si se va con el Sol, se va al atardecer, pero si se va como el Sol, solo toma del Sol la forma de irse, la manera de irse, se va a ir como el sol se va al atardecer, pero no necesariamente a la misma la hora.

La manifestación avanzaba por la carretera y el maestro seguía lucubrando con las palabras. Recordó a los cantantes que tergiversan las letras populares deteriorando la sutileza del humor popular mexicano: hay quienes –se dijo- cambian el corrido de la cárcel de Cananea y en vez de decir: "me llevaron a Agua Prieta a ver si me conocían, ninguno me conoció, del miedo que me tenían" dicen "me fui para l’Agua Prieta a ver si me conocía y a las 11 de la noche me agarró la "polecía". O en lugar de "como a un hombre de delito todos con pistola en mano" (no entienden que ese "como" encierra todo el sarcasmo del pueblo mexicano, el mismo humorismo agrio de la suerte que tuvo Rosita Alvírez porque de tres tiros que le dieron nomás uno era de muerte) cantan: "por ser hombre de delito..etc." aceptando la culpabilidad…Y anulando el humorismo.

Un alumno a su lado le dijo:

-¿En qué piensa, maestro? Hace rato que lo veo muy abstraído.

- En nada importante, cosas del idioma.

-Pues yo siento como si tuviese un mal presentimiento…

-¿Cómo qué?

-Es que estaba acordándome de Tlatelolco el 68.

El profesor se detuvo, palideció y fijó su mirada en los ojos del muchacho, en un reflujo ancestral e instintivo, frecuente en la gente del campo, que ha vivido su infancia en la naturaleza, donde no hay más subterfugio que la imaginación, y le dijo con voz indecisa:

-¡No seas ave de mal agüero!

-Pues, maestro… Pensaba en el 10 de junio y los que desaparecieron en Iguala.

El profesor se rehízo:

-No hay que ser así, quienes piensan con miedo, tienen miedo…

-Maestro, este es nuestro México, aquí hicimos la Revolución.

-Sí, unos cuantos. Como ahora, sólo unos cuantos. Los demás sólo protestan no con las manifestaciones, sino contra ellas cuando les estorban. La mayoría son muy machos, pero en la cantina.

-¿Y el que es valiente en la cantina, no lo es en otra parte?

-No es lo mismo. Cualquiera brinca si le insultan y más si es en público. Pero el valiente de verdad lo es en frío. El cobarde es el que borracho se enfrenta al mundo, porque "es muy macho". Tiene que haber un matiz, una forma de distinguir….

Llegaron a los camiones; profesores y alumnos subieron. Arrancó el camión y rodó. El profesor nunca llegó a saber cuánto tiempo había pasado desde que entraron al vehículo.

Súbitamente, el mundo hizo explosión. La Tierra estalló. Hay un momento en algunas historias individuales, en el que el mundo estalla: cuando la muerte llega sin avisar y con estruendo. Y también avisando, cuando el estruendo es ya tan enorme, tan desproporcionado, tan canalla, que es imposible de explicar. Como en España en la batalla del Ebro. Como en Rusia en Stalingrado. Como en Dresde, con el bombardeo aliado de fines de la guerra. No revienta el mundo con las bombas nucleares, no para los homínidos víctimas, que ni se enteran. Pero sí revienta cuando un grupo de personas, más o menos numeroso, es de pronto atacado a muerte. Para ellos, para los que sufren el premeditado asesinato colectivo, el mundo hace explosión en ese instante. No importa qué pasa en Picadilly, ni en la Vía Veneto, ni en la Gran Vía Diagonal, ni en el Zócalo. Para los que están allí, en ese momento, el mundo estalla, revienta, se vuelve el infierno.

Por eso hablé de historias individuales: de cuando los seres humanos ven cómo los asesinan.

Y detrás de cada una de estas explosiones siempre hay un canalla que queda en la historia, aunque esté lejos, aunque no lo vean las víctimas. Y en todo el mundo la historia les identifica: Atila, el Voivoda Dracul, Hitler, Franco, Stalin, Videla, Bush, Pinochet y la lista sería muy larga. Pero en México no. Aquí resulta que los culpables son dos o tres asesinos de tres al cuarto, siempre profesionales del delito, de nivel muy menor, narcotraficantes que, por una misteriosa razón de fenómeno paranormal, se dedican a asesinar estudiantes.

Y así, para el profesor y sus alumnos, ese día que usted sabe, el mundo hizo explosión en el Estado de Guerrero.

Desde ambos lados de la carretera les disparaban con fusiles y con pistolas. Los estudiantes caían y los agresores brotaban, disparando, de entre los matorrales más allá de las cunetas.

El profesor alcanzó a reconocer a uno de ellos, era pistolero del gobierno, paniaguado de todos los gobernadores, los demás eran policías y más lejos creyó ver algunos soldados. De pronto se dio cuenta de que estaba en el suelo y sangrando. A su lado, muerto, estaba el estudiante que le habló del mal presagio. Pero el maestro no se dio cuenta de que estaba muerto y le hablaba:

—¡Ya lo sé! Ya lo encontré, la clave, está en un corrido…

Algunos hombres de uniforme, que venían con los asesinos o eran parte de ellos, llevaban cadáveres a camiones y otros perseguían a los que venían a pié, detrás de los camiones, que corrieron desde los primeros disparos.

-¡Ya lo encontré! –seguía el profesor, hablando al estudiante muerto mientras él mismo se desangraba.

Se diría que el haber encontrado lo que fuese le daba fuerzas y le mantenía con vida, porque tomó aliento y siguió con el mismo tono que empleaba en la escuela:

-La letra original, la antigua, del Corrido del Norte, en la parte aquella de "Yo fui uno de aquellos dorados de Villa"…. no dice, como los cantantes de cantina: "de los que NO dimos valor a la vida"… esos son los disfrazados de valientes, los "muy machos".

Se ahogó, vomitó sangre y repitió:

-¡Muy machos! A la vida hay que darle su valor, pero hay que tener muchos tompiates para luchar por la libertad y la justicia; más que para gritar en una cantina y muchos más que para morir en una riña callejera, porque la decisión de luchar por la libertad se toma "en frío", se necesita convicción y no exaltación pasajera..

Pareció que se ahogaba, tosió sangre, pero seguía hablando, con dificultad, como el que habla con la boca llena, la suya llena de sangre.

—La letra auténtica del Corrido del Norte, la de los hombres de verdad dice: "Yo fui uno de aquellos dorados de Villa, de los que le dimos valor a la vida" ¿ves? –se dirigía al cadáver del estudiante- Lo que le da valor a la vida es luchar por algo que valga la pena, luchar por la libertad, contra las tiranías, contra los poderes que abusan del pueblo…

Y siguió, medio inconsciente:

—¡Aquello fue bueno, muy bueno! Pero los que en 2014 le dan valor a la vida no son los dorados de Villa, no, ya no, ya están muy lejos.

- Tosió arrojando sangre, se irguió y levantó el tono:

—¡Son los estudiantes de Ayotzinapa!... y antes los de Tlatelolco y mañana…

"De los que a la guerra llevamos nuestra hembra, de los que morimos amando y cantando, yo soy… de ese bando"

Uno de los sicarios que revisaban y recogían los muertos oyó algo, se acercó y deshizo la cabeza del profesor con una bala calibre 45.

Luchar y morir amando y cantando. Está dicho todo.

 

14 de octubre, México, 2014.